/ viernes 8 de febrero de 2019

La falta de exigencia


Una chica de Monterrey preguntó a su novio a dónde irían de luna de miel, y él le respondió que a Saltillo (nota: la distancia entre las dos ciudades es de 85 kilómetros); entonces ella con tono lastimoso le dijo: “¿Tan cerca?”, a lo que él apuntó: “Pero nos vamos a ir a pie”. Entonces, ahora con tono de sorpresa, ella dijo: “¿Tan lejos?”.

No perdamos de vista que 100 kilómetros en un mapa a gran escala no son más que unos milímetros, pero en la realidad es una distancia considerable.

La vida es más rica que la teoría, y son muchos los que por inmadurez no se han dado cuenta. Esto es fundamental en la realidad de los esposos y en la de los padres de familia. No se sabe educar si no se sabe exigir.

Es cierto que la exigencia a los hijos no debe confundirse con la agresividad ni la falta de cariño, pero olvidar que cada quien debe dar lo que puede es un error de graves consecuencias. Por lo mismo, a los hijos hay que exigirles todo lo que pueden dar.

La mayor parte de los errores en la educación de los menores en nuestra época estriba en el miedo de tratarlos con exigencia para no traumarlos, o por el temor a que reaccionen haciendo berrinches poniendo a los papás ante la mirada inquisidora de los demás.

Los niños pequeños no tienen capacidad de esperar, son insoportablemente impacientes y, así, quieren que todo se les cumpla a la voz de ya. Esta es una clara manifestación de inmadurez que también se presenta en personas mayores. Además suelen exigir como si tuvieran derecho a todo. Todavía no saben que lo único fácil en esta vida es engordar.

Recuerdo que en una ocasión una niña de ocho años me dijo con toda seriedad: “He pasado tiempos muy difíciles”. Todavía no salgo de mi asombro.

No cabe duda que formar al ser humano para que alcance la madurez debida en cada caso, es una tarea sumamente complicada, sobre todo, cuando el ambiente fuera de la casa se rige bajo el dominio de la diosa libertad y la ley de la tolerancia. Pero si los padres de familia y la sociedad en general —incluyendo a las autoridades civiles— no reaccionan con la debida exigencia nos tendremos que enfrentar a graves crisis sociales.


Una chica de Monterrey preguntó a su novio a dónde irían de luna de miel, y él le respondió que a Saltillo (nota: la distancia entre las dos ciudades es de 85 kilómetros); entonces ella con tono lastimoso le dijo: “¿Tan cerca?”, a lo que él apuntó: “Pero nos vamos a ir a pie”. Entonces, ahora con tono de sorpresa, ella dijo: “¿Tan lejos?”.

No perdamos de vista que 100 kilómetros en un mapa a gran escala no son más que unos milímetros, pero en la realidad es una distancia considerable.

La vida es más rica que la teoría, y son muchos los que por inmadurez no se han dado cuenta. Esto es fundamental en la realidad de los esposos y en la de los padres de familia. No se sabe educar si no se sabe exigir.

Es cierto que la exigencia a los hijos no debe confundirse con la agresividad ni la falta de cariño, pero olvidar que cada quien debe dar lo que puede es un error de graves consecuencias. Por lo mismo, a los hijos hay que exigirles todo lo que pueden dar.

La mayor parte de los errores en la educación de los menores en nuestra época estriba en el miedo de tratarlos con exigencia para no traumarlos, o por el temor a que reaccionen haciendo berrinches poniendo a los papás ante la mirada inquisidora de los demás.

Los niños pequeños no tienen capacidad de esperar, son insoportablemente impacientes y, así, quieren que todo se les cumpla a la voz de ya. Esta es una clara manifestación de inmadurez que también se presenta en personas mayores. Además suelen exigir como si tuvieran derecho a todo. Todavía no saben que lo único fácil en esta vida es engordar.

Recuerdo que en una ocasión una niña de ocho años me dijo con toda seriedad: “He pasado tiempos muy difíciles”. Todavía no salgo de mi asombro.

No cabe duda que formar al ser humano para que alcance la madurez debida en cada caso, es una tarea sumamente complicada, sobre todo, cuando el ambiente fuera de la casa se rige bajo el dominio de la diosa libertad y la ley de la tolerancia. Pero si los padres de familia y la sociedad en general —incluyendo a las autoridades civiles— no reaccionan con la debida exigencia nos tendremos que enfrentar a graves crisis sociales.