/ martes 5 de mayo de 2020

Ideas sueltas “sinsentidos”

El mito de la caja de Pandora es la representación de lo que no se debe abrir. Recientemente se fracturó soltando a la humanidad un monstruo invisible que atenta contra nuestra vida y otros demonios como la crisis económica que se acentúa cada día; problemas sociales que dividen, discriminan, escalan en violencia; y la inestabilidad democrática y de gobernabilidad que nos aturde de incredulidad y desesperanza. Fue un octubre de hace unos años, cuando en una oficina de Gobierno erigimos la sátira de un altar de muertos en recuerdo a la democracia, que había muerto hace no sé cuánto; con ofrendas la intentamos “regresar del más allá”. Nadie imaginó que hoy nos enfrentaríamos a este panorama nebuloso, donde el mundo cambió y nada volverá a ser igual. La democracia “revivió” pero la remató el Covid-19 pero porque ya estaba debilitada, “Crónica de una muerte anunciada”, diría García Márquez. Desempleo, violencia, insuficiencia sanitaria, violaciones a derechos humanos, falta de acciones y carencia de soluciones oportunas para mitigar la pandemia y abundantes mentiras desde la cima de la estructura. “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las cinco treinta de la mañana…” escribió el autor.

Tenemos miedo. Las calles están más vacías, disminuyen los transeúntes, los establecimientos cerraron y las personas al exterior se protegen con cubrebocas. Entre la gente, las palabras también comienzan a desfallecer. Estamos en cuarentena, confinamiento, aislamiento, reclusión o como le llame cada quien (física), pero también pareciera un enclaustro emocional, como el mito de la caverna de Platón que refleja la doble realidad que vivimos, de la que resulta difícil escapar.

Miedo es el nombre que damos a nuestra incertidumbre, a la ignorancia con respecto a la amenaza que no es visible y lo que podría o no hacerse para combatirla, si pararla está a nuestro alcance, escribió Zygmun Bauman. Estamos amortiguando, palabra que proviene del latín “muerte”, cuyo miedo a ella también se hizo latente. “Yo soy yo y mi circunstancias”, escribió Ortega y Gasset. Estamos condicionados por las limitaciones y libertades del entorno como el confinamiento, pérdidas económicas o las desventuras que llegan con ello. El autor termina con: “Si no la salvo a ella (las circunstancias), no me salvo yo”, es decir, sacar de ello una oportunidad y darle sentido. Esto pudiera ser algo determinista, pero luego recordé a Viktor Frankl y su libro “El hombre en busca de sentido”, en el cual narra su experiencia como prisionero en un campo nazi de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, donde perdió absolutamente todo, menos su existencia desnuda. Esa experiencia de vida cambió su visión de la realidad y reconoció que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida más allá de las circunstancias. Quienes sobrevivieron fue porque hasta en los peores escenarios, encontraron algo por qué vivir, por más pequeño que fuese, pues como dijo Nietzsche: “El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Así que, tomemos la esperanza, que es la llave que abre y cierra la caja de Pandora, con la certeza de que también esto pasará y transformaremos nuestra realidad.

El mito de la caja de Pandora es la representación de lo que no se debe abrir. Recientemente se fracturó soltando a la humanidad un monstruo invisible que atenta contra nuestra vida y otros demonios como la crisis económica que se acentúa cada día; problemas sociales que dividen, discriminan, escalan en violencia; y la inestabilidad democrática y de gobernabilidad que nos aturde de incredulidad y desesperanza. Fue un octubre de hace unos años, cuando en una oficina de Gobierno erigimos la sátira de un altar de muertos en recuerdo a la democracia, que había muerto hace no sé cuánto; con ofrendas la intentamos “regresar del más allá”. Nadie imaginó que hoy nos enfrentaríamos a este panorama nebuloso, donde el mundo cambió y nada volverá a ser igual. La democracia “revivió” pero la remató el Covid-19 pero porque ya estaba debilitada, “Crónica de una muerte anunciada”, diría García Márquez. Desempleo, violencia, insuficiencia sanitaria, violaciones a derechos humanos, falta de acciones y carencia de soluciones oportunas para mitigar la pandemia y abundantes mentiras desde la cima de la estructura. “El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las cinco treinta de la mañana…” escribió el autor.

Tenemos miedo. Las calles están más vacías, disminuyen los transeúntes, los establecimientos cerraron y las personas al exterior se protegen con cubrebocas. Entre la gente, las palabras también comienzan a desfallecer. Estamos en cuarentena, confinamiento, aislamiento, reclusión o como le llame cada quien (física), pero también pareciera un enclaustro emocional, como el mito de la caverna de Platón que refleja la doble realidad que vivimos, de la que resulta difícil escapar.

Miedo es el nombre que damos a nuestra incertidumbre, a la ignorancia con respecto a la amenaza que no es visible y lo que podría o no hacerse para combatirla, si pararla está a nuestro alcance, escribió Zygmun Bauman. Estamos amortiguando, palabra que proviene del latín “muerte”, cuyo miedo a ella también se hizo latente. “Yo soy yo y mi circunstancias”, escribió Ortega y Gasset. Estamos condicionados por las limitaciones y libertades del entorno como el confinamiento, pérdidas económicas o las desventuras que llegan con ello. El autor termina con: “Si no la salvo a ella (las circunstancias), no me salvo yo”, es decir, sacar de ello una oportunidad y darle sentido. Esto pudiera ser algo determinista, pero luego recordé a Viktor Frankl y su libro “El hombre en busca de sentido”, en el cual narra su experiencia como prisionero en un campo nazi de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, donde perdió absolutamente todo, menos su existencia desnuda. Esa experiencia de vida cambió su visión de la realidad y reconoció que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida más allá de las circunstancias. Quienes sobrevivieron fue porque hasta en los peores escenarios, encontraron algo por qué vivir, por más pequeño que fuese, pues como dijo Nietzsche: “El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Así que, tomemos la esperanza, que es la llave que abre y cierra la caja de Pandora, con la certeza de que también esto pasará y transformaremos nuestra realidad.