/ miércoles 16 de septiembre de 2020

La guerra mundial por el agua

El 23 de febrero de 2017, durante el seminario sobre el Derecho Humano al Agua, el papa Francisco hizo una declaración que impactó en el mundo entero: “Me pregunto si caminamos hacia la gran guerra mundial del agua”. Esta expresión, que de entrada se antojaba en ese momento pasajera, retumbó en los oídos de los gobernantes de mayor peso en el planeta.

A medida que avanzaba su intervención, en aquella asamblea que buscó atraer las miradas y oídos de propios y extraños, sus palabras se dejaron en una agenda casi olvidada, pero no ajena a una realidad que hoy tiene un peso específico.

Los más agudos analistas del mundo han considerado en los últimos años que es el petróleo el principal recurso natural que podría desencadenar la tercera guerra mundial; no se trata de un filme de ciencia ficción: los evidentes estragos de los cambios climáticos, una política errática de la mayor parte de los gobiernos en materia de recursos naturales, colocan ahora al agua como el detonante de posibles conflictos bélicos.

De 1947 a la fecha, se han producido al menos 42 pugnas entre países, todas relacionadas con el agua; la numerología no miente: 800 millones de personas carecen de agua potable y 250 mil más mueren cada año por falta del vital líquido.

Hace 53 años, el presidente John F. Kennedy se refirió al tema así: “Quien sea capaz de resolver los problemas por el agua, será merecedor de dos premios Nobel, uno por la paz y el otro por la ciencia”. Hace más de medio siglo, el problema ya le estaba quitando el sueño a los líderes del mundo. Y hoy, como una pesadilla, lo estamos viviendo irremediablemente.

Como respuesta a la reflexión que hizo el papa Francisco, en aquella asamblea, en marzo de 2017 el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró: “Sin una gestión eficaz de nuestros recursos hídricos, corremos el riesgo de intensificar las disputas entre comunidades y sectores, y aumentar la tensión entre las naciones”.

La misma ONU sigue advirtiendo que para el año 2050, la demanda del agua dulce crecerá en un 40 por ciento y que por lo menos una cuarta parte de la población mundial vivirá en países con una falta crónica de agua limpia. Para nadie es un secreto que la mayor parte del agua en la tierra es salada y, la potable, está comprometida.

¿Comprometida? Sí. Los tratados internacionales siempre pusieron en desventaja a México, como quiera que se vea. Pero hoy de nada nos sirven los argumentos: hay oídos sordos a la urgente necesidad de sobrevivencia. Las distintas posturas nos colocan en un grito de auxilio que parece que nadie quiere escuchar. No se trata sólo de los agricultores, no se trata sólo de una región del estado de Chihuahua: se trata de toda la entidad y, si me apura, de todo el norte de México.

La disputa por el agua de la presa más importante del estado no le incumbe sólo a los productores agrícolas, nos involucra a todos los chihuahuenses, a todos los mexicanos. Esa legítima defensa que valientemente encabezaron cientos de agricultores del sur de la entidad ha dejado ya un saldo que nadie queríamos tener. La muerte de una persona, por defender lo suyo y lo de todos nosotros, merece más que una reflexión.

Estamos precisamente donde el papa Francisco, Kennedy, Guterres y otros más han definido como el conflicto más doloroso que inicia, pero que debe terminar ahora mismo y sin mayores discusiones. Hoy no se trata de aportar opiniones, puntos de vista o aproximaciones a una realidad que lastima y ofende, porque duele pensar que pusimos ya los pies en el camino de la guerra por el agua.

Eso es lo que verdaderamente nos debe mover. Ya suficiente hemos sufrido con los embates del narcotráfico, con esta pandemia que nos tiene de rodillas, con la miseria y el hambre que azotan a la humanidad. Hoy, de verdad, Chihuahua está sufriendo por algo que le pertenece y que jamás debe ser ajeno a ninguno de nosotros. Aquí empezó la Revolución Mexicana… aquí, en esta tierra de hombres y mujeres que defienden lo suyo. Y somos ejemplo de que aquí empieza lo que nadie puede arrebatarnos: el agua. ¿O acaso ya empezó la guerra por ello? Son sólo cosas comunes.


