/ viernes 1 de febrero de 2019

La “Cartilla moral” y el impulso a la lectura

La “Cartilla moral”, que comienza a difundir el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, fue escrita en 1944 por el humanista Alfonso Reyes, siendo secretario de Educación Pública otro notable ensayista y poeta: Jaime Mario Torres Bodet, quien solicitó el texto a aquél para llevarlo a las escuelas.

El texto de Reyes fue censurado de inmediato por los grupos de poder animados por el liberalismo y el laicismo. Así debió ser, ya que el solo término “moral” causa algo así como una reacción alérgica entre los espíritus progresistas, quienes suelen conectar en automático la norma probondad con los intereses religiosos. Así que la primera edición, con iniciativa independiente del mismo Reyes, tuvo que esperar hasta 1952.

La “Cartilla moral” reimpresa por el actual gobierno federal, que corresponde a la edición de 1992, “constituye una adaptación de José Luis Martínez”, según se escribe en la página legal del mismo. El humanista José Luis Martínez fue secretario particular de Torres Bodet de 1943 a 1946.

La Secretaría de Educación Pública reimprimió la obra en el 2018. López Obrador escribe en la presentación de la misma que su difusión “es un primer paso para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad”.

Esto significa que el presidente de México tiene una confianza en la lectura como instrumento para la transformación de las personas y, mediante ello, el mejoramiento una sociedad que perdió “valores culturales, morales y espirituales”, como él mismo lo señala.

Más allá de lo anacrónico que a muchos les parezca el texto de Alfonso Reyes, o de lo conservador que resulte para otros, lo que importa en este experimento es el gesto de revalorizar el papel de la lectura en la formación de los seres humanos.

Soslayando discusiones ideológicas o ético-filosóficas, contemplemos momentáneamente el hecho del reconocimiento al ejercicio de leer como acción que desata potencias humanas que pueden llevar a una mejor calidad de vida. ¿Acaso no es esto plausible?

La “Cartilla moral”, que comienza a difundir el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, fue escrita en 1944 por el humanista Alfonso Reyes, siendo secretario de Educación Pública otro notable ensayista y poeta: Jaime Mario Torres Bodet, quien solicitó el texto a aquél para llevarlo a las escuelas.

El texto de Reyes fue censurado de inmediato por los grupos de poder animados por el liberalismo y el laicismo. Así debió ser, ya que el solo término “moral” causa algo así como una reacción alérgica entre los espíritus progresistas, quienes suelen conectar en automático la norma probondad con los intereses religiosos. Así que la primera edición, con iniciativa independiente del mismo Reyes, tuvo que esperar hasta 1952.

La “Cartilla moral” reimpresa por el actual gobierno federal, que corresponde a la edición de 1992, “constituye una adaptación de José Luis Martínez”, según se escribe en la página legal del mismo. El humanista José Luis Martínez fue secretario particular de Torres Bodet de 1943 a 1946.

La Secretaría de Educación Pública reimprimió la obra en el 2018. López Obrador escribe en la presentación de la misma que su difusión “es un primer paso para iniciar una reflexión nacional sobre los principios y valores que pueden contribuir a que en nuestras comunidades, en nuestro país, haya una convivencia armónica y respeto a la pluralidad y a la diversidad”.

Esto significa que el presidente de México tiene una confianza en la lectura como instrumento para la transformación de las personas y, mediante ello, el mejoramiento una sociedad que perdió “valores culturales, morales y espirituales”, como él mismo lo señala.

Más allá de lo anacrónico que a muchos les parezca el texto de Alfonso Reyes, o de lo conservador que resulte para otros, lo que importa en este experimento es el gesto de revalorizar el papel de la lectura en la formación de los seres humanos.

Soslayando discusiones ideológicas o ético-filosóficas, contemplemos momentáneamente el hecho del reconocimiento al ejercicio de leer como acción que desata potencias humanas que pueden llevar a una mejor calidad de vida. ¿Acaso no es esto plausible?