/ sábado 7 de julio de 2018

La fisonomía del alma


El mundo que habitamos no es sino la base material de nuestro espíritu; es nuestro campo de acción y la medida natural está en el poder que tenemos para resistir o promover ciertas circunstancias.

Y el que realmente vale, ni se siente dueño de la verdad, ni es capaz de perdonar los pecados, las corruptelas y los asesinatos de ninguna persona. No es vanidoso ni orgulloso. Ha aprendido a vivir de su trabajo honesto, sin gastar el dinero de los demás. Cuando su alma ha madurado, no es corrompido por la adulación ni por lisonjas, ni por tener sueños de mesías. Ya no existe el peligro de la vanidad.

Cuando el alma es realmente sincera, su apariencia se muestra en las cualidades mentales; en las inclinaciones morales de la persona que las posee.

Aunque en estos tiempos vemos grandezas que no son sino apariencias, eso no quiere decir que no haya personas verdaderamente grandes, buenas e importantes para el país. Después de la crisis que vivirá la nación próximamente, seguramente tendremos que esperar años, si no es que generaciones, para encontrar la persona ideal para dirigirnos. Y la encontraremos, gracias primeramente a nuestro cambio voluntario, personal e independiente.

En nuestro continente, tenemos países como Cuba (sí, todavía), Nicaragua y Venezuela (otros sólo juegan a ser socialistas), que son claros indicadores de nuestro futuro. Y mientras el país de los Estados Unidos se autodestruye con Trump a la cabeza como absoluto dictador, todavía tendremos tiempo de utilizar ese país (el “imperio”) como excusa de nuestros fracasos. Sí, los odiamos, pero queremos sus productos y sistema de vida; condenamos sus bloqueos y queremos todo lo que ese “odioso país capitalista” produce o nos vende.

Conoceremos nuestra propia alma cuando entendamos que la riqueza no se redistribuye quitándosela al que la tiene para repartirla al que no la tiene. Pronto ya no hay mucho que repartir, pues la mayor parte de ella quedó en manos de los gobernantes, líderes o dictadores. La riqueza se tiene que generar con cada día de nuestro trabajo. Y no, los seres humanos no hemos nacido iguales (a rasgarse las vestiduras, izquierda). De hecho, no existe una cosa enteramente igual a otra en la misma naturaleza. No hay flor idéntica a otra ni un árbol igual a otro. Hombres y mujeres no somos iguales. Tenemos superiores e inferiores en capacidad mental y física, en habilidades y en deseos de superación. Pero dentro de esas limitaciones espirituales y materiales, podemos llegar a la altura que queramos si ponemos en juego nuestra voluntad, nuestro entusiasmo y laboriosidad. Los seres humanos sólo tenemos los mismos derechos.

Lo que tenemos que descubrir y luego poner en práctica, es cómo utilizar mejor los dones y talentos con los que hemos sido creados. Cada uno sabe y decide si entierra o invierte sus talentos.




El mundo que habitamos no es sino la base material de nuestro espíritu; es nuestro campo de acción y la medida natural está en el poder que tenemos para resistir o promover ciertas circunstancias.

Y el que realmente vale, ni se siente dueño de la verdad, ni es capaz de perdonar los pecados, las corruptelas y los asesinatos de ninguna persona. No es vanidoso ni orgulloso. Ha aprendido a vivir de su trabajo honesto, sin gastar el dinero de los demás. Cuando su alma ha madurado, no es corrompido por la adulación ni por lisonjas, ni por tener sueños de mesías. Ya no existe el peligro de la vanidad.

Cuando el alma es realmente sincera, su apariencia se muestra en las cualidades mentales; en las inclinaciones morales de la persona que las posee.

Aunque en estos tiempos vemos grandezas que no son sino apariencias, eso no quiere decir que no haya personas verdaderamente grandes, buenas e importantes para el país. Después de la crisis que vivirá la nación próximamente, seguramente tendremos que esperar años, si no es que generaciones, para encontrar la persona ideal para dirigirnos. Y la encontraremos, gracias primeramente a nuestro cambio voluntario, personal e independiente.

En nuestro continente, tenemos países como Cuba (sí, todavía), Nicaragua y Venezuela (otros sólo juegan a ser socialistas), que son claros indicadores de nuestro futuro. Y mientras el país de los Estados Unidos se autodestruye con Trump a la cabeza como absoluto dictador, todavía tendremos tiempo de utilizar ese país (el “imperio”) como excusa de nuestros fracasos. Sí, los odiamos, pero queremos sus productos y sistema de vida; condenamos sus bloqueos y queremos todo lo que ese “odioso país capitalista” produce o nos vende.

Conoceremos nuestra propia alma cuando entendamos que la riqueza no se redistribuye quitándosela al que la tiene para repartirla al que no la tiene. Pronto ya no hay mucho que repartir, pues la mayor parte de ella quedó en manos de los gobernantes, líderes o dictadores. La riqueza se tiene que generar con cada día de nuestro trabajo. Y no, los seres humanos no hemos nacido iguales (a rasgarse las vestiduras, izquierda). De hecho, no existe una cosa enteramente igual a otra en la misma naturaleza. No hay flor idéntica a otra ni un árbol igual a otro. Hombres y mujeres no somos iguales. Tenemos superiores e inferiores en capacidad mental y física, en habilidades y en deseos de superación. Pero dentro de esas limitaciones espirituales y materiales, podemos llegar a la altura que queramos si ponemos en juego nuestra voluntad, nuestro entusiasmo y laboriosidad. Los seres humanos sólo tenemos los mismos derechos.

Lo que tenemos que descubrir y luego poner en práctica, es cómo utilizar mejor los dones y talentos con los que hemos sido creados. Cada uno sabe y decide si entierra o invierte sus talentos.