/ viernes 19 de abril de 2019

Introspección en la Cuaresma

En la Cuaresma predico,

con mi modesta opinión;

no es quehacer de santurrón;

es de reflexión, lo indico.


Según el Diccionario de la Lengua, Cuaresma significa: Tiempo de abstinencia para los católicos, entre el “Miércoles de Ceniza” y la Pascua de Resurrección.

Y según me decía una señora añosa, mientras hacíamos fila en una caja de un centro comercial, es una temporada de siete semanas. Cinco propiamente de Cuaresma, una sexta denominada Santa y una séptima denominada de Pascua de Resurrección, para diferenciarla de la Pascua hebrea de liberación. Esta última la instauró Moisés, en conmemoración de la liberación de su pueblo del yugo egipcio.

En lo personal lo que escuchaba desde niño, es “que cuando el pobre tiene para comprar carne, es Cuaresma” apotegma popular muy socorrido. Y escuchaba además, que son tiempos de abstinencia, alimenticia, sexual y de divertimiento; y algunos se la toman tan en serio que hasta “abstinencia laboral” cometen. Cualquiera que sea la abstinencia que el católico haga, queda muy claro, que son tiempos de introspección; de reflexión y de autoanálisis; de ejercicios espirituales y de conciencia, y sobre todo de acercarse al supremo hacedor. Sin embargo yo diría que el 90 por ciento de los católicos la considera como vacaciones de primavera, donde podrá haber de todo, menos abstinencia, retiro y oración, que son las actividades tradicionales de esos días.

Pero mientras se puedan dar malos ejemplos, ya vendrán los días de dar buenos consejos y hacer retiros espirituales y todas esas cosas, que son “ondas de viejitos y de mochos”, según piensa un gran número de jóvenes; porque el resto, la verdad sea reconocida, en eso ni piensan.

Y cada quien con su propio “rollo”, porque esto sí es innegable: nadie trasciende espiritualmente si no es en función de su propio esfuerzo. Por eso no es preocupante ver que los omisos nos divirtamos en esos días; lo preocupante es ver que los sensibles y receptivos de acatar el llamado místico de esos días, en cuanto es Sábado de Gloria, “adiós amigos”, a emanciparse del rigor religioso y hasta el año que entra. He ahí, las fallas del dogma de todas las religiones, que imponen a sus feligreses a llevar una actividad “per se” y porque sí; sin educarlos en la filosofía de la meditación y el recogimiento espiritual, como ejercicio de cotidianeidad permanente. Si recordamos que la vida espiritual está por encima de la mental y de la física, esa misma importancia debemos darle. Sin importar religión, diariamente debemos ejercitarnos en lo espiritual, única manera de perfeccionar la conciencia y el alma; de entender errores y nacer en buenos propósitos diariamente; momento diario de juzgarnos y armonizarnos con el caos que genera la rutina del diario vivir.

No hay que decir adiós a la Cuaresma, seamos católicos o no; la espiritualidad no estorba, nos ayuda a superarnos como individuos y como miembros de una sociedad. Quien consulta a su conciencia y hace lo que ésta le indica, difícilmente causará mal a otro o será un miembro negativo en su comunidad. Son los que la soslayan, la violentan y la contrarían, quienes delinquen y ofenden.

Seamos racionalmente espirituales y místicos, sin penas ni prejuicios, sin poses irracionales de equivocado agnosticismo. Ante el arcano del Supremo, nadie es nada, y nuestra única tarjeta de presentación será nuestra carga espiritual. Así el yo, tan inferior y defectuoso, puede acercarse al inefable, por su sola condición de fe y propósito místico.

Cristo nos legó una magnífica oración para contactarlo permanentemente: el Padre Nuestro; que en una incomprendida frase expresa “danos hoy el pan de cada día” y que los legos, y a veces hasta los entendidos, pretenden traducir como el alimento diario que nutra al cuerpo físico. Esto no es así, “el pan nuestro” se refiere fundamentalmente al pan del alma. Al pan diario que hará madurar la parte de más valor en cada uno de nosotros: el alma.

Porque trascender espiritualmente es alejarse de los vicios y defectos, así como de las actitudes animales, es decir, de las que más nos acercan al estado animal. Es dejar atrás los egos, los vicios, la violencia, la envidia y todo defecto. Es superarse espiritualmente de manera cotidiana, es tarea de años, que requiere... “el pan nuestro de cada día”.

Obliguémonos con nuestro espíritu, de manera diaria; intentemos superarnos, pero sólo con el esfuerzo de nosotros mismos y en la privacidad de nosotros mismos. Y nunca lleguemos a creer que lo hemos logrado; y mucho menos lo vayamos a insinuar con actitudes “santurronas” o de moral intransigente e impositiva. No vayamos a parecer, como el fariseo de la parábola, sepulcros blancos y resplandecientes por fuera y llenos de gusanos por dentro. En otras palabras, prediquemos con el ejemplo. Y no tomemos actitudes mesiánicas ni aleccionadoras de crítico inflexible ante la debilidad y desgracia de otros, cuando podemos encontrarnos en la escala de valores… en lugar inferior al de los que criticamos. Que pasen una armoniosa y venturosa Pascua, en unión de sus seres queridos.



