/ jueves 21 de junio de 2018

La castidad para todos

De acuerdo a monseñor George A. Kelly, en el mundo moderno existe gran confusión acerca de la castidad. En las sociedades o círculos que se dicen “avanzados” no es muy popular, ni siquiera entre los solteros. No es raro que el donjuán de nuestros días importune a su amada con esta pregunta: “¿Para qué te estás guardando?”, como si no tener relaciones sexuales fuera algo anticuado o anormal. Por malo que nos pueda resultar este razonamiento, es erróneo considerar que la castidad es algo exclusivo de los solteros. La verdad, es la siguiente:

La castidad es una virtud moral que permite, a casados y solteros, usar debidamente sus facultades sexuales. Por ejemplo, la virtud de la templanza nos permite comer y beber lo que necesitamos para vivir, y nos impide hacerlo en exceso, muy poco, o que sea nocivo para nosotros. Así, pues, la castidad es la virtud que nos dice cuándo debemos o no, con quién y cuándo usar nuestras facultades sexuales de manera inteligente y razonable, tal como Dios quería que amáramos sexualmente. Claro que la castidad impone cosas diferentes a casados y solteros.

En el caso de los esposos, son castos cuando usan debidamente sus derechos conyugales. La castidad, pues, impone el amor sexual. En el matrimonio, se espera que hombres y mujeres usen el sexo como medio de fortalecer su amor. Por ejemplo, la mujer que se niega a su marido, ofende, tanto a la justicia como a la castidad, tal como el marido que ejerce grosera y brutalmente sus derechos conyugales. Y los solteros no pueden buscar deliberadamente la satisfacción sexual sin consecuencias. La castidad, pues, no es privación de la sexualidad, sino el uso debido del sexo.

Incluso, este derecho significa que no debe usarse cuando la esposa está enferma, queda encinta o el marido se ausenta del hogar por negocios. Por desgracia, son demasiadas las personas que consideran que el matrimonio es un campo de juego para las energías sexuales, sobre todo, cuando hay siquiatras que consideran que la salud mental es ceder a los instintos y la neurosis parte del dominio de los apetitos. Pero como diría Erich Fromm en su obra “El arte de amar”, que los hechos clínicos demuestran que la satisfacción sexual sin límites lleva a síntomas neuróticos.

Y ello es obvio, si consideremos al hombre que nunca ha dominado sus pasiones en un mundo donde predomina, en cada esquina, el estímulo sexual, ¿se podrá decir que ha sido educado para llevar una vida responsable y madura? Con seguridad sabremos que, literalmente, se convertirá en un esclavo de la pasión. O, ¿qué perspectivas de dicha conyugal tendrá el matrimonio en el que la mujer sucumbe a todo hombre que se le acerca? En verdad, puede afirmarse, con absoluta certeza, que el matrimonio sin castidad es un matrimonio condenado a la ruina.

Hombres y mujeres esperan la continencia de sus cónyuges cuando la pareja está perturbada por la enfermedad de un hijo, pariente, padre o amigo, por ejemplo, y no creerán que se esté imponiendo, con ello, una carga excepcional o insoportable. Serán más capaces de ello, porque cuentan con las razones que les permiten entender plenamente por qué abstenerse del sexo, y por supuesto, porque han aceptado la gracia sacramental.

agusperezr@hotmail.com



De acuerdo a monseñor George A. Kelly, en el mundo moderno existe gran confusión acerca de la castidad. En las sociedades o círculos que se dicen “avanzados” no es muy popular, ni siquiera entre los solteros. No es raro que el donjuán de nuestros días importune a su amada con esta pregunta: “¿Para qué te estás guardando?”, como si no tener relaciones sexuales fuera algo anticuado o anormal. Por malo que nos pueda resultar este razonamiento, es erróneo considerar que la castidad es algo exclusivo de los solteros. La verdad, es la siguiente:

La castidad es una virtud moral que permite, a casados y solteros, usar debidamente sus facultades sexuales. Por ejemplo, la virtud de la templanza nos permite comer y beber lo que necesitamos para vivir, y nos impide hacerlo en exceso, muy poco, o que sea nocivo para nosotros. Así, pues, la castidad es la virtud que nos dice cuándo debemos o no, con quién y cuándo usar nuestras facultades sexuales de manera inteligente y razonable, tal como Dios quería que amáramos sexualmente. Claro que la castidad impone cosas diferentes a casados y solteros.

En el caso de los esposos, son castos cuando usan debidamente sus derechos conyugales. La castidad, pues, impone el amor sexual. En el matrimonio, se espera que hombres y mujeres usen el sexo como medio de fortalecer su amor. Por ejemplo, la mujer que se niega a su marido, ofende, tanto a la justicia como a la castidad, tal como el marido que ejerce grosera y brutalmente sus derechos conyugales. Y los solteros no pueden buscar deliberadamente la satisfacción sexual sin consecuencias. La castidad, pues, no es privación de la sexualidad, sino el uso debido del sexo.

Incluso, este derecho significa que no debe usarse cuando la esposa está enferma, queda encinta o el marido se ausenta del hogar por negocios. Por desgracia, son demasiadas las personas que consideran que el matrimonio es un campo de juego para las energías sexuales, sobre todo, cuando hay siquiatras que consideran que la salud mental es ceder a los instintos y la neurosis parte del dominio de los apetitos. Pero como diría Erich Fromm en su obra “El arte de amar”, que los hechos clínicos demuestran que la satisfacción sexual sin límites lleva a síntomas neuróticos.

Y ello es obvio, si consideremos al hombre que nunca ha dominado sus pasiones en un mundo donde predomina, en cada esquina, el estímulo sexual, ¿se podrá decir que ha sido educado para llevar una vida responsable y madura? Con seguridad sabremos que, literalmente, se convertirá en un esclavo de la pasión. O, ¿qué perspectivas de dicha conyugal tendrá el matrimonio en el que la mujer sucumbe a todo hombre que se le acerca? En verdad, puede afirmarse, con absoluta certeza, que el matrimonio sin castidad es un matrimonio condenado a la ruina.

Hombres y mujeres esperan la continencia de sus cónyuges cuando la pareja está perturbada por la enfermedad de un hijo, pariente, padre o amigo, por ejemplo, y no creerán que se esté imponiendo, con ello, una carga excepcional o insoportable. Serán más capaces de ello, porque cuentan con las razones que les permiten entender plenamente por qué abstenerse del sexo, y por supuesto, porque han aceptado la gracia sacramental.

agusperezr@hotmail.com