/ jueves 25 de febrero de 2021

La carrucha de doña Bartola

Doña Bartola es una paupérrima mujer oriunda de Batopilas que arrastra en su frágil humanidad 100 años de existencia, que a pesar de que no habla, las grietas en su rostro reflejan un sufrimiento que sólo su vejez lo entiende y reconoce, por la forma tan cruel sobre cómo ha podido sostenerse tras un siglo en esas condiciones de ignominia, en una comunidad calificada por Coneval de pobreza extrema.

Fue precisamente cuando hace unos días transportada por su hijo en una desvencijada carrucha para afianzarse férreamente con sus cansadas manos, en el vaivén de movimientos de varios kilómetros, llegaba al centro de salud a tan ansiada cita para vacunarse contra el Covid. Batopilas es de los lugares de mayor contraste en el mundo, pues fue la primera población en el país en llegar la electricidad en 1889 con una pequeña planta hidroeléctrica; pero no fue por gracia expresa del gobierno porfirista, sino por una rica compañía americana propiedad de Alexander Shepherd, ante el hallazgo de una importante veta de plata y oro que habría de explotar con inusitadas ganancias, ocupando mano de obra indígena en las profundidades de las minas, bajo condiciones infrahumanas y nula seguridad.

En ese cobijo de harta miseria doña Bartola nació y creció dentro de un desteñido cuarto de adobe, sintiendo todas las injusticias y adversidades que nos pudiéramos imaginar, donde por décadas los gobiernos postrevolucionarios jamás voltearon a ver a su comunidad para construir abajo de la barranca alguna escuela, una clínica o un camino. Tierra de estigmatizados caciques comprometidos con las compañías mineras y forestales inmersos en corrupción.

La llegada sorpresiva de doña Bartola a la cita de vacunación, con su mirada perdida ante la presencia de médicos y enfermeras de bata blanca y soldados armados, viene a desnudar el retrato hablado de una mujer rodeada de inmensurable abandono, pero con un estoicismo ejemplar que aún la mantiene viva, como si se tratara de una escena cotidiana que sólo se puede observar en las aldeas africanas más olvidadas. Si bien Batopilas en la agenda de turismo es un Pueblo Mágico, presumiendo los lugareños de haber existido 300 minas, en la agenda social es un “pueblo de penurias” anclado en territorios compartidos con el crimen organizado.

Doña Bartola representa la injusticia, abandono y miseria no sólo de los viejos de todos esos municipios, que a pesar de su memoria demolida por el paso de los años sigue viva postrada en una cama. Seguramente debió sentir dentro de la punzante aguja de la vacuna, las “gotas mágicas” para seguir sobreviviendo aunque sea en la amargura y desconsuelo en este lejano pueblo. efconsultor@yahoo.com

Su imagen habría de recorrer en instantes el mundo entero, al no contar su familia con algunos miserables pesos para haberle costeado un medio digno de transporte.

Doña Bartola es una paupérrima mujer oriunda de Batopilas que arrastra en su frágil humanidad 100 años de existencia, que a pesar de que no habla, las grietas en su rostro reflejan un sufrimiento que sólo su vejez lo entiende y reconoce, por la forma tan cruel sobre cómo ha podido sostenerse tras un siglo en esas condiciones de ignominia, en una comunidad calificada por Coneval de pobreza extrema.

Fue precisamente cuando hace unos días transportada por su hijo en una desvencijada carrucha para afianzarse férreamente con sus cansadas manos, en el vaivén de movimientos de varios kilómetros, llegaba al centro de salud a tan ansiada cita para vacunarse contra el Covid. Batopilas es de los lugares de mayor contraste en el mundo, pues fue la primera población en el país en llegar la electricidad en 1889 con una pequeña planta hidroeléctrica; pero no fue por gracia expresa del gobierno porfirista, sino por una rica compañía americana propiedad de Alexander Shepherd, ante el hallazgo de una importante veta de plata y oro que habría de explotar con inusitadas ganancias, ocupando mano de obra indígena en las profundidades de las minas, bajo condiciones infrahumanas y nula seguridad.

En ese cobijo de harta miseria doña Bartola nació y creció dentro de un desteñido cuarto de adobe, sintiendo todas las injusticias y adversidades que nos pudiéramos imaginar, donde por décadas los gobiernos postrevolucionarios jamás voltearon a ver a su comunidad para construir abajo de la barranca alguna escuela, una clínica o un camino. Tierra de estigmatizados caciques comprometidos con las compañías mineras y forestales inmersos en corrupción.

La llegada sorpresiva de doña Bartola a la cita de vacunación, con su mirada perdida ante la presencia de médicos y enfermeras de bata blanca y soldados armados, viene a desnudar el retrato hablado de una mujer rodeada de inmensurable abandono, pero con un estoicismo ejemplar que aún la mantiene viva, como si se tratara de una escena cotidiana que sólo se puede observar en las aldeas africanas más olvidadas. Si bien Batopilas en la agenda de turismo es un Pueblo Mágico, presumiendo los lugareños de haber existido 300 minas, en la agenda social es un “pueblo de penurias” anclado en territorios compartidos con el crimen organizado.

Doña Bartola representa la injusticia, abandono y miseria no sólo de los viejos de todos esos municipios, que a pesar de su memoria demolida por el paso de los años sigue viva postrada en una cama. Seguramente debió sentir dentro de la punzante aguja de la vacuna, las “gotas mágicas” para seguir sobreviviendo aunque sea en la amargura y desconsuelo en este lejano pueblo. efconsultor@yahoo.com

Su imagen habría de recorrer en instantes el mundo entero, al no contar su familia con algunos miserables pesos para haberle costeado un medio digno de transporte.