/ viernes 5 de octubre de 2018

Infelicidad y deseo (Ensayo)


La frágil felicidad,

vive esclava del deseo;

si no se cumple, lo veo…

será tu infelicidad.


Algunos intelectuales y otros, hombres de fe, han declarado de tiempos inmemoriales, que el fin de la vida es la búsqueda de la felicidad. Idea que no comparto. Si bien debemos buscar el mayor bienestar, tenemos diversas pruebas que superar, y no es precisamente la ambigua e indefinible felicidad, nuestro fin de vida.


Leyendo un poco acerca de moral y filosofía moral o ética, y sobre el principal factor de las frustraciones del hombre… “el deseo”; y que es causante también de sus grandes progresos, obliga su análisis, desde la esfera holística o espiritual.

Si analizamos el concepto desde su punto de vista más simplista, comprenderemos la máxima de Buda, que explica que el hombre es esclavo de sus deseos y si no los logra satisfacer, le producirá frustración e infelicidad. Buda asegura que el hombre no puede ser verdaderamente libre mientras esté sujeto por sus deseos; podemos discernir entonces que un hombre total y verdaderamente libre es aquél al que no lo inquieta ningún deseo, o por lo menos tiene los mínimos deseos.

Es fácil comprender que en una sociedad de consumo como la nuestra, donde se fomenta la competividad y la mayor posesión de los bienes materiales y goces sexuales, el no culminar sus deseos frustra y genera infelicidad en el individuo; por ello el que no tiene deseos o tiene completo dominio sobre ellos, es un hombre emancipado, libre y muy difícil de someter a los diversos y múltiples intereses grupales o de conveniencia.

La afirmación de Buda abrió para mí un universo de vida completamente nuevo, donde la mayor fuerza intrínseca del hombre es su voluntad; el imperio de su voluntad frente a las tentaciones y el dominio de una mayor sabiduría; años después una frase de otro hombre célebre confirmó esta tesis: “De este mundo… deseo poco; y lo poco que deseo… lo deseo muy poco”. Francisco de Asís, santo italiano. San Francisco, como Buda y Confucio, conocía el secreto de la sabiduría y la libertad espiritual del hombre… el dominio sobre sus deseos.

Si usted no consigue la pareja que desea, será infeliz; si usted no alcanza el status social que pretende, será infeliz; si usted no logra los bienes materiales que desea, estará frustrado y será sumamente infeliz; su frágil felicidad dependerá de bienes y valores superficiales, materiales e intranscendentes, usted será en equivalencia, una pobre hoja en el árbol, movida por los vientos, menor o mayormente rico y poderoso, pero al garete espiritualmente. Pero además el deseo es propiciador de otros vicios… la envidia, los celos, la codicia y la infelicidad, entre otros.

Así, otro iluminado sentenció: “La envidia, es causada por ver a otros gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otros poseer lo que quisiéramos poseer nosotros”. Diógenes Laercio, historiador griego.

El noveno mandamiento de la Iglesia Católica dice: “No desearas la mujer de tu prójimo”, para mí, pesimamente enunciado, pues el deseo no obedece a un acto de reflexión, sino es una respuesta inmediata e inconsciente. ¿Cómo no desear en automático, a una mujer bella y sensual – sea la mujer de quien sea- en el momento de verla; por lo que el mandamiento debiera enunciar: “No tomarás, ni codiciarás la mujer de tu prójimo”. Que es una posición muy congruente y razonable; porque no desearla, requeriría que fuéramos de piedra. Curiosamente, este mandamiento no está incluido dentro de los diez mandamientos originales de Moisés.

Un apotegma hebreo nos dice: “Sé amo de tus deseos, y no su esclavo”.

La solución a este dilema se encuentra en fomentar la cuarta virtud cardinal (o fundamental), la templanza… que es el dominio sobre los apetitos de la carne; de entre ellos, los más comunes son: el de la pitanza (alimento), holganza (descanso) y lujuria (deseo carnal o apetito concupiscible). Misma que incluye además… ser valiente, tener denuedo y ser esforzado.

En nuestra mano está entonces moderar nuestros inclementes deseos; y ser más sabios e independientes espiritualmente; los bienes materiales y las glorias terrenas son artificios vanos; que si no los sabemos controlar, nos harán en extremo infelices –a nosotros y a los nuestros-.




