/ martes 25 de septiembre de 2018

La envidia y la codicia

“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Francisco de Quevedo



“La envidia es el más sociable de los vicios. Envidiamos porque nos parecemos unos a otros y, la mayoría de las cosas que nos resultan apetecibles son las que vemos desear a otros. Por ejemplo, cuando se hacen regalos a un grupo de niños pequeños, cada uno de ellos está más pendiente de lo que le han dado a los demás que del suyo”. Fernando Savater, filósofo español.

En efecto, a lo largo de la historia, en las sociedades divididas en clases, grupos o castas, los inferiores, sólo se envidiaban entre sí. El mismo caso de los grupos superiores, es decir, los aristócratas, los nobles, los poderosos, desde luego que se envidiaban entre sí. Sin embargo al paso de los siglos, con el surgimiento del capitalismo y de la burguesía, aparece la democratización de la envidia. Claro está que si todos somos iguales, todos podemos envidiar a todos y el valor equidad, derivado de la bondad ética, se desdibuja y profundiza el encono y la codicia. Recuerdo la película mexicana “Tlayucan”, donde un humilde trabajador del campo tenía una esposa guapa, de muy buen ver, y un vecino ya viejo veía con envidia y codicia a la pobre campesina. Al comprar las medicinas para salvar al hijo enfermo, el viejo recibió el favor de ver las piernas de la dama, al lavarlas en la batea.

Ya en la praxis política, tan de moda hoy día, surgen personas con un gafete de envidia y codicia que los lleva al oportunismo de presentarse como monedas de oro para ser los grandes envidiosos y mediocres en otros partidos, muy ajenos al que decían pertenecer. La democracia conlleva en su seno la confrontación envidiosa de quienes detentan el poder y los que como oposición, lo codician. Priistas de ocasión succionaron a placer los jugos vitales del compadrazgo, de la corrupción y del abuso del poder. Anunciaron con todos los reflectores “su renuncia” al partido. ¿Qué buscan? Ni más ni menos, engrandecer su envidia y su codicia, eso sí, ¡muy democrática!

Los que los reciben lo hacen porque no tenían cuadros ni principios ni ética, pero sí poseen una enorme carga de envidia y codicia. El resultado es predictivo: el fracaso de su gestión y las disculpas y explicaciones de su mal funcionamiento estarán a la orden del día, al tiempo.


“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Francisco de Quevedo



“La envidia es el más sociable de los vicios. Envidiamos porque nos parecemos unos a otros y, la mayoría de las cosas que nos resultan apetecibles son las que vemos desear a otros. Por ejemplo, cuando se hacen regalos a un grupo de niños pequeños, cada uno de ellos está más pendiente de lo que le han dado a los demás que del suyo”. Fernando Savater, filósofo español.

En efecto, a lo largo de la historia, en las sociedades divididas en clases, grupos o castas, los inferiores, sólo se envidiaban entre sí. El mismo caso de los grupos superiores, es decir, los aristócratas, los nobles, los poderosos, desde luego que se envidiaban entre sí. Sin embargo al paso de los siglos, con el surgimiento del capitalismo y de la burguesía, aparece la democratización de la envidia. Claro está que si todos somos iguales, todos podemos envidiar a todos y el valor equidad, derivado de la bondad ética, se desdibuja y profundiza el encono y la codicia. Recuerdo la película mexicana “Tlayucan”, donde un humilde trabajador del campo tenía una esposa guapa, de muy buen ver, y un vecino ya viejo veía con envidia y codicia a la pobre campesina. Al comprar las medicinas para salvar al hijo enfermo, el viejo recibió el favor de ver las piernas de la dama, al lavarlas en la batea.

Ya en la praxis política, tan de moda hoy día, surgen personas con un gafete de envidia y codicia que los lleva al oportunismo de presentarse como monedas de oro para ser los grandes envidiosos y mediocres en otros partidos, muy ajenos al que decían pertenecer. La democracia conlleva en su seno la confrontación envidiosa de quienes detentan el poder y los que como oposición, lo codician. Priistas de ocasión succionaron a placer los jugos vitales del compadrazgo, de la corrupción y del abuso del poder. Anunciaron con todos los reflectores “su renuncia” al partido. ¿Qué buscan? Ni más ni menos, engrandecer su envidia y su codicia, eso sí, ¡muy democrática!

Los que los reciben lo hacen porque no tenían cuadros ni principios ni ética, pero sí poseen una enorme carga de envidia y codicia. El resultado es predictivo: el fracaso de su gestión y las disculpas y explicaciones de su mal funcionamiento estarán a la orden del día, al tiempo.