/ viernes 3 de julio de 2020

La danza y los tarahumaras

Toda cultura encuentra la manera de expresar lo que siente, cree o espera de su entorno, y entonces elabora códigos para manifestar desde su interpretación sobre el cosmos, las fuerzas naturales, la vida y la muerte. En la cultura tarahumara, como en otras tantas, la danza es uno de esos códigos.

Los tarahumaras han hecho de la danza una expresión de su cosmovisión, de lo que viven y sienten, de lo que ancestralmente son y de lo que buscan ser. Los chabochis o mestizos no lograremos nunca comprender esa cultura si tan sólo vemos en los tarahumaras objetos que forman parte del espectáculo que atrae a turistas. No, esto no es la interculturalidad.

Las danzas tarahumaras tienen un significado ancestral que las convierte en ejercicios rituales fundados en creencias míticas sobre el cosmos y el paso del ser humano por este mundo. La danza es una representación del dinamismo y los ciclos de la naturaleza, del comportamiento de los astros, de la misión de las personas en el lapso de vida que les corresponde.

Los danzantes rarámuris tienen un sentido dentro de un marco de creencias que los pone entre el mito y el rito, y para ellos su participación en el baile es una contribución al restablecimiento y mantenimiento de las fuerzas que crean y mueven al mundo. Su danza no es un espectáculo.

Según Ana Paula Pintado (*), las fiestas tarahumaras se dividen en dos grandes categorías: las que se realizan en los templos católicos y las que se llevan a cabo en los patios (que requieren el sacrificio de algún animal). En las primeras, se danza únicamente Paskol y Matachine, mientras que en las de patio se danza también el Rutuguri y el Yumari. En las fiestas de patio hay tres tipos de ceremonias: las comunitarias o “fiestas grandes” (Walu Omáwala), las de curación (Owelúame) y las mortuorias, que son para ofrendar a los difuntos o para enterrarlos.

Danzando, los tarahumaras se reencuentran con sus antepasados, fortalecen su comunidad vinculándola estrechamente con la naturaleza, mantienen firmes sus creencias transmitiéndolas entre generaciones, y alimentan su identidad.

Pero, como señala Pintado, falta estudiar más al respecto. Dicha antropóloga investigadora señala: “La información etnográfica sobre las danzas ralámuli y, en especial, sobre el Rutuguli y Yumali aún es escasa, esto se debe a la poca importancia que los antropólogos han dado a estas fiestas”.

Investigaciones futuras darían más elementos para la comprensión de las fiestas rarámuris en particular y el entendimiento de la cultura tarahumara en general. Ese debería ser un compromiso que lleve hacia una interculturalidad auténtica. Hay que dar importancia a esa expresión mística y simbólica y valorarla como expresión de sujetos frente al reto de vivir, convivir y trascender.

La interculturalidad es algo más que contacto entre modos de vida, es comprensión entre ellos.

(*).- https://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1088



Toda cultura encuentra la manera de expresar lo que siente, cree o espera de su entorno, y entonces elabora códigos para manifestar desde su interpretación sobre el cosmos, las fuerzas naturales, la vida y la muerte. En la cultura tarahumara, como en otras tantas, la danza es uno de esos códigos.

Los tarahumaras han hecho de la danza una expresión de su cosmovisión, de lo que viven y sienten, de lo que ancestralmente son y de lo que buscan ser. Los chabochis o mestizos no lograremos nunca comprender esa cultura si tan sólo vemos en los tarahumaras objetos que forman parte del espectáculo que atrae a turistas. No, esto no es la interculturalidad.

Las danzas tarahumaras tienen un significado ancestral que las convierte en ejercicios rituales fundados en creencias míticas sobre el cosmos y el paso del ser humano por este mundo. La danza es una representación del dinamismo y los ciclos de la naturaleza, del comportamiento de los astros, de la misión de las personas en el lapso de vida que les corresponde.

Los danzantes rarámuris tienen un sentido dentro de un marco de creencias que los pone entre el mito y el rito, y para ellos su participación en el baile es una contribución al restablecimiento y mantenimiento de las fuerzas que crean y mueven al mundo. Su danza no es un espectáculo.

Según Ana Paula Pintado (*), las fiestas tarahumaras se dividen en dos grandes categorías: las que se realizan en los templos católicos y las que se llevan a cabo en los patios (que requieren el sacrificio de algún animal). En las primeras, se danza únicamente Paskol y Matachine, mientras que en las de patio se danza también el Rutuguri y el Yumari. En las fiestas de patio hay tres tipos de ceremonias: las comunitarias o “fiestas grandes” (Walu Omáwala), las de curación (Owelúame) y las mortuorias, que son para ofrendar a los difuntos o para enterrarlos.

Danzando, los tarahumaras se reencuentran con sus antepasados, fortalecen su comunidad vinculándola estrechamente con la naturaleza, mantienen firmes sus creencias transmitiéndolas entre generaciones, y alimentan su identidad.

Pero, como señala Pintado, falta estudiar más al respecto. Dicha antropóloga investigadora señala: “La información etnográfica sobre las danzas ralámuli y, en especial, sobre el Rutuguli y Yumali aún es escasa, esto se debe a la poca importancia que los antropólogos han dado a estas fiestas”.

Investigaciones futuras darían más elementos para la comprensión de las fiestas rarámuris en particular y el entendimiento de la cultura tarahumara en general. Ese debería ser un compromiso que lleve hacia una interculturalidad auténtica. Hay que dar importancia a esa expresión mística y simbólica y valorarla como expresión de sujetos frente al reto de vivir, convivir y trascender.

La interculturalidad es algo más que contacto entre modos de vida, es comprensión entre ellos.

(*).- https://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1088