La frágil felicidad,

vive esclava del deseo;

si no se cumple, lo veo…

será tu infelicidad.


Algunos intelectuales y otros, hombres de fe, han declarado de tiempos inmemoriales, que el fin de la vida es la búsqueda de la felicidad. Idea que no comparto. Si bien debemos buscar el mayor bienestar, tenemos diversas pruebas que superar, y no es precisamente la ambigua e indefinible felicidad, nuestro fin de vida.


Leyendo un poco acerca de moral y filosofía moral o ética, y sobre el principal factor de las frustraciones del hombre… “el deseo”; y que es causante también de sus grandes progresos, obliga su análisis, desde la esfera holística o espiritual.

Si analizamos el concepto desde su punto de vista más simplista, comprenderemos la máxima de Buda, que explica que el hombre es esclavo de sus deseos y si no los logra satisfacer, le producirá frustración e infelicidad. Buda asegura que el hombre no puede ser verdaderamente libre mientras esté sujeto por sus deseos; podemos discernir entonces que un hombre total y verdaderamente libre es aquél al que no lo inquieta ningún deseo, o por lo menos tiene los mínimos deseos.

Es fácil comprender que en una sociedad de consumo como la nuestra, donde se fomenta la competividad y la mayor posesión de los bienes materiales y goces sexuales, el no culminar sus deseos frustra y genera infelicidad en el individuo; por ello el que no tiene deseos o tiene completo dominio sobre ellos, es un hombre emancipado, libre y muy difícil de someter a los diversos y múltiples intereses grupales o de conveniencia.

La afirmación de Buda abrió para mí un universo de vida completamente nuevo, donde la mayor fuerza intrínseca del hombre es su voluntad; el imperio de su voluntad frente a las tentaciones y el dominio de una mayor sabiduría; años después una frase de otro hombre célebre confirmó esta tesis: “De este mundo… deseo poco; y lo poco que deseo… lo deseo muy poco”. Francisco de Asís, santo italiano. San Francisco, como Buda y Confucio, conocía el secreto de la sabiduría y la libertad espiritual del hombre… el dominio sobre sus deseos.

Si usted no consigue la pareja que desea, será infeliz; si usted no alcanza el status social que pretende, será infeliz; si usted no logra los bienes materiales que desea, estará frustrado y será sumamente infeliz; su frágil felicidad dependerá de bienes y valores superficiales, materiales e intranscendentes, usted será en equivalencia, una pobre hoja en el árbol, movida por los vientos, menor o mayormente rico y poderoso, pero al garete espiritualmente. Pero además el deseo es propiciador de otros vicios… la envidia, los celos, la codicia y la infelicidad, entre otros.

Así, otro iluminado sentenció: “La envidia, es causada por ver a otros gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otros poseer lo que quisiéramos poseer nosotros”. Diógenes Laercio, historiador griego.

El noveno mandamiento de la Iglesia Católica dice: “No desearas la mujer de tu prójimo”, para mí, pesimamente enunciado, pues el deseo no obedece a un acto de reflexión, sino es una respuesta inmediata e inconsciente. ¿Cómo no desear en automático, a una mujer bella y sensual – sea la mujer de quien sea- en el momento de verla; por lo que el mandamiento debiera enunciar: “No tomarás, ni codiciarás la mujer de tu prójimo”. Que es una posición muy congruente y razonable; porque no desearla, requeriría que fuéramos de piedra. Curiosamente, este mandamiento no está incluido dentro de los diez mandamientos originales de Moisés.

Un apotegma hebreo nos dice: “Sé amo de tus deseos, y no su esclavo”.

La solución a este dilema se encuentra en fomentar la cuarta virtud cardinal (o fundamental), la templanza… que es el dominio sobre los apetitos de la carne; de entre ellos, los más comunes son: el de la pitanza (alimento), holganza (descanso) y lujuria (deseo carnal o apetito concupiscible). Misma que incluye además… ser valiente, tener denuedo y ser esforzado.

En nuestra mano está entonces moderar nuestros inclementes deseos; y ser más sabios e independientes espiritualmente; los bienes materiales y las glorias terrenas son artificios vanos; que si no los sabemos controlar, nos harán en extremo infelices –a nosotros y a los nuestros-.