/ miércoles 13 de mayo de 2020

La edad de las ilusiones

La cantidad de años que hemos vivido está acompañada de las creencias que tenemos con respecto a la edad. Si no disfrutamos al máximo de nuestra niñez, en algún momento querremos regresar a ella para rescatar esa etapa donde todo era espontáneo, donde la expresión es auténtica, donde no se carga con emociones de baja frecuencia, donde se vive y se deja vivir.

Si por otro lado la adolescencia nos pasó más o menos de noche, habrá un momento de rebeldía, donde reneguemos como buen adolescente de lo que se nos inculcó y no analizamos de fondo, donde despertemos de ese modo robot que nos lleva entre las masas, donde se le tiene miedo al riesgo de la expresión individual.

En la edad adulta se aprecia más lo que ofrece la vida, porque las limitaciones se van presentando y es ahí donde se valora y añora lo que se tuvo y no se aprovechó al máximo.

En fin, cada cual vivimos diferentes realidades aún y cuando estamos uno enseguida del otro, pero lo que sí es verdad es que lo más importante para vivir lo más plenamente posible es estar presente, conociéndonos, amándonos, aceptándonos y respetándonos a nosotros mismos, y desde ahí valorarnos.

Tengo 61 años de los cuales muchos anduve en otro lado, fuera de mi realidad. Viajaba y me estacionaba dentro de mi mente, barajeando, analizando, idealizando pensamientos que me sacaban constantemente de mi presente.

En esos pensamientos sobresalían dos sentimientos recurrentes: la tristeza que se manifiesta por lo que ya pasó y no gustó, y la ansiedad esa loca que quiere a toda costa crear escenarios del futuro, la dizque adivina que todo lo sabe y se anticipa con suposiciones.

Hoy me paro en el presente y la paz me invade, porque es lo único que tengo, es lo real, lo de ahorita, lo que es y lo que valoro, porque hay mucho que ver, que oír, que oler, que saborear y sobre todo muchísimo que sentir.

Si me pregunto qué es de lo que más arrepiento del pasado, sería no haber estado presente. Me veo ahí rodeada de oportunidades, de bendiciones pero presa del miedo, de la inseguridad, de una falta de empuje por ideas y creencias paralizantes que yo creía eran el único camino a seguir.

Hoy me jalo cada momento a estar abierta y presente, pero me sigo cachando con esa loca de la azotea que me quiere volver a convencer de encerrarme con ella: la mente, esa incansable que no para y que sólo se tranquiliza con la respiración profunda y exhalaciones de liberación, con la meditación. Estoy aquí, ahora, y agradezco la grandeza de la vida, la belleza del entorno, la riqueza de mis seres queridos, pero sobre todo, celebro quien soy, lo que he vivido, lo que he gozado, también lo que he sufrido, haciendo un inventario que me arroja como resultado una experiencia única, a la que puedo seguir agregando mucho día a día.

Personas no quieren decir que edad tienen, porque la edad de las ilusiones está enfocada en la niñez, en la juventud, pero sin duda el mayor logro es tener la oportunidad de vivir cada etapa. Y si por algo añoramos el no haber hecho ¡Hagámoslo! Mientras hay vida hay oportunidad. Cuando imitamos algo que hacen los niños revivimos, cuando logramos abrirnos a nuevas ideas honramos al adolescente que traemos dentro, y cuando ante ciertas limitaciones buscamos nuevos modos vivificamos la edad adulta. Revisar pensamientos limitantes es oportunidad para desecharlos y renovar con creatividad las posibilidades.

Celebro mi edad con todo lo que lleva implícito, y se que la loca de la mente también tiene el poder de elevarme con ideas positivas, restauradoras y regenerativas.

Vigilante: El pensamiento es el que crea lo que vives ¡Revísalo!

ROBERTA CORTAZAR B.

La cantidad de años que hemos vivido está acompañada de las creencias que tenemos con respecto a la edad. Si no disfrutamos al máximo de nuestra niñez, en algún momento querremos regresar a ella para rescatar esa etapa donde todo era espontáneo, donde la expresión es auténtica, donde no se carga con emociones de baja frecuencia, donde se vive y se deja vivir.

Si por otro lado la adolescencia nos pasó más o menos de noche, habrá un momento de rebeldía, donde reneguemos como buen adolescente de lo que se nos inculcó y no analizamos de fondo, donde despertemos de ese modo robot que nos lleva entre las masas, donde se le tiene miedo al riesgo de la expresión individual.

En la edad adulta se aprecia más lo que ofrece la vida, porque las limitaciones se van presentando y es ahí donde se valora y añora lo que se tuvo y no se aprovechó al máximo.

En fin, cada cual vivimos diferentes realidades aún y cuando estamos uno enseguida del otro, pero lo que sí es verdad es que lo más importante para vivir lo más plenamente posible es estar presente, conociéndonos, amándonos, aceptándonos y respetándonos a nosotros mismos, y desde ahí valorarnos.

Tengo 61 años de los cuales muchos anduve en otro lado, fuera de mi realidad. Viajaba y me estacionaba dentro de mi mente, barajeando, analizando, idealizando pensamientos que me sacaban constantemente de mi presente.

En esos pensamientos sobresalían dos sentimientos recurrentes: la tristeza que se manifiesta por lo que ya pasó y no gustó, y la ansiedad esa loca que quiere a toda costa crear escenarios del futuro, la dizque adivina que todo lo sabe y se anticipa con suposiciones.

Hoy me paro en el presente y la paz me invade, porque es lo único que tengo, es lo real, lo de ahorita, lo que es y lo que valoro, porque hay mucho que ver, que oír, que oler, que saborear y sobre todo muchísimo que sentir.

Si me pregunto qué es de lo que más arrepiento del pasado, sería no haber estado presente. Me veo ahí rodeada de oportunidades, de bendiciones pero presa del miedo, de la inseguridad, de una falta de empuje por ideas y creencias paralizantes que yo creía eran el único camino a seguir.

Hoy me jalo cada momento a estar abierta y presente, pero me sigo cachando con esa loca de la azotea que me quiere volver a convencer de encerrarme con ella: la mente, esa incansable que no para y que sólo se tranquiliza con la respiración profunda y exhalaciones de liberación, con la meditación. Estoy aquí, ahora, y agradezco la grandeza de la vida, la belleza del entorno, la riqueza de mis seres queridos, pero sobre todo, celebro quien soy, lo que he vivido, lo que he gozado, también lo que he sufrido, haciendo un inventario que me arroja como resultado una experiencia única, a la que puedo seguir agregando mucho día a día.

Personas no quieren decir que edad tienen, porque la edad de las ilusiones está enfocada en la niñez, en la juventud, pero sin duda el mayor logro es tener la oportunidad de vivir cada etapa. Y si por algo añoramos el no haber hecho ¡Hagámoslo! Mientras hay vida hay oportunidad. Cuando imitamos algo que hacen los niños revivimos, cuando logramos abrirnos a nuevas ideas honramos al adolescente que traemos dentro, y cuando ante ciertas limitaciones buscamos nuevos modos vivificamos la edad adulta. Revisar pensamientos limitantes es oportunidad para desecharlos y renovar con creatividad las posibilidades.

Celebro mi edad con todo lo que lleva implícito, y se que la loca de la mente también tiene el poder de elevarme con ideas positivas, restauradoras y regenerativas.

Vigilante: El pensamiento es el que crea lo que vives ¡Revísalo!

ROBERTA CORTAZAR B.

ÚLTIMASCOLUMNAS