/ miércoles 6 de julio de 2022

Jesús Gardea, Hijo predilecto de Delicias (1 de 2)

Por: Mario Mata Carrasco

El día 2 de julio pasado el escritor Jesús Gardea hubiera cumplido 83 años de edad. Nació en nuestro Delicias, que él llamó Placeres en sus obras, en 1939, y falleció en Cd. Juárez en el año 2000.

Nació en una finca sobre la calle 2ª Norte #205. En el año 2013 le develamos una placa en ese lugar, junto con la encargada de la Casa de Cultura, que lleva su nombre “Jesús Gardea”, Elva Pérez Hinojosa, siendo presidente municipal un servidor. En 1987, Elva y su madre, la maestra Hinojosa Berrueto, encargada del Teatro Municipal en aquellos días, me habían ayudado para convencer a los socios del Club Activo 20-30, para que en su semana conmemorativa de 1987 solicitáramos a Cabildo nombrarlo Hijo Predilecto de Delicias, propuesta que pasó por unanimidad.

Gardea no fue un escritor joven, inició a los 40 años de edad, cuando decidió abandonar su profesión de odontólogo, para dedicarse de lleno a la literatura, en una de nuestras conversaciones, me confesó que nunca disfrutó sus estudios, que muchas veces le amanecía en la biblioteca de la Universidad, en Guadalajara, pero no estudiando sobre su carrera, sino leyendo a sus autores preferidos, entre ellos a Juan Rulfo, quien después diría que el único escritor mexicano que podía ser su heredero artístico era Gardea.

Jesús Gardea fue descubierto como escritor por el poeta Jaime Labastida Ochoa, dentro del Encuentro de Escritores en Ciudad Juárez, Labastida lo lleva a publicar "Los viernes de Lautaro" (1979) en la Editorial Siglo XXI. Unos meses después firma contrato con Editorial Joaquín Mortiz, para publicar “Septiembre y los otros días” (cuentos, 1980), obra que le hace merecedor del Villaurrutia. Obtiene también el Premio José Fuentes Mares de la UACJ, el cual rechazó.

Jesús siempre fue un buen amigo y buen conversador, en los varios encuentros que tuvimos me platicaba de sus padres y mis abuelos, que fueron contemporáneos y compartían la profesión de comerciantes, sus padres Vicente Gardea V. y Francisca Rocha tenían una ferretería en la calle 3ª Norte llamada “Casa Gardea”. Me hablaba de una zona mágica, esotérica, que abarcaba al Mercado Juárez y sus alrededores, lugar donde nacimos ambos y que había un lazo invisible que nos unía a todos los que vivimos alguna vez en esa área, me contó que en la alberca del Centro Médico, localizado en la calle 3ª #109, en una tarde aciaga, un grupo de muchachos se metieron a un hueco, donde estaban las tomas y las válvulas, y la tapa de cemento, que estaba parada en ángulo, sostenida por un trozo de madera, perdió su equilibrio al pegar alguien con el palo, cayendo como guillotina, quitando la vida a uno de los jóvenes.

Me platicó que don Pedro Matar alguna vez le propuso comprarle la finca donde estuvo el negocio de sus padres, y él se opuso, alegando que tenía planes de regresar a Delicias, de Juárez, a ejercer ya su profesión, y cuando me lo estaba contando, estábamos, por coincidencia, pasando por el lugar y en el segundo piso se leía un desteñido letrero de dentista, lo cual le provocó una tímida risa, cosa rara en él, porque su gesto siempre fue adusto y poco afecto a las sonrisas.

Por: Mario Mata Carrasco

El día 2 de julio pasado el escritor Jesús Gardea hubiera cumplido 83 años de edad. Nació en nuestro Delicias, que él llamó Placeres en sus obras, en 1939, y falleció en Cd. Juárez en el año 2000.

Nació en una finca sobre la calle 2ª Norte #205. En el año 2013 le develamos una placa en ese lugar, junto con la encargada de la Casa de Cultura, que lleva su nombre “Jesús Gardea”, Elva Pérez Hinojosa, siendo presidente municipal un servidor. En 1987, Elva y su madre, la maestra Hinojosa Berrueto, encargada del Teatro Municipal en aquellos días, me habían ayudado para convencer a los socios del Club Activo 20-30, para que en su semana conmemorativa de 1987 solicitáramos a Cabildo nombrarlo Hijo Predilecto de Delicias, propuesta que pasó por unanimidad.

Gardea no fue un escritor joven, inició a los 40 años de edad, cuando decidió abandonar su profesión de odontólogo, para dedicarse de lleno a la literatura, en una de nuestras conversaciones, me confesó que nunca disfrutó sus estudios, que muchas veces le amanecía en la biblioteca de la Universidad, en Guadalajara, pero no estudiando sobre su carrera, sino leyendo a sus autores preferidos, entre ellos a Juan Rulfo, quien después diría que el único escritor mexicano que podía ser su heredero artístico era Gardea.

Jesús Gardea fue descubierto como escritor por el poeta Jaime Labastida Ochoa, dentro del Encuentro de Escritores en Ciudad Juárez, Labastida lo lleva a publicar "Los viernes de Lautaro" (1979) en la Editorial Siglo XXI. Unos meses después firma contrato con Editorial Joaquín Mortiz, para publicar “Septiembre y los otros días” (cuentos, 1980), obra que le hace merecedor del Villaurrutia. Obtiene también el Premio José Fuentes Mares de la UACJ, el cual rechazó.

Jesús siempre fue un buen amigo y buen conversador, en los varios encuentros que tuvimos me platicaba de sus padres y mis abuelos, que fueron contemporáneos y compartían la profesión de comerciantes, sus padres Vicente Gardea V. y Francisca Rocha tenían una ferretería en la calle 3ª Norte llamada “Casa Gardea”. Me hablaba de una zona mágica, esotérica, que abarcaba al Mercado Juárez y sus alrededores, lugar donde nacimos ambos y que había un lazo invisible que nos unía a todos los que vivimos alguna vez en esa área, me contó que en la alberca del Centro Médico, localizado en la calle 3ª #109, en una tarde aciaga, un grupo de muchachos se metieron a un hueco, donde estaban las tomas y las válvulas, y la tapa de cemento, que estaba parada en ángulo, sostenida por un trozo de madera, perdió su equilibrio al pegar alguien con el palo, cayendo como guillotina, quitando la vida a uno de los jóvenes.

Me platicó que don Pedro Matar alguna vez le propuso comprarle la finca donde estuvo el negocio de sus padres, y él se opuso, alegando que tenía planes de regresar a Delicias, de Juárez, a ejercer ya su profesión, y cuando me lo estaba contando, estábamos, por coincidencia, pasando por el lugar y en el segundo piso se leía un desteñido letrero de dentista, lo cual le provocó una tímida risa, cosa rara en él, porque su gesto siempre fue adusto y poco afecto a las sonrisas.