/ miércoles 20 de julio de 2022

Jesús Gardea, hijo predilecto de Delicias (corolario)

Por Mario Mata Carrasco


Siguiendo nuestra narrativa sobre el escritor deliciense Jesús Gardea; si seguimos el curso de su obra, se puede apreciar el cambio de ella, partiendo de sus primeros cuentos y novelas que podrían satisfacer a lectores hedonistas, no por ello deja de ser profunda e imaginativa, pero al final de su carrera si notamos una transformación de su forma de escribir que exige una lectura más participativa de parte de quien la realiza, quien mejor la describe es Roberto Bernal en su disertación: Jesús Gardea y Hermenegildo Bustos: la narración de la pintura.

“Escribir y pintar, dos artes y dos métodos de creación totalmente distintos que sin embargo se entrelazan o se nutren mutuamente, como bien demuestra este artículo sobre el oficio de un pintor, Hermenegildo Bustos (1832-1907) y el de un escritor, Jesús Gardea (1939-2000): el lenguaje de la escritura también es alumbramiento, una vela que ilumina y nos ayuda a ver lo oculto”.

Prosigue Bernal….. “Para Jesús Gardea debió ser significativo el hallazgo –posiblemente entre los años 1983 y 1984– del procedimiento de Bustos, y cobraría una incidencia destacada en su escritura. En 1985, con la publicación de la novela ‘Los músicos y el fuego’, inauguró un cambio radical en su prosa, no sólo por una puntuación ahora notablemente abrupta y que se sumó a la elipsis y el hipérbaton –dos rasgos característicos de su escritura–, sino porque el tempo narrativo ahora es regulado por la iluminación. Lo que consiguió con ello Jesús Gardea es la fragmentación o dispersión de la imagen, digamos algo semejante a un gran vitral, como un rompecabezas que el propio narrador va armando con lentitud y con una auténtica paciencia de alfarero, de tal manera que la imagen parece estática o –como ocurre en muchos casos– petrificada.”

En el año 2011, siendo un servidor presidente municipal, realizamos un esfuerzo por conseguir parte de su obra y conseguimos 30 paquetes de sus libros. Volaron en cuanto los pusimos a la venta.

Pudiera seguir escribiendo mucho sobre Jesús Gardea, el maestro y amigo, pero sólo me gustaría terminar con una parte de su disertación, cuando leyó La Pecera, en 1987, en el Teatro de la Ciudad, con esa voz pausada, con esa sencillez que sólo tienen los grandes hombres, “…. yo no escribo, porque me despierten los demonios, o me inspiren las musas, o me asalten las ganas de escribir a la mitad de un día o una noche, con una necesidad imperiosa de hacerlo, escribo porque esa es mi vida”.

Anexo una lista no exhaustiva de sus obras: Es autor del libro de poemas, Canciones para una sola cuerda (1982); de los libros de cuentos Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (Premio Xavier Villarrutia, 1980), De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); y de las novelas, El sol que estás mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001) edición póstuma.

Por Mario Mata Carrasco


Siguiendo nuestra narrativa sobre el escritor deliciense Jesús Gardea; si seguimos el curso de su obra, se puede apreciar el cambio de ella, partiendo de sus primeros cuentos y novelas que podrían satisfacer a lectores hedonistas, no por ello deja de ser profunda e imaginativa, pero al final de su carrera si notamos una transformación de su forma de escribir que exige una lectura más participativa de parte de quien la realiza, quien mejor la describe es Roberto Bernal en su disertación: Jesús Gardea y Hermenegildo Bustos: la narración de la pintura.

“Escribir y pintar, dos artes y dos métodos de creación totalmente distintos que sin embargo se entrelazan o se nutren mutuamente, como bien demuestra este artículo sobre el oficio de un pintor, Hermenegildo Bustos (1832-1907) y el de un escritor, Jesús Gardea (1939-2000): el lenguaje de la escritura también es alumbramiento, una vela que ilumina y nos ayuda a ver lo oculto”.

Prosigue Bernal….. “Para Jesús Gardea debió ser significativo el hallazgo –posiblemente entre los años 1983 y 1984– del procedimiento de Bustos, y cobraría una incidencia destacada en su escritura. En 1985, con la publicación de la novela ‘Los músicos y el fuego’, inauguró un cambio radical en su prosa, no sólo por una puntuación ahora notablemente abrupta y que se sumó a la elipsis y el hipérbaton –dos rasgos característicos de su escritura–, sino porque el tempo narrativo ahora es regulado por la iluminación. Lo que consiguió con ello Jesús Gardea es la fragmentación o dispersión de la imagen, digamos algo semejante a un gran vitral, como un rompecabezas que el propio narrador va armando con lentitud y con una auténtica paciencia de alfarero, de tal manera que la imagen parece estática o –como ocurre en muchos casos– petrificada.”

En el año 2011, siendo un servidor presidente municipal, realizamos un esfuerzo por conseguir parte de su obra y conseguimos 30 paquetes de sus libros. Volaron en cuanto los pusimos a la venta.

Pudiera seguir escribiendo mucho sobre Jesús Gardea, el maestro y amigo, pero sólo me gustaría terminar con una parte de su disertación, cuando leyó La Pecera, en 1987, en el Teatro de la Ciudad, con esa voz pausada, con esa sencillez que sólo tienen los grandes hombres, “…. yo no escribo, porque me despierten los demonios, o me inspiren las musas, o me asalten las ganas de escribir a la mitad de un día o una noche, con una necesidad imperiosa de hacerlo, escribo porque esa es mi vida”.

Anexo una lista no exhaustiva de sus obras: Es autor del libro de poemas, Canciones para una sola cuerda (1982); de los libros de cuentos Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (Premio Xavier Villarrutia, 1980), De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986), Difícil de atrapar (1995) y Donde el gimnasta (1999); y de las novelas, El sol que estás mirando (1981), La canción de las mulas muertas (1981), El tornavoz (1983), Soñar la guerra (1984), Los músicos y el fuego (1985), Sóbol (1985), El diablo en el ojo (1989), El agua de las esferas (1992), La ventana hundida (1992), Juegan los comensales (1998) y El biombo y los frutos (2001) edición póstuma.