/ jueves 26 de octubre de 2017

La Cabaña

En días anteriores tuvimos oportunidad de ver la película La Cabaña, adaptación del libro de William Paul Young, sólo por la curiosidad de ser mencionada en distintos medios de comunicación. Su popularidad se basa en que se trata de un acercamiento a los grandes temas filosóficos del mal, y de cómo se puede conciliar con la idea de un Dios amoroso que desea el bien para la humanidad. La historia busca contrastar la idea que se tiene de Dios, según lo que el autor piensa que debería ser nuestro concepto y el de las religiones institucionalizadas.

En principio, parece un buen intento de llevar profundos temas filosóficos a la superficie con una historia de fondo que sirva como marco para resolver las dudas y prejuicios del protagonista a raíz del rapto y la muerte de su hija menor. Como todo tema que implica dolor o pérdida, es natural que en el cerebro se active naturalmente la necesidad de preguntarse y darle un sentido a los acontecimientos que nos afectan en un intento de manipular las variables que conducen nuestro destino y conciliarlas con nuestros mayores intereses.

Se engancha al protagonista (Mackenzie) con un encuentro idealizado con los personajes que encarnan la Trinidad, el concepto tradicional que se tiene de Dios, y cada uno lo introduce en los distintos ángulos del conflicto que él vive. Dios padre-madre centra su explicación del asunto en su amor y en lo que los seres humanos no podemos ver a simple vista, en especial, que Dios comparte el dolor de la humanidad; el hijo-Cristo en la conexión que nos une a Dios a través de su humanidad; y ella-Espíritu Santo en el papel benéfico del dolor y el mundo.

Paso seguido, se cierra este ciclo filosófico con el tema de que sin libertad, no hay bien y mal, y entra, finalmente, la Sabiduría, para aclarar que no podemos juzgar indiscriminadamente un mundo que nunca será perfecto. Pasa, luego, al tema místico donde observa a través de una cortina de agua cristalina a su hija viva. Aquí hay que indicar que se toca un tema debatido, pero que el espíritu humano no puede eludir o evitar, pues se necesita doctrina para abordarlo o vivirlo: la importante y descuidada doctrina católica de la comunión de los santos.

Trátese de la comunidad que forman los vivos del cielo y los de la tierra como una cuestión de economía divina o por una necesidad de sentirse conectados con las personas que amamos, han sido los conceptos que las doctrinas laicas o religiosas modernas nos han querido arrebatar y cuyo mensaje es que nunca estamos solos, que los vivos del cielo rezan y piensan en nosotros a través de Dios, y que nosotros podemos pedir que recen por nosotros o nosotros podemos rezar por ellos, tal como los primeros cristianos mostraban en sus catacumbas.

Fuera de la simplificación, tal vez un poco excesiva de este y otros conceptos religiosos, la película pudiera ser el inicio para aventurarse en los terrenos de la doctrina tradicional católica, que proporciona conceptos filosóficos que, en vez de separarnos de los muertos, nos une a ellos, porque están vivos y que, fuera de darle más importancia a lo que pasa en este mundo, no perdamos de vista lo que vivimos en el siguiente bajo la luz de Dios. Los antiguos dirían en las Catacumbas de san Pánfilo: “Mártires santos, buenos, benditos, ayudad a Siriaco”.

agusperezr@hotmail.com

En días anteriores tuvimos oportunidad de ver la película La Cabaña, adaptación del libro de William Paul Young, sólo por la curiosidad de ser mencionada en distintos medios de comunicación. Su popularidad se basa en que se trata de un acercamiento a los grandes temas filosóficos del mal, y de cómo se puede conciliar con la idea de un Dios amoroso que desea el bien para la humanidad. La historia busca contrastar la idea que se tiene de Dios, según lo que el autor piensa que debería ser nuestro concepto y el de las religiones institucionalizadas.

En principio, parece un buen intento de llevar profundos temas filosóficos a la superficie con una historia de fondo que sirva como marco para resolver las dudas y prejuicios del protagonista a raíz del rapto y la muerte de su hija menor. Como todo tema que implica dolor o pérdida, es natural que en el cerebro se active naturalmente la necesidad de preguntarse y darle un sentido a los acontecimientos que nos afectan en un intento de manipular las variables que conducen nuestro destino y conciliarlas con nuestros mayores intereses.

Se engancha al protagonista (Mackenzie) con un encuentro idealizado con los personajes que encarnan la Trinidad, el concepto tradicional que se tiene de Dios, y cada uno lo introduce en los distintos ángulos del conflicto que él vive. Dios padre-madre centra su explicación del asunto en su amor y en lo que los seres humanos no podemos ver a simple vista, en especial, que Dios comparte el dolor de la humanidad; el hijo-Cristo en la conexión que nos une a Dios a través de su humanidad; y ella-Espíritu Santo en el papel benéfico del dolor y el mundo.

Paso seguido, se cierra este ciclo filosófico con el tema de que sin libertad, no hay bien y mal, y entra, finalmente, la Sabiduría, para aclarar que no podemos juzgar indiscriminadamente un mundo que nunca será perfecto. Pasa, luego, al tema místico donde observa a través de una cortina de agua cristalina a su hija viva. Aquí hay que indicar que se toca un tema debatido, pero que el espíritu humano no puede eludir o evitar, pues se necesita doctrina para abordarlo o vivirlo: la importante y descuidada doctrina católica de la comunión de los santos.

Trátese de la comunidad que forman los vivos del cielo y los de la tierra como una cuestión de economía divina o por una necesidad de sentirse conectados con las personas que amamos, han sido los conceptos que las doctrinas laicas o religiosas modernas nos han querido arrebatar y cuyo mensaje es que nunca estamos solos, que los vivos del cielo rezan y piensan en nosotros a través de Dios, y que nosotros podemos pedir que recen por nosotros o nosotros podemos rezar por ellos, tal como los primeros cristianos mostraban en sus catacumbas.

Fuera de la simplificación, tal vez un poco excesiva de este y otros conceptos religiosos, la película pudiera ser el inicio para aventurarse en los terrenos de la doctrina tradicional católica, que proporciona conceptos filosóficos que, en vez de separarnos de los muertos, nos une a ellos, porque están vivos y que, fuera de darle más importancia a lo que pasa en este mundo, no perdamos de vista lo que vivimos en el siguiente bajo la luz de Dios. Los antiguos dirían en las Catacumbas de san Pánfilo: “Mártires santos, buenos, benditos, ayudad a Siriaco”.

agusperezr@hotmail.com