En la Cuaresma predico,

con mi modesta opinión;

no es quehacer de santurrón;

es de reflexión, lo indico.


Según el Diccionario de la Lengua, Cuaresma significa: Tiempo de abstinencia para los católicos, entre el “Miércoles de Ceniza” y la Pascua de Resurrección.

Y según me decía una señora añosa, mientras hacíamos fila en una caja de un centro comercial, es una temporada de siete semanas. Cinco propiamente de Cuaresma, una sexta denominada Santa y una séptima denominada de Pascua de Resurrección, para diferenciarla de la Pascua hebrea de liberación. Esta última la instauró Moisés, en conmemoración de la liberación de su pueblo del yugo egipcio.

En lo personal lo que escuchaba desde niño, es “que cuando el pobre tiene para comprar carne, es Cuaresma” apotegma popular muy socorrido. Y escuchaba además, que son tiempos de abstinencia, alimenticia, sexual y de divertimiento; y algunos se la toman tan en serio que hasta “abstinencia laboral” cometen. Cualquiera que sea la abstinencia que el católico haga, queda muy claro, que son tiempos de introspección; de reflexión y de autoanálisis; de ejercicios espirituales y de conciencia, y sobre todo de acercarse al supremo hacedor. Sin embargo yo diría que el 90 por ciento de los católicos la considera como vacaciones de primavera, donde podrá haber de todo, menos abstinencia, retiro y oración, que son las actividades tradicionales de esos días.

Pero mientras se puedan dar malos ejemplos, ya vendrán los días de dar buenos consejos y hacer retiros espirituales y todas esas cosas, que son “ondas de viejitos y de mochos”, según piensa un gran número de jóvenes; porque el resto, la verdad sea reconocida, en eso ni piensan.

Y cada quien con su propio “rollo”, porque esto sí es innegable: nadie trasciende espiritualmente si no es en función de su propio esfuerzo. Por eso no es preocupante ver que los omisos nos divirtamos en esos días; lo preocupante es ver que los sensibles y receptivos de acatar el llamado místico de esos días, en cuanto es Sábado de Gloria, “adiós amigos”, a emanciparse del rigor religioso y hasta el año que entra. He ahí, las fallas del dogma de todas las religiones, que imponen a sus feligreses a llevar una actividad “per se” y porque sí; sin educarlos en la filosofía de la meditación y el recogimiento espiritual, como ejercicio de cotidianeidad permanente. Si recordamos que la vida espiritual está por encima de la mental y de la física, esa misma importancia debemos darle. Sin importar religión, diariamente debemos ejercitarnos en lo espiritual, única manera de perfeccionar la conciencia y el alma; de entender errores y nacer en buenos propósitos diariamente; momento diario de juzgarnos y armonizarnos con el caos que genera la rutina del diario vivir.

No hay que decir adiós a la Cuaresma, seamos católicos o no; la espiritualidad no estorba, nos ayuda a superarnos como individuos y como miembros de una sociedad. Quien consulta a su conciencia y hace lo que ésta le indica, difícilmente causará mal a otro o será un miembro negativo en su comunidad. Son los que la soslayan, la violentan y la contrarían, quienes delinquen y ofenden.

Seamos racionalmente espirituales y místicos, sin penas ni prejuicios, sin poses irracionales de equivocado agnosticismo. Ante el arcano del Supremo, nadie es nada, y nuestra única tarjeta de presentación será nuestra carga espiritual. Así el yo, tan inferior y defectuoso, puede acercarse al inefable, por su sola condición de fe y propósito místico.

Cristo nos legó una magnífica oración para contactarlo permanentemente: el Padre Nuestro; que en una incomprendida frase expresa “danos hoy el pan de cada día” y que los legos, y a veces hasta los entendidos, pretenden traducir como el alimento diario que nutra al cuerpo físico. Esto no es así, “el pan nuestro” se refiere fundamentalmente al pan del alma. Al pan diario que hará madurar la parte de más valor en cada uno de nosotros: el alma.

Porque trascender espiritualmente es alejarse de los vicios y defectos, así como de las actitudes animales, es decir, de las que más nos acercan al estado animal. Es dejar atrás los egos, los vicios, la violencia, la envidia y todo defecto. Es superarse espiritualmente de manera cotidiana, es tarea de años, que requiere... “el pan nuestro de cada día”.

Obliguémonos con nuestro espíritu, de manera diaria; intentemos superarnos, pero sólo con el esfuerzo de nosotros mismos y en la privacidad de nosotros mismos. Y nunca lleguemos a creer que lo hemos logrado; y mucho menos lo vayamos a insinuar con actitudes “santurronas” o de moral intransigente e impositiva. No vayamos a parecer, como el fariseo de la parábola, sepulcros blancos y resplandecientes por fuera y llenos de gusanos por dentro. En otras palabras, prediquemos con el ejemplo. Y no tomemos actitudes mesiánicas ni aleccionadoras de crítico inflexible ante la debilidad y desgracia de otros, cuando podemos encontrarnos en la escala de valores… en lugar inferior al de los que criticamos. Que pasen una armoniosa y venturosa Pascua, en unión de sus seres queridos.