/ jueves 8 de agosto de 2019

La desaceleración de la economía nacional

El INEGI dio a conocer que el crecimiento económico nacional del segundo trimestre de este año fue de 0.1%, por lo cual el PIB del primer semestre es de sólo el 0.3%.

El único que festejó este magro crecimiento de la economía nacional fue el presidente López Obrador, pues al menos no fue negativo como lo vaticinaban y por ende susceptible de ser calificado como “recesión técnica”.

No hay aún recesión, pero sí una evidente desaceleración de las actividades económicas que debería preocupar a los encargados de las decisiones públicas y privadas en materia económica.

Si bien se está dando una desaceleración global, la realidad es que en nuestro país ésta se debe no sólo a sus efectos, sino sobre todo a la incertidumbre creada por las políticas económicas del Gobierno Federal y a la ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC).

Los inversionistas no están destinando nuevos recursos y las promesas de los empresarios nacionales de hacerlo al parecer están a la espera de tiempos con mayor certidumbre.

El crecimiento en este 2019 ya se calcula menor al 1%, muy distante al 4% que prometió AMLO. No deja de ser positivo el optimismo diario del presidente, pero tampoco dejan de ser negativas las condiciones reales de la economía, pues con un crecimiento tan bajo se reducen drásticamente las posibilidades de un sano desarrollo económico.

Las opiniones generalizadas de los especialistas y líderes empresariales es que se debe dar un golpe de timón para cambiar el rumbo, lo cual no es aceptado aún por el actual capitán del barco.

Los índices macroeconómicos, salvo el del PIB, no dejan de ser positivos, por lo que se debe aprovechar esta situación para tomar decisiones pragmáticas que propicien la confianza de los inversionistas, pues sin capital no hay producción y por ende empleos.

La vieja receta de la ayuda asistencial, o sea el reparto de dinero a los más pobres, no ha funcionado debido a la burocracia y al manejo político por parte de los encargados.

Más que dádivas temporales, lo que se deben repartir son oportunidades reales de trabajo y educación para que los marginados puedan escapar de su precaria condición. Y desde luego cuidar que los capitales invertidos en los mercados financieros nacionales continúen, para lo cual es necesario fomentar la confianza y disminuir la incertidumbre sobre el futuro de la economía mexicana.

El INEGI dio a conocer que el crecimiento económico nacional del segundo trimestre de este año fue de 0.1%, por lo cual el PIB del primer semestre es de sólo el 0.3%.

El único que festejó este magro crecimiento de la economía nacional fue el presidente López Obrador, pues al menos no fue negativo como lo vaticinaban y por ende susceptible de ser calificado como “recesión técnica”.

No hay aún recesión, pero sí una evidente desaceleración de las actividades económicas que debería preocupar a los encargados de las decisiones públicas y privadas en materia económica.

Si bien se está dando una desaceleración global, la realidad es que en nuestro país ésta se debe no sólo a sus efectos, sino sobre todo a la incertidumbre creada por las políticas económicas del Gobierno Federal y a la ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC).

Los inversionistas no están destinando nuevos recursos y las promesas de los empresarios nacionales de hacerlo al parecer están a la espera de tiempos con mayor certidumbre.

El crecimiento en este 2019 ya se calcula menor al 1%, muy distante al 4% que prometió AMLO. No deja de ser positivo el optimismo diario del presidente, pero tampoco dejan de ser negativas las condiciones reales de la economía, pues con un crecimiento tan bajo se reducen drásticamente las posibilidades de un sano desarrollo económico.

Las opiniones generalizadas de los especialistas y líderes empresariales es que se debe dar un golpe de timón para cambiar el rumbo, lo cual no es aceptado aún por el actual capitán del barco.

Los índices macroeconómicos, salvo el del PIB, no dejan de ser positivos, por lo que se debe aprovechar esta situación para tomar decisiones pragmáticas que propicien la confianza de los inversionistas, pues sin capital no hay producción y por ende empleos.

La vieja receta de la ayuda asistencial, o sea el reparto de dinero a los más pobres, no ha funcionado debido a la burocracia y al manejo político por parte de los encargados.

Más que dádivas temporales, lo que se deben repartir son oportunidades reales de trabajo y educación para que los marginados puedan escapar de su precaria condición. Y desde luego cuidar que los capitales invertidos en los mercados financieros nacionales continúen, para lo cual es necesario fomentar la confianza y disminuir la incertidumbre sobre el futuro de la economía mexicana.