/ viernes 8 de febrero de 2019

“Juvenicidio”, una palabra más

En la mayoría de los 200 mil asesinatos que se han registrado en México como efecto de la violencia, las víctimas son jóvenes. Estamos perdiendo vidas tempranas en circunstancias que desmoralizan a quienes se involucran por lograr o mantener una calidad en la sociedad.

Acabo de leer un comunicado del Concejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en el que se informa que Colegio de la Frontera Norte (Colef) abre su convocatoria para registrarse en el diplomado “Juvenicidio y vidas precarias en América Latina”.

Ya vemos: Las instituciones académicas están procediendo a estudiar esta lamentable realidad que enfrentamos y nos impone un reto muy importante como sociedad. Pero más allá de nombrar fenómenos, lo que urge es entenderlos y actuar en consecuencia.

En su texto “El espectáculo de la violencia en el México actual: del feminicidio al juvenicidio”, la investigadora Mariana Berlanga Gayón expone que “La violencia se volvió cotidiana en territorio mexicano a partir del 2006, una vez que el expresidente Felipe Calderón declarara la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’”.

Berlanga continúa escribiendo: “El gobierno habló de ‘daños colaterales’ para justificar un derramamiento de sangre de jóvenes, casi siempre pobres y racializados. Las fotografías de ejecutados, degollados, colgados y encajuelados circularon por todos los medios posibles”.

Las circunstancias en las cuales están creciendo nuestros jóvenes conforman un escenario definido por su vulnerabilidad. ¿Y qué estamos haciendo entonces para frenar esa alarmante pérdida de vidas que apenas comienzan, más allá forjar un nombre para ese tipo de asesinato? ¿Qué hacemos para cambiar esas circunstancias?

Acuñar términos no es lo que estamos necesitando. “Juvenicidio” es un reciente invento lingüístico que aún no aparece en el diccionario, no una respuesta plausible a la necrótica realidad.

Urgen acciones, decisiones estratégicas, más que palabras. Muchachos entre 15 y 30 años que dejan de existir a causa de la violencia es algo muy serio, algo que por sí mismo nos exhibe como unos inútiles en el mantenimiento de una sociedad civilizada.

En la mayoría de los 200 mil asesinatos que se han registrado en México como efecto de la violencia, las víctimas son jóvenes. Estamos perdiendo vidas tempranas en circunstancias que desmoralizan a quienes se involucran por lograr o mantener una calidad en la sociedad.

Acabo de leer un comunicado del Concejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en el que se informa que Colegio de la Frontera Norte (Colef) abre su convocatoria para registrarse en el diplomado “Juvenicidio y vidas precarias en América Latina”.

Ya vemos: Las instituciones académicas están procediendo a estudiar esta lamentable realidad que enfrentamos y nos impone un reto muy importante como sociedad. Pero más allá de nombrar fenómenos, lo que urge es entenderlos y actuar en consecuencia.

En su texto “El espectáculo de la violencia en el México actual: del feminicidio al juvenicidio”, la investigadora Mariana Berlanga Gayón expone que “La violencia se volvió cotidiana en territorio mexicano a partir del 2006, una vez que el expresidente Felipe Calderón declarara la llamada ‘guerra contra el narcotráfico’”.

Berlanga continúa escribiendo: “El gobierno habló de ‘daños colaterales’ para justificar un derramamiento de sangre de jóvenes, casi siempre pobres y racializados. Las fotografías de ejecutados, degollados, colgados y encajuelados circularon por todos los medios posibles”.

Las circunstancias en las cuales están creciendo nuestros jóvenes conforman un escenario definido por su vulnerabilidad. ¿Y qué estamos haciendo entonces para frenar esa alarmante pérdida de vidas que apenas comienzan, más allá forjar un nombre para ese tipo de asesinato? ¿Qué hacemos para cambiar esas circunstancias?

Acuñar términos no es lo que estamos necesitando. “Juvenicidio” es un reciente invento lingüístico que aún no aparece en el diccionario, no una respuesta plausible a la necrótica realidad.

Urgen acciones, decisiones estratégicas, más que palabras. Muchachos entre 15 y 30 años que dejan de existir a causa de la violencia es algo muy serio, algo que por sí mismo nos exhibe como unos inútiles en el mantenimiento de una sociedad civilizada.