/ domingo 20 de diciembre de 2020

La 4T y el valor del salario

En estos días el gobierno federal, representantes de las organizaciones patronales y líderes sindicales están negociando los salarios mínimos que habrán de regir en los mercados de trabajo durante el 2021.

Aunque el debate sobre el salario justo para muchos es un asunto cotidiano, propio de la época decembrina, en realidad desde 2019 nos encontramos ante una negociación distinta a las realizadas durante un largo periodo que comenzó en 1971 y se extendió hasta 2018.

Durante este medio siglo, que coincide con la presencia de los gobiernos neoliberales, se mantuvo un modelo económico en el que las negociaciones para fijar los salarios mínimos siempre eran contrarias a los trabajadores. En las mesas de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos no aparecía su voz; los patrones y el gobierno invariablemente coincidían y los representantes de los trabajadores se sumaban a las propuestas “imparciales” de quienes dictaban la voluntad del presidente en turno.

Desde ese año de 1971 la economía mundial empezó a lidiar con el fenómeno de la inflación y muy pronto resurgió una escuela de pensamiento económico que encontró en el alza de precios un mal que debía ser combatido independientemente de sus consecuencias.

En México esa posición se tornó en un pánico a la inflación que fue el pretexto para controlar y deprimir los salarios hasta niveles inconcebibles. Respetando acuerdos con el FMI, las negociaciones salariales se hacían para frenar la inflación, con una receta por delante: nunca permitir incrementos superiores a la inflación.

Después de la crisis, registrada a partir de febrero de 1982, los gobiernos neoliberales con esa receta en la mano instauraron un régimen de terror económico que sistemáticamente combatió la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de los salarios hasta alcanzar la cuarta parte del nivel alcanzado en 1975.

En todo ese periodo los empresarios y el gobierno nunca consideraron el daño que causaban a las familias mexicanas que vivían del salario, y con extrema frecuencia de un solo salario. Tampoco imaginaron que con ello habían establecido un régimen económico de horror, que pronto provocaría un mundo de barbarie y violencia que no tiene otro origen que la pobreza originada en los bajos salarios de nuestros millones de trabajadores.

Por ello la disputa por el salario no es un asunto más en la agenda del 4T, es el tema central por excelencia; un tema que muestra el gran compromiso de nuestro presidente con los pobres, con los trabajadores. Una voluntad ya expresada de mil maneras, pero que en esta materia ha ofrecido varias muestras de protección y apoyo, como el incremento al doble en el salario de la frontera norte, y tres incrementos salariales sucesivos por encima de la inflación en 2019, 2020 y ahora 2021.

Además, hoy tenemos la evidencia de que los salarios pueden mejorar sin que ello provoque mayor inflación. Estamos en una nueva época en que los trabajadores nunca más estarán solos.

En estos días el gobierno federal, representantes de las organizaciones patronales y líderes sindicales están negociando los salarios mínimos que habrán de regir en los mercados de trabajo durante el 2021.

Aunque el debate sobre el salario justo para muchos es un asunto cotidiano, propio de la época decembrina, en realidad desde 2019 nos encontramos ante una negociación distinta a las realizadas durante un largo periodo que comenzó en 1971 y se extendió hasta 2018.

Durante este medio siglo, que coincide con la presencia de los gobiernos neoliberales, se mantuvo un modelo económico en el que las negociaciones para fijar los salarios mínimos siempre eran contrarias a los trabajadores. En las mesas de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos no aparecía su voz; los patrones y el gobierno invariablemente coincidían y los representantes de los trabajadores se sumaban a las propuestas “imparciales” de quienes dictaban la voluntad del presidente en turno.

Desde ese año de 1971 la economía mundial empezó a lidiar con el fenómeno de la inflación y muy pronto resurgió una escuela de pensamiento económico que encontró en el alza de precios un mal que debía ser combatido independientemente de sus consecuencias.

En México esa posición se tornó en un pánico a la inflación que fue el pretexto para controlar y deprimir los salarios hasta niveles inconcebibles. Respetando acuerdos con el FMI, las negociaciones salariales se hacían para frenar la inflación, con una receta por delante: nunca permitir incrementos superiores a la inflación.

Después de la crisis, registrada a partir de febrero de 1982, los gobiernos neoliberales con esa receta en la mano instauraron un régimen de terror económico que sistemáticamente combatió la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de los salarios hasta alcanzar la cuarta parte del nivel alcanzado en 1975.

En todo ese periodo los empresarios y el gobierno nunca consideraron el daño que causaban a las familias mexicanas que vivían del salario, y con extrema frecuencia de un solo salario. Tampoco imaginaron que con ello habían establecido un régimen económico de horror, que pronto provocaría un mundo de barbarie y violencia que no tiene otro origen que la pobreza originada en los bajos salarios de nuestros millones de trabajadores.

Por ello la disputa por el salario no es un asunto más en la agenda del 4T, es el tema central por excelencia; un tema que muestra el gran compromiso de nuestro presidente con los pobres, con los trabajadores. Una voluntad ya expresada de mil maneras, pero que en esta materia ha ofrecido varias muestras de protección y apoyo, como el incremento al doble en el salario de la frontera norte, y tres incrementos salariales sucesivos por encima de la inflación en 2019, 2020 y ahora 2021.

Además, hoy tenemos la evidencia de que los salarios pueden mejorar sin que ello provoque mayor inflación. Estamos en una nueva época en que los trabajadores nunca más estarán solos.