/ sábado 29 de agosto de 2020

In memoriam: José Luis Ibáñez en el centro de la escena

Conocí al sobresaliente director y académico José Luis Ibáñez (Orizaba, 1933-CDMX, 2020), en el famoso departamento del escenógrafo David Antón y el escritor Fernando Vallejo, habrá sido a finales de la década de los 70. Integrante del ecléctico grupo Poesía en Voz Alta que habían detonado ilustres personajes como Alfonso Reyes, Octavio Paz y Juan José Arreola, formó parte de la primera generación de la carrera de teatro de la que siempre fue su alma máter, la UNAM. Miembro de una valiosa generación de profesionales del teatro, culta y muy bien documentada, cuyos talentos y saberes varios les permitió involucrarse a lo largo de todo el proceso creativo, tuvo en el teatro español del Siglo de Oro y en el Isabelino sus dos mayores querencias y especialidades.

Célebres montajes suyos fueron, por ejemplo, Electra de Sófocles, el auto sacramental El divino Narciso de Sor Juana Inés de la Cruz, La vida es sueño de Calderón de la Barca, La moza del cántaro y La gatomaquia de Lope de Vega, siempre resultado de concienzudos estudios de taller, porque el texto representaba para él algo así como un templo. De los teatros moderno y contemporáneo, entre otros, Tartufo de Molière, Asesinato en la catedral de T. S. Eliot, Las criadas de Jean Genet, Isabel de Inglaterra de Ferdinand Bruckner, Las mariposas son libres de Leonard Gershe, Alerta en misa de Bill C. Davis y M. Butterfly de David Henry Hwang.

Director de cabecera de Silvia Pinal, con la reconocida primera actriz tuvo enormes triunfos, entre otros, Vidas privadas de Noël Coward, o los musicales de Broadway Mame y Un gran final, o el estreno mundial de La señorita de Tacna de Vargas Llosa. Igual estrenó La muerte se va a Granada, hermoso homenaje que Fernando del Paso escribió para el centenario del inolvidable gran poeta y dramaturgo andaluz Federico García Lorca en 1998. Vinculado al cine desde la década de los 60, se había iniciado con Las dos Elenas, película con la cual participó en el Concurso de Cine Experimental, con guion de Carlos Fuentes. Y cómo olvidar su incursión más que afortunada en ese gran espectáculo sin límites que la ópera, con dos clásicos de la lírica italiana como La traviata de Verdi y La bohemia de Puccini.

Con la muerte de José Luis Ibáñez se va uno de los teatristas y académicos más presentes en el quehacer escénico universitario de la segunda mitad del siglo XX, director que igual tuvo enormes triunfos en los llamados teatros culto y comercial, porque para él todo se reducía al teatro de calidad bien ejecutado. En el terreno del teatro en verso, una de sus mayores querencias y especialidades, fue un imprescindible maestro para muchos actores y colegas suyos que querían acceder a esta siempre difícil y riesgosa vertiente que exige muchos estudio y oficio, rigor y dedicación, y que no todas las veces los más entienden que representa una escuela incuestionable para cualquier director o actor que pretenda hacer una sólida carrera no sólo en el teatro.

Conocí al sobresaliente director y académico José Luis Ibáñez (Orizaba, 1933-CDMX, 2020), en el famoso departamento del escenógrafo David Antón y el escritor Fernando Vallejo, habrá sido a finales de la década de los 70. Integrante del ecléctico grupo Poesía en Voz Alta que habían detonado ilustres personajes como Alfonso Reyes, Octavio Paz y Juan José Arreola, formó parte de la primera generación de la carrera de teatro de la que siempre fue su alma máter, la UNAM. Miembro de una valiosa generación de profesionales del teatro, culta y muy bien documentada, cuyos talentos y saberes varios les permitió involucrarse a lo largo de todo el proceso creativo, tuvo en el teatro español del Siglo de Oro y en el Isabelino sus dos mayores querencias y especialidades.

Célebres montajes suyos fueron, por ejemplo, Electra de Sófocles, el auto sacramental El divino Narciso de Sor Juana Inés de la Cruz, La vida es sueño de Calderón de la Barca, La moza del cántaro y La gatomaquia de Lope de Vega, siempre resultado de concienzudos estudios de taller, porque el texto representaba para él algo así como un templo. De los teatros moderno y contemporáneo, entre otros, Tartufo de Molière, Asesinato en la catedral de T. S. Eliot, Las criadas de Jean Genet, Isabel de Inglaterra de Ferdinand Bruckner, Las mariposas son libres de Leonard Gershe, Alerta en misa de Bill C. Davis y M. Butterfly de David Henry Hwang.

Director de cabecera de Silvia Pinal, con la reconocida primera actriz tuvo enormes triunfos, entre otros, Vidas privadas de Noël Coward, o los musicales de Broadway Mame y Un gran final, o el estreno mundial de La señorita de Tacna de Vargas Llosa. Igual estrenó La muerte se va a Granada, hermoso homenaje que Fernando del Paso escribió para el centenario del inolvidable gran poeta y dramaturgo andaluz Federico García Lorca en 1998. Vinculado al cine desde la década de los 60, se había iniciado con Las dos Elenas, película con la cual participó en el Concurso de Cine Experimental, con guion de Carlos Fuentes. Y cómo olvidar su incursión más que afortunada en ese gran espectáculo sin límites que la ópera, con dos clásicos de la lírica italiana como La traviata de Verdi y La bohemia de Puccini.

Con la muerte de José Luis Ibáñez se va uno de los teatristas y académicos más presentes en el quehacer escénico universitario de la segunda mitad del siglo XX, director que igual tuvo enormes triunfos en los llamados teatros culto y comercial, porque para él todo se reducía al teatro de calidad bien ejecutado. En el terreno del teatro en verso, una de sus mayores querencias y especialidades, fue un imprescindible maestro para muchos actores y colegas suyos que querían acceder a esta siempre difícil y riesgosa vertiente que exige muchos estudio y oficio, rigor y dedicación, y que no todas las veces los más entienden que representa una escuela incuestionable para cualquier director o actor que pretenda hacer una sólida carrera no sólo en el teatro.