El 23 de febrero de 2017, durante el seminario sobre el Derecho Humano al Agua, el papa Francisco hizo una declaración que impactó en el mundo entero: “Me pregunto si caminamos hacia la gran guerra mundial del agua”. Esta expresión, que de entrada se antojaba en ese momento pasajera, retumbó en los oídos de los gobernantes de mayor peso en el planeta.

A medida que avanzaba su intervención, en aquella asamblea que buscó atraer las miradas y oídos de propios y extraños, sus palabras se dejaron en una agenda casi olvidada, pero no ajena a una realidad que hoy tiene un peso específico.

Los más agudos analistas del mundo han considerado en los últimos años que es el petróleo el principal recurso natural que podría desencadenar la tercera guerra mundial; no se trata de un filme de ciencia ficción: los evidentes estragos de los cambios climáticos, una política errática de la mayor parte de los gobiernos en materia de recursos naturales, colocan ahora al agua como el detonante de posibles conflictos bélicos.

De 1947 a la fecha, se han producido al menos 42 pugnas entre países, todas relacionadas con el agua; la numerología no miente: 800 millones de personas carecen de agua potable y 250 mil más mueren cada año por falta del vital líquido.

Hace 53 años, el presidente John F. Kennedy se refirió al tema así: “Quien sea capaz de resolver los problemas por el agua, será merecedor de dos premios Nobel, uno por la paz y el otro por la ciencia”. Hace más de medio siglo, el problema ya le estaba quitando el sueño a los líderes del mundo. Y hoy, como una pesadilla, lo estamos viviendo irremediablemente.

Como respuesta a la reflexión que hizo el papa Francisco, en aquella asamblea, en marzo de 2017 el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró: “Sin una gestión eficaz de nuestros recursos hídricos, corremos el riesgo de intensificar las disputas entre comunidades y sectores, y aumentar la tensión entre las naciones”.

La misma ONU sigue advirtiendo que para el año 2050, la demanda del agua dulce crecerá en un 40 por ciento y que por lo menos una cuarta parte de la población mundial vivirá en países con una falta crónica de agua limpia. Para nadie es un secreto que la mayor parte del agua en la tierra es salada y, la potable, está comprometida.

¿Comprometida? Sí. Los tratados internacionales siempre pusieron en desventaja a México, como quiera que se vea. Pero hoy de nada nos sirven los argumentos: hay oídos sordos a la urgente necesidad de sobrevivencia. Las distintas posturas nos colocan en un grito de auxilio que parece que nadie quiere escuchar. No se trata sólo de los agricultores, no se trata sólo de una región del estado de Chihuahua: se trata de toda la entidad y, si me apura, de todo el norte de México.

La disputa por el agua de la presa más importante del estado no le incumbe sólo a los productores agrícolas, nos involucra a todos los chihuahuenses, a todos los mexicanos. Esa legítima defensa que valientemente encabezaron cientos de agricultores del sur de la entidad ha dejado ya un saldo que nadie queríamos tener. La muerte de una persona, por defender lo suyo y lo de todos nosotros, merece más que una reflexión.

Estamos precisamente donde el papa Francisco, Kennedy, Guterres y otros más han definido como el conflicto más doloroso que inicia, pero que debe terminar ahora mismo y sin mayores discusiones. Hoy no se trata de aportar opiniones, puntos de vista o aproximaciones a una realidad que lastima y ofende, porque duele pensar que pusimos ya los pies en el camino de la guerra por el agua.

Eso es lo que verdaderamente nos debe mover. Ya suficiente hemos sufrido con los embates del narcotráfico, con esta pandemia que nos tiene de rodillas, con la miseria y el hambre que azotan a la humanidad. Hoy, de verdad, Chihuahua está sufriendo por algo que le pertenece y que jamás debe ser ajeno a ninguno de nosotros. Aquí empezó la Revolución Mexicana… aquí, en esta tierra de hombres y mujeres que defienden lo suyo. Y somos ejemplo de que aquí empieza lo que nadie puede arrebatarnos: el agua. ¿O acaso ya empezó la guerra por ello? Son sólo cosas comunes.


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