/ martes 12 de diciembre de 2017

Jerusalén: la Ciudad Santa, capital de Israel

“Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti, cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos, ¡pero no quisiste!”.

Así reza el texto bíblico.

Hoy, de nueva cuenta, la Ciudad Santa, la urbe convertida en cabeza principal del reino por decisión de David, rey de Judá, es vuelta a encumbrar  con  igual convicción, entereza y plena voluntad por los judíos de ahora.

El presidente Donald Trump, quien es autor de las más polémicas decisiones, incluyendo las críticas del régimen nuestro, ha colocado al

país oriental en centro de lo que está siendo la más furiosa respuesta por parte de los adherentes del Islam y buena parte del mundo árabe.

Llevar de Tel Aviv a Jerusalén la embajada de Estados Unidos es, para musulmanes y árabes, una verdadera provocación.

Los principales líderes israelíes, desde David Ben Gurión  han insistido en que se reconozca a la Ciudad Santa en capital de su nación, a fin de que se culmine el proceso de reintegración del pueblo hebreo, en permanente diáspora de su tierra originaria.

Los primeros resultados de lo que se avizora como encarnizada lucha alertan acerca de lo que podría convertirse en la más terrible de las “intifadas”, en chispa fatídica y envilecedora capaz de envolver a todo el Medio Oriente y aun a lejanos e insospechados puntos geográficos.

El sueño redentor de Herzl se está volviendo verdadera pesadilla para los pobladores colindantes del girón territorial, en indefinida disputa.

El ocasional viajero de aquellas tierras acaso no se percataría en los inicios de la década de los 80 que el conflicto lejos de haberse terminada estaba latente en espera de una ruptura de una paz que en el fondo no era sino prolongada tregua. Era todo normal, aparentemente.

A diferencia de lo ocurrido en otras comunidades meso orientales la historia del pueblo de Israel ha sido de precaria quietud y de una incertidumbre mezclada a la malevolencia de sus enemigos.

La llamada Canaán terrenal, copia de la calificada  como celestial por creyentes de varias religiones, ha sido una y otra vez víctima de la destrucción, el vasallaje y el acoso por parte de gobiernos extranjeros.

El Holocausto en tiempos del dictador Adolf Hitler apresuró al regreso de la comunidad judía al territorio de sus antepasados. Quienes vaticinaron el fin último de aquel pueblo errante, con motivo de los crímenes colectivos no tomaron en cuenta la vocación de lucha de sus integrantes dispersos por todo el planeta. Supusieron, tal vez, que la identidad de la nación judía era un asunto de meras conjeturas o  expresión de efímera expresión.

Era previsible, asimismo, la respuesta bélica de los islámicos y de los países árabes ante lo que estiman ser una provocación de parte del impositivo mandatario estadunidense.

No se descarta, sin embargo, el hecho o vinculación histórica de los Estados Unidos  con Israel, desde tiempo atrás, particularmente en lo que tuvo ver con la resolución de la ONU a finales de la Segunda Guerra Mundial.

A la política imperial presidida por Trump conviene asumir la defensa de Israel, refrendando su aspiración de contar con la capital del país en la sede histórica, por siglos de los siglos, de Jerusalén, la Ciudad Santa.

http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx  

   

 

“Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti, cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos, ¡pero no quisiste!”.

Así reza el texto bíblico.

Hoy, de nueva cuenta, la Ciudad Santa, la urbe convertida en cabeza principal del reino por decisión de David, rey de Judá, es vuelta a encumbrar  con  igual convicción, entereza y plena voluntad por los judíos de ahora.

El presidente Donald Trump, quien es autor de las más polémicas decisiones, incluyendo las críticas del régimen nuestro, ha colocado al

país oriental en centro de lo que está siendo la más furiosa respuesta por parte de los adherentes del Islam y buena parte del mundo árabe.

Llevar de Tel Aviv a Jerusalén la embajada de Estados Unidos es, para musulmanes y árabes, una verdadera provocación.

Los principales líderes israelíes, desde David Ben Gurión  han insistido en que se reconozca a la Ciudad Santa en capital de su nación, a fin de que se culmine el proceso de reintegración del pueblo hebreo, en permanente diáspora de su tierra originaria.

Los primeros resultados de lo que se avizora como encarnizada lucha alertan acerca de lo que podría convertirse en la más terrible de las “intifadas”, en chispa fatídica y envilecedora capaz de envolver a todo el Medio Oriente y aun a lejanos e insospechados puntos geográficos.

El sueño redentor de Herzl se está volviendo verdadera pesadilla para los pobladores colindantes del girón territorial, en indefinida disputa.

El ocasional viajero de aquellas tierras acaso no se percataría en los inicios de la década de los 80 que el conflicto lejos de haberse terminada estaba latente en espera de una ruptura de una paz que en el fondo no era sino prolongada tregua. Era todo normal, aparentemente.

A diferencia de lo ocurrido en otras comunidades meso orientales la historia del pueblo de Israel ha sido de precaria quietud y de una incertidumbre mezclada a la malevolencia de sus enemigos.

La llamada Canaán terrenal, copia de la calificada  como celestial por creyentes de varias religiones, ha sido una y otra vez víctima de la destrucción, el vasallaje y el acoso por parte de gobiernos extranjeros.

El Holocausto en tiempos del dictador Adolf Hitler apresuró al regreso de la comunidad judía al territorio de sus antepasados. Quienes vaticinaron el fin último de aquel pueblo errante, con motivo de los crímenes colectivos no tomaron en cuenta la vocación de lucha de sus integrantes dispersos por todo el planeta. Supusieron, tal vez, que la identidad de la nación judía era un asunto de meras conjeturas o  expresión de efímera expresión.

Era previsible, asimismo, la respuesta bélica de los islámicos y de los países árabes ante lo que estiman ser una provocación de parte del impositivo mandatario estadunidense.

No se descarta, sin embargo, el hecho o vinculación histórica de los Estados Unidos  con Israel, desde tiempo atrás, particularmente en lo que tuvo ver con la resolución de la ONU a finales de la Segunda Guerra Mundial.

A la política imperial presidida por Trump conviene asumir la defensa de Israel, refrendando su aspiración de contar con la capital del país en la sede histórica, por siglos de los siglos, de Jerusalén, la Ciudad Santa.

http://federicoosorioaltuzar.blogspot.mx