/ sábado 9 de abril de 2022

La gran perdedora en la pasada entrega de los Óscares: Belfast, de Kenneth Branagh

Por: Mario Saavedra

Kenneth Branagh vuelve con su autobiográfico gran largometraje Belfast (Reino Unido, 2021) al convulsionado barrio de su infancia, microcosmos en el cual se concentra una añeja e intestina rivalidad religiosa entre católicos y protestantes que se extendió en Irlanda del Norte por casi tres décadas.

\u0009Desde la perspectiva de un sensible e inteligente niño que intempestivamente ve alterada la tranquilidad de su comunidad más inmediata, Belfast coincide con otros recientes filmes que igual se han detenido en temas neurálgicos como la importancia de la familia y la pérdida de la inocencia. Desde esa mirada ingenua pero a la vez penetrante se observa con sorpresa y angustia cómo los mayores a su alrededor violentan una existencia que antes parecía al menos momentáneamente apacible.

El guión del mismo Branagh ahonda en el pasado y vuelve a una tierra prometida que por una u otra razón se ve violentada por desacuerdos que a lo largo de la historia han desembocado en conflictos intestinos sin aparente solución, porque en los seres humanos suelen prevalecer el fanatismo y la intransigencia. Si bien en Belfast pareciera predominar la esfera costumbrista sobre la social, el problema religioso es aquí el telón tras bambalinas que obliga a los personajes al ostracismo y al exilio.

La estupenda puesta Branagh es aquí detallista y arriesgada en su formato y en su estilo, en el manejo alterado y fuera de lo común de una cámara por momentos engañosamente improvisada en sus focos y paneos, en sus encuadres, simulando la mirada de ese niño que vive entre su imaginación prolija y una realidad absurda y destructora.

Teatrista de formación y con un probado culto shakesperiano como piedra angular de su prestigio, tanto en la escritura del guion como en su realización vuelven a tener un peso específico el texto y su impecable trabajo con extraordinarios actores aquí encabezados por dos primeros intérpretes británicos de prosapia como la inglesa Judi Dench y el también irlandés Ciarán Hinds. Su solvente trayectoria contribuye a cobijar el acertado trabajo de los jóvenes Caitriona Balfe y Jamie Dorman, y por supuesto del niño Jude Hill que a sus once años es cabeza de reparto y está a la altura de todos sus demás compañeros mayores.

En blanco y negro, la estética de Belfast lo contrasta con el color que a borbotones invaden la ficción y la propia imaginación del niño, con el respaldo de una extraordinaria y artística fotografía de Haris Zambarloukos. Como en las películas mudas donde había una introducción y un interludio musicales, una amplia panorámica a color de la ciudad nos interna en una en apariencia tranquila realidad revuelta por un conflicto religioso de vieja data y que de todos modos permanece latente como un volcán siempre en riesgo de volver a hacer erupción en cualquier momento. La música de los sesenta donde se ubica acompaña la acción y en sus distintos ritmos igual subraya el estado anímico de los personajes que se resisten a dejar su casa y su país, porque el exilio siempre implica abandono, ruptura, nostalgia, saudade, como dicen los portugueses.


Por: Mario Saavedra

Kenneth Branagh vuelve con su autobiográfico gran largometraje Belfast (Reino Unido, 2021) al convulsionado barrio de su infancia, microcosmos en el cual se concentra una añeja e intestina rivalidad religiosa entre católicos y protestantes que se extendió en Irlanda del Norte por casi tres décadas.

\u0009Desde la perspectiva de un sensible e inteligente niño que intempestivamente ve alterada la tranquilidad de su comunidad más inmediata, Belfast coincide con otros recientes filmes que igual se han detenido en temas neurálgicos como la importancia de la familia y la pérdida de la inocencia. Desde esa mirada ingenua pero a la vez penetrante se observa con sorpresa y angustia cómo los mayores a su alrededor violentan una existencia que antes parecía al menos momentáneamente apacible.

El guión del mismo Branagh ahonda en el pasado y vuelve a una tierra prometida que por una u otra razón se ve violentada por desacuerdos que a lo largo de la historia han desembocado en conflictos intestinos sin aparente solución, porque en los seres humanos suelen prevalecer el fanatismo y la intransigencia. Si bien en Belfast pareciera predominar la esfera costumbrista sobre la social, el problema religioso es aquí el telón tras bambalinas que obliga a los personajes al ostracismo y al exilio.

La estupenda puesta Branagh es aquí detallista y arriesgada en su formato y en su estilo, en el manejo alterado y fuera de lo común de una cámara por momentos engañosamente improvisada en sus focos y paneos, en sus encuadres, simulando la mirada de ese niño que vive entre su imaginación prolija y una realidad absurda y destructora.

Teatrista de formación y con un probado culto shakesperiano como piedra angular de su prestigio, tanto en la escritura del guion como en su realización vuelven a tener un peso específico el texto y su impecable trabajo con extraordinarios actores aquí encabezados por dos primeros intérpretes británicos de prosapia como la inglesa Judi Dench y el también irlandés Ciarán Hinds. Su solvente trayectoria contribuye a cobijar el acertado trabajo de los jóvenes Caitriona Balfe y Jamie Dorman, y por supuesto del niño Jude Hill que a sus once años es cabeza de reparto y está a la altura de todos sus demás compañeros mayores.

En blanco y negro, la estética de Belfast lo contrasta con el color que a borbotones invaden la ficción y la propia imaginación del niño, con el respaldo de una extraordinaria y artística fotografía de Haris Zambarloukos. Como en las películas mudas donde había una introducción y un interludio musicales, una amplia panorámica a color de la ciudad nos interna en una en apariencia tranquila realidad revuelta por un conflicto religioso de vieja data y que de todos modos permanece latente como un volcán siempre en riesgo de volver a hacer erupción en cualquier momento. La música de los sesenta donde se ubica acompaña la acción y en sus distintos ritmos igual subraya el estado anímico de los personajes que se resisten a dejar su casa y su país, porque el exilio siempre implica abandono, ruptura, nostalgia, saudade, como dicen los portugueses.