/ viernes 6 de agosto de 2021

Insatisfechos 

Por: Alejandro Cortés González-Báez

Qué importante es para todo ser humano ambicionar. Ambicionar, sí, unos estudios, una profesión, una familia, una casa, el dinero, la fama, el poder… Solemos ilusionarnos ¡con tantas cosas! La ambición puede ser buena si tenemos clara nuestra propia naturaleza como seres humanos, y si partimos de una equilibrada jerarquía de valores donde aparezca la fe en un Dios que nos creó para ser felices; la familia donde tanto el marido como la mujer luchen por servirse mutuamente por amor; los hijos como diamantes que hay que pulir; los amigos nobles y sinceros; el trabajo como medio de subsistencia y de colaboración social.

Pero nuestra época carece de un esquema tan rico y tan sencillo. La sociedad nos arrastra al egoísmo y a la búsqueda de placeres inmediatos y baratos (aunque muchas veces sean muy caros económicamente hablando). Se huye del esfuerzo y del dolor. Se vive con miedos.

Veamos este maravilloso fragmento de Louise Madeira: “Adoro la ambivalencia poética de una cicatriz, que tiene dos mensajes: Aquí dolió… aquí sanó”. Hace falta mucha sensibilidad para valorar este mensaje tan lleno de sabiduría.

Vivimos llenos de vacío, pues al no alcanzar nuestras metas nos sentimos insatisfechos. Son muchos quienes se pasan la vida mendigando unas monedas de amor en cualquier semáforo, y no saben que el amor “se debe ganar” con sacrificio, con entrega, con servicio, con fidelidad, con autodominio. Muchos temen las responsabilidades del matrimonio y de la paternidad; su deporte favorito es “prevaricar”, dejando lo más incómodo para después, por cobardía; pero eso sí, siempre reclamando y quejándose de que todo es injusto para ellos.

Los padres de familia —muchas veces sin ser conscientes de ello— están formando hijos que son auténticos depredadores, por eso, cuando crecen hacen sufrir tanto a sus propios progenitores.

Al ambicionar se corre el peligro de poner nuestras ilusiones en realidades que no son valiosas y además, muchas veces inalcanzables, por eso hay tanta insatisfacción. Cuando al tener relaciones sexuales se le llama amor, cuando el modelo a seguir es un actor de cine o un cantante por ser famosos; cuando el espectáculo y la adrenalina se convierten en los objetivos por los cuales vivir, es lógico que se caiga en la decepción y, a veces, incluso, en la depresión.

Las estadísticas de enfermedades mentales paradójicamente van a la alza sobre todo en los jóvenes, curiosamente ahora que tienen tantos satisfactores y distractores a su alcance. Es imposible saber cuánta gente se siente insatisfecha de su condición socioeconómica, de su sexo, de sus estudios, de su trabajo, de su aspecto físico… y casi siempre esto es producto de la inmadurez. Pero todo ello requiere la lucidez y fortaleza en quienes hacen cabeza en cada familia. ¿Podrán, acaso, los gobernantes, los legisladores, los jueces y los policías resolver estos problemas? Nos resulta fácil culpar a los otros de nuestras frustraciones… Hagamos examen.


www. padrealejandro.org

Por: Alejandro Cortés González-Báez

Qué importante es para todo ser humano ambicionar. Ambicionar, sí, unos estudios, una profesión, una familia, una casa, el dinero, la fama, el poder… Solemos ilusionarnos ¡con tantas cosas! La ambición puede ser buena si tenemos clara nuestra propia naturaleza como seres humanos, y si partimos de una equilibrada jerarquía de valores donde aparezca la fe en un Dios que nos creó para ser felices; la familia donde tanto el marido como la mujer luchen por servirse mutuamente por amor; los hijos como diamantes que hay que pulir; los amigos nobles y sinceros; el trabajo como medio de subsistencia y de colaboración social.

Pero nuestra época carece de un esquema tan rico y tan sencillo. La sociedad nos arrastra al egoísmo y a la búsqueda de placeres inmediatos y baratos (aunque muchas veces sean muy caros económicamente hablando). Se huye del esfuerzo y del dolor. Se vive con miedos.

Veamos este maravilloso fragmento de Louise Madeira: “Adoro la ambivalencia poética de una cicatriz, que tiene dos mensajes: Aquí dolió… aquí sanó”. Hace falta mucha sensibilidad para valorar este mensaje tan lleno de sabiduría.

Vivimos llenos de vacío, pues al no alcanzar nuestras metas nos sentimos insatisfechos. Son muchos quienes se pasan la vida mendigando unas monedas de amor en cualquier semáforo, y no saben que el amor “se debe ganar” con sacrificio, con entrega, con servicio, con fidelidad, con autodominio. Muchos temen las responsabilidades del matrimonio y de la paternidad; su deporte favorito es “prevaricar”, dejando lo más incómodo para después, por cobardía; pero eso sí, siempre reclamando y quejándose de que todo es injusto para ellos.

Los padres de familia —muchas veces sin ser conscientes de ello— están formando hijos que son auténticos depredadores, por eso, cuando crecen hacen sufrir tanto a sus propios progenitores.

Al ambicionar se corre el peligro de poner nuestras ilusiones en realidades que no son valiosas y además, muchas veces inalcanzables, por eso hay tanta insatisfacción. Cuando al tener relaciones sexuales se le llama amor, cuando el modelo a seguir es un actor de cine o un cantante por ser famosos; cuando el espectáculo y la adrenalina se convierten en los objetivos por los cuales vivir, es lógico que se caiga en la decepción y, a veces, incluso, en la depresión.

Las estadísticas de enfermedades mentales paradójicamente van a la alza sobre todo en los jóvenes, curiosamente ahora que tienen tantos satisfactores y distractores a su alcance. Es imposible saber cuánta gente se siente insatisfecha de su condición socioeconómica, de su sexo, de sus estudios, de su trabajo, de su aspecto físico… y casi siempre esto es producto de la inmadurez. Pero todo ello requiere la lucidez y fortaleza en quienes hacen cabeza en cada familia. ¿Podrán, acaso, los gobernantes, los legisladores, los jueces y los policías resolver estos problemas? Nos resulta fácil culpar a los otros de nuestras frustraciones… Hagamos examen.


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