/ miércoles 21 de octubre de 2020

Jugando a los carritos

Voy caminando en terracería y veo claramente la huella de uno de esos vehículos llamados “razor”, hay una explanada donde en círculos se marcan esas volteretas que de seguro hicieron una gran polvareda.

El camino de tierra es el ideal para estos carritos, porque su irregularidad le da la oportunidad al conductor de sentir el poder de meterse a toda velocidad al terreno irregular, para eso fueron hechos.

Cuando supe lo que cuesta un vehículo de éstos, me quedé asombrada, van de más o menos medio millón de pesos y para arriba, así que el que se puede dar el lujo debería ser una persona con acceso también a la educación, pero en muchos de los casos no se ve ni pizca de conciencia en las huellas que van dejando. ¿Por qué? Porque para empezar muchas veces no respetan los caminos y a toda velocidad y con el ruido estruendoso que hacen, arrasan con la flora y esa fauna que muchas veces no se distingue, pero ahí está. También es común que avienten las botellas y botes de sus bebidas y todo tipo de empaques de comida. Y por cierto, se ven rastros de bebidas alcohólicas, una irresponsabilidad imperdonable que agregarle a esta diversión.

He observado a sus tripulantes con esos trajes coloridos y especiales que los “protegen” con sus cascos, guantes, lentes, luciéndose en esta nueva moda de jugar a los carritos, pero no puedo dejar de pensar que todo ese circo de diversión y vestimenta está dejando descuidado en muchos aspectos a nuestra querida naturaleza.

La velocidad es la culpable de mucho de lo que nos perdemos de observar, cuando un vehículo se mueve rápidamente, en lo único que puede estar atento el conductor es en maniobrar el vehículo, en ver para adelante y “cuidar” su propia seguridad. En ese momento de velocidad, ruido y adrenalina, el valemadrismo se instala ¡Y a darle! Lo que se genera y pasa alrededor, ¿a quién le importa? ¡Déjenme en paz! ¡Que no ven que estoy jugando a los carritos! Es como si se volviera a la infancia, pero con el furor real y “adulto” de ir manejando ese juguete que un día se empujó con la mano o se maniobró con un control remoto.

Los juegos de la infancia están cargados de imaginación, y los niños suelen irse a escenarios irreales, inventando situaciones con sus figuras y todo tipo de juguetes, inclusive muchas veces en la escuela o en alguna terapia, maestros y terapeutas pueden llegar a concluir que algo le pasa a un niño, por la forma como interactúa con los demás o con los objetos. En la actualidad en este juego “adulto” de carritos, también simples ciudadanos podemos llegar a la conclusión de que algo les pasa a aquellos que a toda velocidad dejan un rastro de deterioro ambiental.

Y muchos dirán ¡Todos tenemos derecho a divertirnos! ¡Y sí, es verdad! ¿Pero a costa de que? Esta pregunta nos llama a pensar en los demás y en ese medioambiente que hoy más que nunca grita ¡Auxilio!

El control de los daños que ocasionan estos carritos de adultos es casi imposible, porque sus travesías están en lugares de terracería alejados, donde muchas veces no hay vigilancia, así que la única esperanza es que los mismos conductores tomen conciencia de lo que ocasionan al salirse de los caminos, de lo que dañan a las especies vivas con esas bocinas a todo volumen, de lo que pueden ocasionar manejando estas bestias en estado de ebriedad, y de lo que lastiman a los ecosistemas dejando todo tipo de basura.

Jugar a los carritos ya no es cosa de niños, en la actualidad es una diversión adulta que hay que analizar, vigilar y sancionar por las faltas que cometen.

Vigilante: Donde quiera que transites no descuides el medio que te da todo lo necesario para vivir: la naturaleza. Juega responsablemente ¡Por favor!


Voy caminando en terracería y veo claramente la huella de uno de esos vehículos llamados “razor”, hay una explanada donde en círculos se marcan esas volteretas que de seguro hicieron una gran polvareda.

El camino de tierra es el ideal para estos carritos, porque su irregularidad le da la oportunidad al conductor de sentir el poder de meterse a toda velocidad al terreno irregular, para eso fueron hechos.

Cuando supe lo que cuesta un vehículo de éstos, me quedé asombrada, van de más o menos medio millón de pesos y para arriba, así que el que se puede dar el lujo debería ser una persona con acceso también a la educación, pero en muchos de los casos no se ve ni pizca de conciencia en las huellas que van dejando. ¿Por qué? Porque para empezar muchas veces no respetan los caminos y a toda velocidad y con el ruido estruendoso que hacen, arrasan con la flora y esa fauna que muchas veces no se distingue, pero ahí está. También es común que avienten las botellas y botes de sus bebidas y todo tipo de empaques de comida. Y por cierto, se ven rastros de bebidas alcohólicas, una irresponsabilidad imperdonable que agregarle a esta diversión.

He observado a sus tripulantes con esos trajes coloridos y especiales que los “protegen” con sus cascos, guantes, lentes, luciéndose en esta nueva moda de jugar a los carritos, pero no puedo dejar de pensar que todo ese circo de diversión y vestimenta está dejando descuidado en muchos aspectos a nuestra querida naturaleza.

La velocidad es la culpable de mucho de lo que nos perdemos de observar, cuando un vehículo se mueve rápidamente, en lo único que puede estar atento el conductor es en maniobrar el vehículo, en ver para adelante y “cuidar” su propia seguridad. En ese momento de velocidad, ruido y adrenalina, el valemadrismo se instala ¡Y a darle! Lo que se genera y pasa alrededor, ¿a quién le importa? ¡Déjenme en paz! ¡Que no ven que estoy jugando a los carritos! Es como si se volviera a la infancia, pero con el furor real y “adulto” de ir manejando ese juguete que un día se empujó con la mano o se maniobró con un control remoto.

Los juegos de la infancia están cargados de imaginación, y los niños suelen irse a escenarios irreales, inventando situaciones con sus figuras y todo tipo de juguetes, inclusive muchas veces en la escuela o en alguna terapia, maestros y terapeutas pueden llegar a concluir que algo le pasa a un niño, por la forma como interactúa con los demás o con los objetos. En la actualidad en este juego “adulto” de carritos, también simples ciudadanos podemos llegar a la conclusión de que algo les pasa a aquellos que a toda velocidad dejan un rastro de deterioro ambiental.

Y muchos dirán ¡Todos tenemos derecho a divertirnos! ¡Y sí, es verdad! ¿Pero a costa de que? Esta pregunta nos llama a pensar en los demás y en ese medioambiente que hoy más que nunca grita ¡Auxilio!

El control de los daños que ocasionan estos carritos de adultos es casi imposible, porque sus travesías están en lugares de terracería alejados, donde muchas veces no hay vigilancia, así que la única esperanza es que los mismos conductores tomen conciencia de lo que ocasionan al salirse de los caminos, de lo que dañan a las especies vivas con esas bocinas a todo volumen, de lo que pueden ocasionar manejando estas bestias en estado de ebriedad, y de lo que lastiman a los ecosistemas dejando todo tipo de basura.

Jugar a los carritos ya no es cosa de niños, en la actualidad es una diversión adulta que hay que analizar, vigilar y sancionar por las faltas que cometen.

Vigilante: Donde quiera que transites no descuides el medio que te da todo lo necesario para vivir: la naturaleza. Juega responsablemente ¡Por favor!


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