/ domingo 31 de enero de 2021

La agenda contemporánea de un buen gobierno

Nadie puede negar que estamos viviendo un periodo de cambios y transformaciones vertiginosas en todos los planos de nuestra vida social. En consecuencia, en todos sus niveles los buenos gobiernos enfrentan un reto esencial: responder oportunamente a las nuevas transformaciones que la sociedad global les impone.

Se trata de una agenda compleja, pero que en realidad tiene tres grandes vertientes que deben atenderse a tiempo y con extremo cuidado. La primera de ellas tiene que ver con las transformaciones del sistema productivo, la segunda con las consecuencias sociales y ambientales que provoca la operación de ese sistema, y la tercera con el grado de desarrollo político y democrático que alcanza un país.

Cuando uno revisa la historia reciente de nuestro país observa que los gobiernos establecidos en el periodo que siguió a la gran crisis de 1982 fueron incapaces de responder a los retos que les imponía una época de cambio, con una agenda tan exigente.

Para empezar, cometieron dos errores fatales; fueron presa de una idea falsa: supusieron que para las transformaciones económicas sólo existía un modelo de crecimiento centrado en una globalización irrestricta, centrada y dirigida por las grandes empresas internacionales, que para nada tomaba en cuenta las vocaciones productivas, de las naciones, de las regiones y sus grandes o pequeñas comunidades.

No existía alternativa: si para encadenarse a los procesos mundiales de producción era necesarios destruir o devastar las plantas productivas nacionales, este costo tan alto debía de pagarse.

El tercer error los llevó a suponer que mientras el aparato productivo se incorporaba a las redes mundiales de comercio, el desarrollo político y democrático y, sobre todo, los efectos perversos de la globalización, manifiestos en niveles insostenibles de desigualdad en todos los planos de la vida social, debían esperar; era parte del sacrificio, de un modelo de desarrollo sin alternativas.

Un cuarto error los llevó a suponer que el desarrollo político y democrático se reducía a garantizar las libertades civiles, mejorar los procesos electorales y a fundar organismos autónomos que vigilaran el quehacer de los gobiernos, sin tener en cuenta la importancia de democratizar las propias instituciones desde adentro. Bajo esta visión el ejercicio de una vida libre y democrática de instituciones tan importantes como la familia, la escuela, las universidades, los sindicatos, las empresas, las iglesias y paradójicamente, hasta de los partidos políticos, no era relevante.

Pero el quinto error y el más grande de este modelo de desarrollo, tan afín al pensamiento neoliberal, fue cegarse ante la evidencia de que este modelo productivo generaba niveles de pobreza y desigualdad, jamás imaginados e inaceptables en el marco de la propia civilización occidental.

Como todos los mexicanos lo sabemos y lo hemos sufrido en carne propia los últimos gobiernos del PRI y del PAN, desde Salinas hasta Peña Nieto, fueron fieles al pensamiento neoliberal y prácticamente devastaron nuestras capacidades productivas, introdujeron un modelo de vida democrática, limitado, al gusto de las élites, y hundieron en la pobreza a más del 60% más de las familias mexicanas.

Ante esta devastación económica, política y social que nos heredaron los gobiernos neoliberales, Morena, AMLO, el gobierno de la 4T y la inmensa mayoría del pueblo mexicano, desde 2018 estamos construyendo una sociedad radicalmente diferente, en la que rápidamente se están superando todos los errores y abusos señalados; y aunque los adoradores del mundo neoliberal se nieguen a aceptarlo ya estamos viviendo.

Nuestros opositores tienen que abrir los ojos: la sociedad injusta, deshonesta y desigual que levantaron forma parte del mundo de ayer; el mundo de hoy es el de la cuarta transformación, donde avanzamos hacia un México justo, honesto, cabalmente libre, democrático y enteramente igualitario.

Nadie puede negar que estamos viviendo un periodo de cambios y transformaciones vertiginosas en todos los planos de nuestra vida social. En consecuencia, en todos sus niveles los buenos gobiernos enfrentan un reto esencial: responder oportunamente a las nuevas transformaciones que la sociedad global les impone.

Se trata de una agenda compleja, pero que en realidad tiene tres grandes vertientes que deben atenderse a tiempo y con extremo cuidado. La primera de ellas tiene que ver con las transformaciones del sistema productivo, la segunda con las consecuencias sociales y ambientales que provoca la operación de ese sistema, y la tercera con el grado de desarrollo político y democrático que alcanza un país.

Cuando uno revisa la historia reciente de nuestro país observa que los gobiernos establecidos en el periodo que siguió a la gran crisis de 1982 fueron incapaces de responder a los retos que les imponía una época de cambio, con una agenda tan exigente.

Para empezar, cometieron dos errores fatales; fueron presa de una idea falsa: supusieron que para las transformaciones económicas sólo existía un modelo de crecimiento centrado en una globalización irrestricta, centrada y dirigida por las grandes empresas internacionales, que para nada tomaba en cuenta las vocaciones productivas, de las naciones, de las regiones y sus grandes o pequeñas comunidades.

No existía alternativa: si para encadenarse a los procesos mundiales de producción era necesarios destruir o devastar las plantas productivas nacionales, este costo tan alto debía de pagarse.

El tercer error los llevó a suponer que mientras el aparato productivo se incorporaba a las redes mundiales de comercio, el desarrollo político y democrático y, sobre todo, los efectos perversos de la globalización, manifiestos en niveles insostenibles de desigualdad en todos los planos de la vida social, debían esperar; era parte del sacrificio, de un modelo de desarrollo sin alternativas.

Un cuarto error los llevó a suponer que el desarrollo político y democrático se reducía a garantizar las libertades civiles, mejorar los procesos electorales y a fundar organismos autónomos que vigilaran el quehacer de los gobiernos, sin tener en cuenta la importancia de democratizar las propias instituciones desde adentro. Bajo esta visión el ejercicio de una vida libre y democrática de instituciones tan importantes como la familia, la escuela, las universidades, los sindicatos, las empresas, las iglesias y paradójicamente, hasta de los partidos políticos, no era relevante.

Pero el quinto error y el más grande de este modelo de desarrollo, tan afín al pensamiento neoliberal, fue cegarse ante la evidencia de que este modelo productivo generaba niveles de pobreza y desigualdad, jamás imaginados e inaceptables en el marco de la propia civilización occidental.

Como todos los mexicanos lo sabemos y lo hemos sufrido en carne propia los últimos gobiernos del PRI y del PAN, desde Salinas hasta Peña Nieto, fueron fieles al pensamiento neoliberal y prácticamente devastaron nuestras capacidades productivas, introdujeron un modelo de vida democrática, limitado, al gusto de las élites, y hundieron en la pobreza a más del 60% más de las familias mexicanas.

Ante esta devastación económica, política y social que nos heredaron los gobiernos neoliberales, Morena, AMLO, el gobierno de la 4T y la inmensa mayoría del pueblo mexicano, desde 2018 estamos construyendo una sociedad radicalmente diferente, en la que rápidamente se están superando todos los errores y abusos señalados; y aunque los adoradores del mundo neoliberal se nieguen a aceptarlo ya estamos viviendo.

Nuestros opositores tienen que abrir los ojos: la sociedad injusta, deshonesta y desigual que levantaron forma parte del mundo de ayer; el mundo de hoy es el de la cuarta transformación, donde avanzamos hacia un México justo, honesto, cabalmente libre, democrático y enteramente igualitario.