/ jueves 18 de agosto de 2022

Intimidad

Por: Roberta Cortazar


La palabra intimidad me intimida, porque es tan íntima que la siento sagrada. Intimidad personal, de pareja, del hogar, de familia, de amigos, círculos que nos hacen sentir seguros por esa contención de las redes de apoyo más cercanas, donde la confianza y la honestidad son fundamentales para relajarnos en el amor y el respeto.

En el lazo íntimo del matrimonio dos personas se comprometen y bajo promesas de amor y fidelidad se unen. “Seremos dos caminando por la vida” siempre tú siendo tú y yo siendo yo, respetando lo que cada cual necesite para su realización, equilibrando derechos y obligaciones, donde cada cual seguirá teniendo una intimidad individual, pero asumiendo siempre el compromiso que se adquirió como pareja.

Conozco matrimonios que no han truncado el derecho a ser quien cada cual es, administran una libertad que no convierte el compromiso en una tortura de “dejar todo por ti”. Sus encuentros son ricos en experiencias porque cada cual sigue cultivando sus amistades, gustos, hobbies, y en esa expansión de riqueza personal el otro en la pareja se beneficia teniendo un compañero realizado, sano y feliz. En muchas mentalidades se cree que al casarse la unión conlleva dejar de ser quien somos para darle gusto al otro y en la cultura machista, las renuncias vienen de la mujer, borra lo que fue y se convierte en lo que el “otro necesita” así que la unión deja de ser un descubrimiento, una fuente de aportaciones mutuas. El matrimonio debe ser un contrato con fechas de caducidad y renovaciones para darle un nuevo empuje de vida, pero si uno toma el control y el otro acepta, entonces ya las aportaciones sólo vendrán del que manda y el otro quedará como la media naranja de alguien que al no completarse por sí mismo necesita que otro lo haga.

Cualquier relación necesita renovarse, estamos en un cambio de circunstancias constantes y hay que meterle creatividad para inyectarles vitalidad. ¿Pero qué es lo que nos detiene a buscar alternativas? Las creencias arraigadas y que no concebimos cambiar “Yo creo, yo vivo o yo muero por ellas y con ellas”. Una creencia nos da vida o nos puede matar, y la asentamos tan obstinadamente en la intimidad de nuestros pensamientos que se vuelve una peligrosa ley irrefutable, irrevocable.

El mundo se mueve constantemente y nosotros en él, pero algunas creencias nos estancan y tienen el poder de enfermarnos y matarnos poco a poco, o por otro lado de renovarnos y darnos vida, felicidad, tranquilidad, un nuevo comienzo.

Yo creo, yo existo. ¿Qué creencia te enaltece o te tortura?

La relación íntima más importante es con uno mismo, y yo decido creer desde la intimidad de mi ser, que en cualquier relación debemos ser honestos primero con nosotros mismos y después con los demás, porque sólo en y con la verdad tendremos el gozo de la certeza. La VERDAD a veces duele, pero nunca es tan devastadora como la revelación de la mentira.

La intimidad tiene fuerza, pero pierde intensidad entre más personas hay en un círculo íntimo. Por eso la individual es prioridad, la que define quién somos y qué queremos.

ROBERTA CORTAZAR B.

Por: Roberta Cortazar


La palabra intimidad me intimida, porque es tan íntima que la siento sagrada. Intimidad personal, de pareja, del hogar, de familia, de amigos, círculos que nos hacen sentir seguros por esa contención de las redes de apoyo más cercanas, donde la confianza y la honestidad son fundamentales para relajarnos en el amor y el respeto.

En el lazo íntimo del matrimonio dos personas se comprometen y bajo promesas de amor y fidelidad se unen. “Seremos dos caminando por la vida” siempre tú siendo tú y yo siendo yo, respetando lo que cada cual necesite para su realización, equilibrando derechos y obligaciones, donde cada cual seguirá teniendo una intimidad individual, pero asumiendo siempre el compromiso que se adquirió como pareja.

Conozco matrimonios que no han truncado el derecho a ser quien cada cual es, administran una libertad que no convierte el compromiso en una tortura de “dejar todo por ti”. Sus encuentros son ricos en experiencias porque cada cual sigue cultivando sus amistades, gustos, hobbies, y en esa expansión de riqueza personal el otro en la pareja se beneficia teniendo un compañero realizado, sano y feliz. En muchas mentalidades se cree que al casarse la unión conlleva dejar de ser quien somos para darle gusto al otro y en la cultura machista, las renuncias vienen de la mujer, borra lo que fue y se convierte en lo que el “otro necesita” así que la unión deja de ser un descubrimiento, una fuente de aportaciones mutuas. El matrimonio debe ser un contrato con fechas de caducidad y renovaciones para darle un nuevo empuje de vida, pero si uno toma el control y el otro acepta, entonces ya las aportaciones sólo vendrán del que manda y el otro quedará como la media naranja de alguien que al no completarse por sí mismo necesita que otro lo haga.

Cualquier relación necesita renovarse, estamos en un cambio de circunstancias constantes y hay que meterle creatividad para inyectarles vitalidad. ¿Pero qué es lo que nos detiene a buscar alternativas? Las creencias arraigadas y que no concebimos cambiar “Yo creo, yo vivo o yo muero por ellas y con ellas”. Una creencia nos da vida o nos puede matar, y la asentamos tan obstinadamente en la intimidad de nuestros pensamientos que se vuelve una peligrosa ley irrefutable, irrevocable.

El mundo se mueve constantemente y nosotros en él, pero algunas creencias nos estancan y tienen el poder de enfermarnos y matarnos poco a poco, o por otro lado de renovarnos y darnos vida, felicidad, tranquilidad, un nuevo comienzo.

Yo creo, yo existo. ¿Qué creencia te enaltece o te tortura?

La relación íntima más importante es con uno mismo, y yo decido creer desde la intimidad de mi ser, que en cualquier relación debemos ser honestos primero con nosotros mismos y después con los demás, porque sólo en y con la verdad tendremos el gozo de la certeza. La VERDAD a veces duele, pero nunca es tan devastadora como la revelación de la mentira.

La intimidad tiene fuerza, pero pierde intensidad entre más personas hay en un círculo íntimo. Por eso la individual es prioridad, la que define quién somos y qué queremos.

ROBERTA CORTAZAR B.