/ viernes 21 de mayo de 2021

La fe y el partido fallido de la esperanza

Cuando hablamos de fe no nos referimos únicamente a la religiosa, sino a la que es parte de la vida, pues es la que norma nuestra actitud ante todo lo que se nos presenta en este mundo. Nadie hace realmente algo en lo que no cree.

La fe es la que norma nuestros principios que son nuestra fuerza interior, mientras que las reglas son meramente restricciones exteriores, generalmente impuestas por el hombre. Y es la clase de fe lo que realmente cuenta. Lo importante no es tanto en lo que creemos, sino en la forma en la que lo hacemos. La fe, lo mismo que algunas virtudes como el honor, el amor, la esperanza y el valor, no se le otorga o confiere a alguien, sino vienen por inspiración.

Quizá la principal razón de la infelicidad es que recorremos el mundo a la deriva, sin creer casi en nada. Y el que no cree, adolece de una de las cosas más importantes de la vida: la ESPERANZA.

Existe un vacío en los que dicen no creer en nada, el cual rápidamente es llenado por cualquier otra cosa, y así de pronto se vuelven milagrosas algunas personas personas y religiones. Desde la “santa muerte”, hasta René Mey, Pascualita y Morena. Los brujos, chamanes, ministros y políticos explotadores proliferan quitándoles su dinero, la fe y hasta la vida a los nuevos creyentes. No cobran, sólo reciben donativos como los de Pío, el hermano corrupto del presidente. No entierran, sólo matan.

Los peores incrédulos, los que niegan tener fe en algo, no son los que no creen en los santos o en alguna de las religiones establecidas, sino los que no creen en la honestidad, en la integridad, en la bondad o en la caridad, o los que a pesar de ser defraudados, siguen creyendo. Creer que Trump es Jesucristo, como afirman algunos de sus seguidores, o que López Obrador es “lo más cercano a Dios”, como afirmó el sacerdote Solalinde, pues nos trae el caos mental y espiritual.

En realidad todo mundo cree. El que siembra sus campos y espera la cosecha, el que se acuesta esperando el día siguiente, el que busca trabajo esperando encontrarlo, el que somete a un tratamiento doloroso esperando la salud. El hombre nunca hubiera llegado a la luna sin fe. Nada de lo que vale la pena se hubiera descubierto sin creer que aquello sería posible. Y todo aquello que no se puede comprobar, requiere con mayor razón de la fe para poder encontrar la paz.

“La fe es la esencia de lo que esperamos (esperanza) y la evidencia de lo que no podemos ver”, alguien mencionó alguna vez. Es de hecho, la fuerza que le da nueva vida a nuestras ambiciones y anima nuestros deseos. Es la que nos lleva a hacer las cosas bien. Podemos decir que la fe enriquece nuestra vida, en ocasiones en lo material, pero invariablemente en lo espiritual.

Sin fe existe el desánimo y por ende la depresión. Si no creemos en poder lograr algo, tenemos razón, nunca lo lograremos.

Existe la tendencia humana a recurrir a las creencias, a la fe y la esperanza en las épocas de enfermedad, necesidad económica y pérdidas familiares. Es importante considerar que invocar las creencias no sólo nos alivia moral y espiritualmente, sino que es muy importante para la salud física. Nos vemos y nos sentimos según pensamos y según creemos. Y así, la “ESPERANZA” que nos ofrece Morena es el engaño del siglo, pues nunca llega.

Cuando hablamos de fe no nos referimos únicamente a la religiosa, sino a la que es parte de la vida, pues es la que norma nuestra actitud ante todo lo que se nos presenta en este mundo. Nadie hace realmente algo en lo que no cree.

La fe es la que norma nuestros principios que son nuestra fuerza interior, mientras que las reglas son meramente restricciones exteriores, generalmente impuestas por el hombre. Y es la clase de fe lo que realmente cuenta. Lo importante no es tanto en lo que creemos, sino en la forma en la que lo hacemos. La fe, lo mismo que algunas virtudes como el honor, el amor, la esperanza y el valor, no se le otorga o confiere a alguien, sino vienen por inspiración.

Quizá la principal razón de la infelicidad es que recorremos el mundo a la deriva, sin creer casi en nada. Y el que no cree, adolece de una de las cosas más importantes de la vida: la ESPERANZA.

Existe un vacío en los que dicen no creer en nada, el cual rápidamente es llenado por cualquier otra cosa, y así de pronto se vuelven milagrosas algunas personas personas y religiones. Desde la “santa muerte”, hasta René Mey, Pascualita y Morena. Los brujos, chamanes, ministros y políticos explotadores proliferan quitándoles su dinero, la fe y hasta la vida a los nuevos creyentes. No cobran, sólo reciben donativos como los de Pío, el hermano corrupto del presidente. No entierran, sólo matan.

Los peores incrédulos, los que niegan tener fe en algo, no son los que no creen en los santos o en alguna de las religiones establecidas, sino los que no creen en la honestidad, en la integridad, en la bondad o en la caridad, o los que a pesar de ser defraudados, siguen creyendo. Creer que Trump es Jesucristo, como afirman algunos de sus seguidores, o que López Obrador es “lo más cercano a Dios”, como afirmó el sacerdote Solalinde, pues nos trae el caos mental y espiritual.

En realidad todo mundo cree. El que siembra sus campos y espera la cosecha, el que se acuesta esperando el día siguiente, el que busca trabajo esperando encontrarlo, el que somete a un tratamiento doloroso esperando la salud. El hombre nunca hubiera llegado a la luna sin fe. Nada de lo que vale la pena se hubiera descubierto sin creer que aquello sería posible. Y todo aquello que no se puede comprobar, requiere con mayor razón de la fe para poder encontrar la paz.

“La fe es la esencia de lo que esperamos (esperanza) y la evidencia de lo que no podemos ver”, alguien mencionó alguna vez. Es de hecho, la fuerza que le da nueva vida a nuestras ambiciones y anima nuestros deseos. Es la que nos lleva a hacer las cosas bien. Podemos decir que la fe enriquece nuestra vida, en ocasiones en lo material, pero invariablemente en lo espiritual.

Sin fe existe el desánimo y por ende la depresión. Si no creemos en poder lograr algo, tenemos razón, nunca lo lograremos.

Existe la tendencia humana a recurrir a las creencias, a la fe y la esperanza en las épocas de enfermedad, necesidad económica y pérdidas familiares. Es importante considerar que invocar las creencias no sólo nos alivia moral y espiritualmente, sino que es muy importante para la salud física. Nos vemos y nos sentimos según pensamos y según creemos. Y así, la “ESPERANZA” que nos ofrece Morena es el engaño del siglo, pues nunca llega.