/ jueves 21 de diciembre de 2017

Ideas para las mujeres que leen

La lectura favorece la independencia en la forma de pensar y de vivir. Una buena novela puede liberar, en igual medida, tanto a sus autores como lectores. Leer tiene que ver con la identificación. De acuerdo a Stefan Bollmann, no hay placer en la lectura sin que nos identifiquemos con el mundo ficticio del libro y sus héroes; e incluso, aunque éstos sean antihéroes. Leer también significa exponerse a lo extraño y a lo desconocido, también puede ser lo extraño y lo desconocido del propio yo, que guarda lo que más tarde entenderá.

Las mujeres que logran ver su situación tratan de cambiarla, pero a veces les falta tiempo; se desesperan.  Otras quisieran convertir su vida en las novelas de amor que devoran desde pequeñas. Para algunas, sólo los varones contravienen la voluntad de Dios de que sus criaturas sean dichosas. Gustave Flaubert está convencido de que se puede enfermar de pensar en uno mismo y recomienda a una amiga que, para salir del egocentrismo y las cavilaciones use la biblioterapia: ¡Leer mucho! Pero, ¿qué leer? Entra en escena Michel de Montaigne. 

“Lea a Montaigne, léalo despacio, con atención. Le aportará serenidad…Le gustará, seguro. Pero no lea como leen los niños, para distraerse, ni como los ambiciosos, para instruirse. No, lea para vivir. Cree un ambiente intelectual para el alma”.  Ahí está de nuevo la relación entre la vida y la lectura, que tan decisiva resulta para las mujeres que empiecen a leer. Se trata de una lectura que informa sobre esa pregunta que era fundamental para Montaigne, “¿Cómo debo vivir?” Pero, ¿cómo leer para vivir? Flaubert recomienda ver la lectura como un viaje.

Viajar es partir, abandonar lo conocido, experimentar lo desconocido, provocar el propio cambio. Al final, también es posible que el lector viajero regrese a sí mismo, pero primero se desligará de la propia persona y trabará amistad con un mundo que hasta entonces le era desconocido. ”Si fuese usted un hombre y tuviera veinte años, le propondría emprender un viaje alrededor del mundo. Pues bien, emprenda ese viaje alrededor del mundo en su habitación”. Perfecto consejo si la edad, las circunstancias o vivir en el siglo XIX, no lo permiten.

 Hay que permitir que el mundo entre en la habitación. Para otras personas, leer no es para curarse del hastío y la neurosis. Es un sustituto de la vida. Es soñar con una vida mejor, más acorde con uno. ¿O será prepararse para aquello que vendrá y mejorará nuestra vida? Nadie lo sabe. Leyendo las novelas históricas de Walter Scott, se vive como aquellas castellanas de largo corpiño. Con Eugene Sue se revelan los misterios de los bajos fondos parisinos. Y si se lee a Balzac y a George Sand, encontrará la insatisfacción de sus ansias personales.

Si en el siglo XVIII la sensibilidad de la mujer se consideraba factor impulsor de la cultura, en el siglo XIX la seducción de la mujer se convirtió en una de las grandes pasiones de la época. A ese respecto la lectura de novelas de amor, en particular, se consideraba la vía de acceso rápido a las fuerzas diabólicas.  ¿Será que después de la liberación sexual del siglo XXI, la mujer ha trascendido, por fin, los falsos modelos para llevar una vida propia, acorde con sus sueños, pasiones y lecturas, que ya no tiene que vivir como hombre para vivir como mujer?

agusperezr@hotmail.com

La lectura favorece la independencia en la forma de pensar y de vivir. Una buena novela puede liberar, en igual medida, tanto a sus autores como lectores. Leer tiene que ver con la identificación. De acuerdo a Stefan Bollmann, no hay placer en la lectura sin que nos identifiquemos con el mundo ficticio del libro y sus héroes; e incluso, aunque éstos sean antihéroes. Leer también significa exponerse a lo extraño y a lo desconocido, también puede ser lo extraño y lo desconocido del propio yo, que guarda lo que más tarde entenderá.

Las mujeres que logran ver su situación tratan de cambiarla, pero a veces les falta tiempo; se desesperan.  Otras quisieran convertir su vida en las novelas de amor que devoran desde pequeñas. Para algunas, sólo los varones contravienen la voluntad de Dios de que sus criaturas sean dichosas. Gustave Flaubert está convencido de que se puede enfermar de pensar en uno mismo y recomienda a una amiga que, para salir del egocentrismo y las cavilaciones use la biblioterapia: ¡Leer mucho! Pero, ¿qué leer? Entra en escena Michel de Montaigne. 

“Lea a Montaigne, léalo despacio, con atención. Le aportará serenidad…Le gustará, seguro. Pero no lea como leen los niños, para distraerse, ni como los ambiciosos, para instruirse. No, lea para vivir. Cree un ambiente intelectual para el alma”.  Ahí está de nuevo la relación entre la vida y la lectura, que tan decisiva resulta para las mujeres que empiecen a leer. Se trata de una lectura que informa sobre esa pregunta que era fundamental para Montaigne, “¿Cómo debo vivir?” Pero, ¿cómo leer para vivir? Flaubert recomienda ver la lectura como un viaje.

Viajar es partir, abandonar lo conocido, experimentar lo desconocido, provocar el propio cambio. Al final, también es posible que el lector viajero regrese a sí mismo, pero primero se desligará de la propia persona y trabará amistad con un mundo que hasta entonces le era desconocido. ”Si fuese usted un hombre y tuviera veinte años, le propondría emprender un viaje alrededor del mundo. Pues bien, emprenda ese viaje alrededor del mundo en su habitación”. Perfecto consejo si la edad, las circunstancias o vivir en el siglo XIX, no lo permiten.

 Hay que permitir que el mundo entre en la habitación. Para otras personas, leer no es para curarse del hastío y la neurosis. Es un sustituto de la vida. Es soñar con una vida mejor, más acorde con uno. ¿O será prepararse para aquello que vendrá y mejorará nuestra vida? Nadie lo sabe. Leyendo las novelas históricas de Walter Scott, se vive como aquellas castellanas de largo corpiño. Con Eugene Sue se revelan los misterios de los bajos fondos parisinos. Y si se lee a Balzac y a George Sand, encontrará la insatisfacción de sus ansias personales.

Si en el siglo XVIII la sensibilidad de la mujer se consideraba factor impulsor de la cultura, en el siglo XIX la seducción de la mujer se convirtió en una de las grandes pasiones de la época. A ese respecto la lectura de novelas de amor, en particular, se consideraba la vía de acceso rápido a las fuerzas diabólicas.  ¿Será que después de la liberación sexual del siglo XXI, la mujer ha trascendido, por fin, los falsos modelos para llevar una vida propia, acorde con sus sueños, pasiones y lecturas, que ya no tiene que vivir como hombre para vivir como mujer?

agusperezr@hotmail.com