/ viernes 3 de agosto de 2018

La ética del servidor público no está en un decálogo

El combate a la corrupción en el gobierno requiere de ética. No creo que haya una “ética pública” y una “ética privada”. Hay ética, la cual asume el sujeto, cuya conducta se refleja en la vida social o pública.

La ética es un proceso y producto de reflexión sobre el deber ser de las personas en relación con sus semejantes, así como con los seres vivos y el sistema global en el que ocurre la vida en general.

En tanto ejercicio reflexivo, la ética opera con los principios de la razón (ni autoridad ni revelaciones místicas se involucran aquí), buscando esclarecer e interpretar principios, valores y códigos de conducta que definen en hacer y el ser del individuo en el mundo.

La ética es un compromiso intelectual del sujeto libre para resolver de manera racional las cuestiones de su conducta en un contexto moral, es decir en un marco de bondad o perversión, de conducta correcta o incorrecta según el bien.

Un individuo éticamente solvente decide de manera racional; nada ni nadie le ordena qué hacer. Sólo el sujeto y su libertad, y no podrá echar la culpa a nadie de elija o decida.

Estar frente a una decisión ética es difícil, ya que la solución no está en las normas o recomendaciones, ni en la experiencia o los consejos de otros. Depende sólo de uno.

El funcionario público no debe buscar una “ética pública”, porque no la hay. Su modo ético es individual, se da en la intimidad de su reflexión sobre el deber que tiene que cumplir en su función.

La misma ética del sastre, del mecánico, del dentista, del comerciante, es la ética del servidor público. Es ética y nomás; un ejercicio racional y crítico sobre lo que nos toca hacer de cara a los demás pero, más que nada, ante sí mismo.

La ética no es decálogo enmarcado en las paredes de los edificios públicos, está en el interior de cada servidor, y no es impuesta por superiores burocráticos. Incluso la ética puede contravenir indicaciones que vengan de los jefes.

Cada servidor público (como cualquier otro individuo en cualquier otro contexto) debe decidir qué hacer después de una reflexión crítica. La respuesta a sus dilemas morales funcionales no está en la pared de su oficina ni en el “qué dirán” de la sociedad, sino en su conciencia.

La corrupción se combate desde el interior de cada uno de nosotros.


El combate a la corrupción en el gobierno requiere de ética. No creo que haya una “ética pública” y una “ética privada”. Hay ética, la cual asume el sujeto, cuya conducta se refleja en la vida social o pública.

La ética es un proceso y producto de reflexión sobre el deber ser de las personas en relación con sus semejantes, así como con los seres vivos y el sistema global en el que ocurre la vida en general.

En tanto ejercicio reflexivo, la ética opera con los principios de la razón (ni autoridad ni revelaciones místicas se involucran aquí), buscando esclarecer e interpretar principios, valores y códigos de conducta que definen en hacer y el ser del individuo en el mundo.

La ética es un compromiso intelectual del sujeto libre para resolver de manera racional las cuestiones de su conducta en un contexto moral, es decir en un marco de bondad o perversión, de conducta correcta o incorrecta según el bien.

Un individuo éticamente solvente decide de manera racional; nada ni nadie le ordena qué hacer. Sólo el sujeto y su libertad, y no podrá echar la culpa a nadie de elija o decida.

Estar frente a una decisión ética es difícil, ya que la solución no está en las normas o recomendaciones, ni en la experiencia o los consejos de otros. Depende sólo de uno.

El funcionario público no debe buscar una “ética pública”, porque no la hay. Su modo ético es individual, se da en la intimidad de su reflexión sobre el deber que tiene que cumplir en su función.

La misma ética del sastre, del mecánico, del dentista, del comerciante, es la ética del servidor público. Es ética y nomás; un ejercicio racional y crítico sobre lo que nos toca hacer de cara a los demás pero, más que nada, ante sí mismo.

La ética no es decálogo enmarcado en las paredes de los edificios públicos, está en el interior de cada servidor, y no es impuesta por superiores burocráticos. Incluso la ética puede contravenir indicaciones que vengan de los jefes.

Cada servidor público (como cualquier otro individuo en cualquier otro contexto) debe decidir qué hacer después de una reflexión crítica. La respuesta a sus dilemas morales funcionales no está en la pared de su oficina ni en el “qué dirán” de la sociedad, sino en su conciencia.

La corrupción se combate desde el interior de cada uno de nosotros.