/ miércoles 20 de noviembre de 2019

Indiferencia social ante la violencia.

Constantemente estamos expuestos a la violencia por diversos medios como internet, periódicos, películas y videojuegos. Vemos asesinatos, golpes, riñas, insultos, pornografía y con el poder de un “clic”, la viralizamos. El grado de vulnerabilidad ante estas noticias varía de acuerdo con la persona, pudiendo desarrollar trastornos como ansiedad, depresión y estrés postraumático o simplemente mostrarse indiferente. Estudios indican que la exposición constante a la violencia hace que el cerebro la normalice y nos pueda volver inmunes a ella. Hay agresiones que incluso se justifican, en parte por el contexto donde la persona creció; ello está relacionado con la normalización de la violencia. Por ejemplo, una mujer que creció en una casa donde su madre era golpeada, es más probable que en su vida adulta acepte un trato similar por parte de su pareja.

De acuerdo con Galtung, la violencia estructural está organizada desde el propio sistema, y la violencia cultural es la aceptación y naturalización de las situaciones provocadas por ella; justifica, da coherencia y promueve las actuaciones de las personas. Actúa en todos sus ámbitos: religión, arte, literatura, leyes. La vida transcurre en un constante ambiente de violencia en todos lo ámbitos y al normalizarla, se cae en la indiferencia social, insensibilizándonos ante nuestra capacidad de indignación.

Estas semanas han sido particularmente violentas en nuestro estado y país, y no es inusual escuchar comentarios como: mataron a otro más, así es la vida aquí, algo debió haber hecho para que le pasara eso, no podemos hacer nada, que el Gobierno se encargue. La indiferencia como síntoma social es muy peligrosa, pues la falta de sensibilidad ante la tragedia del “otro” también “mata”. Al acostumbramos, ejercemos una violencia silenciosa que hacemos parte de nuestra vida cotidiana; debemos ser conscientes de lo que estamos viviendo no es normal. Lo habitual debiera ser la paz, la tranquilidad y el respeto. Seamos individuos que se autoobservan y autoevalúan para reconocer cómo participamos ante el sentido de lo violento en la cotidianeidad. Reflexiono y pienso en Mercedes Sosa: Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte… Normalicemos la paz en lugar de la violencia, cambiemos nuestras estructuras y en su lugar, logremos una cultura de la paz.


Yanez_flor@hotmail.com

Constantemente estamos expuestos a la violencia por diversos medios como internet, periódicos, películas y videojuegos. Vemos asesinatos, golpes, riñas, insultos, pornografía y con el poder de un “clic”, la viralizamos. El grado de vulnerabilidad ante estas noticias varía de acuerdo con la persona, pudiendo desarrollar trastornos como ansiedad, depresión y estrés postraumático o simplemente mostrarse indiferente. Estudios indican que la exposición constante a la violencia hace que el cerebro la normalice y nos pueda volver inmunes a ella. Hay agresiones que incluso se justifican, en parte por el contexto donde la persona creció; ello está relacionado con la normalización de la violencia. Por ejemplo, una mujer que creció en una casa donde su madre era golpeada, es más probable que en su vida adulta acepte un trato similar por parte de su pareja.

De acuerdo con Galtung, la violencia estructural está organizada desde el propio sistema, y la violencia cultural es la aceptación y naturalización de las situaciones provocadas por ella; justifica, da coherencia y promueve las actuaciones de las personas. Actúa en todos sus ámbitos: religión, arte, literatura, leyes. La vida transcurre en un constante ambiente de violencia en todos lo ámbitos y al normalizarla, se cae en la indiferencia social, insensibilizándonos ante nuestra capacidad de indignación.

Estas semanas han sido particularmente violentas en nuestro estado y país, y no es inusual escuchar comentarios como: mataron a otro más, así es la vida aquí, algo debió haber hecho para que le pasara eso, no podemos hacer nada, que el Gobierno se encargue. La indiferencia como síntoma social es muy peligrosa, pues la falta de sensibilidad ante la tragedia del “otro” también “mata”. Al acostumbramos, ejercemos una violencia silenciosa que hacemos parte de nuestra vida cotidiana; debemos ser conscientes de lo que estamos viviendo no es normal. Lo habitual debiera ser la paz, la tranquilidad y el respeto. Seamos individuos que se autoobservan y autoevalúan para reconocer cómo participamos ante el sentido de lo violento en la cotidianeidad. Reflexiono y pienso en Mercedes Sosa: Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte… Normalicemos la paz en lugar de la violencia, cambiemos nuestras estructuras y en su lugar, logremos una cultura de la paz.


Yanez_flor@hotmail.com