/ viernes 23 de agosto de 2019

La inquietante violencia en Cuauhtémoc

Hay esfuerzos que se agradecen, como el intento de conocer y entender nuestra realidad para mejorarla. Las investigaciones son parte de esos esfuerzos para comprender y actuar en consecuencia, aunque la realidad se esmere en desalentarnos.

El lunes pasado Ficosec y Observatorio Ciudadano dieron a conocer resultados de una encuesta sobre la violencia en el municipio de Cuauhtémoc. Se rebelaron percepciones, actitudes y valoraciones de niños y adolescentes de 10 a 16 años en primarias y secundarias, así como de adultos seleccionados aleatoriamente.

Se expusieron datos como que el 99.2 por ciento de las niñas, niños y adolescentes encuestados dijo haber sido víctima de algún tipo de violencia, y el 38.4 no han sido víctimas de la llamada “violencia culturalmente naturalizada”; que al 12.4 por ciento sí le han golpeado (papá o mamá) y le han dejado moretones o marcas, y que el 35.2 por ciento ha sufrido violencia física en la escuela.

Otros datos fueron expuestos y luego hubo una mesa pánel donde se comentaron problemas y expectativas sobre la violencia en diversos ámbitos, cuestionando y proponiendo, como ocurre en estos foros.

Entre empresarios, profesionistas, autoridades policiales y políticos, se concluyó en la propuesta de hacer algo al respecto, que había que pasar a la acción, que urgía tomar medidas para prevenir y combatir con eficacia la problemática de violencia que rodea a niños y jóvenes.

Pero frente a hipótesis y buenas intenciones la realidad está allí. En la mañana del martes los cuauhtemenses fueron sacudidos con la noticia del hallazgo de cinco muertos, tres de ellos pendiendo del puente en Santa Lucía, y los otros dos con soga al cuello tirados un lado del puente en el campo menonita Pampas.

Frente al entusiasmo que unos ponen para conocer con la intención de actuar con buena voluntad, se manifiesta imponente y desmoralizante la violencia que nos deja en la perplejidad y la zozobra como ciudadanos.

Así pasa en Cuauhtémoc –como en otros lugares del país-, donde la desbordada violencia siembra desorientación, incertidumbre, temor. Pero hay que andar, no hay de otra.



Hay esfuerzos que se agradecen, como el intento de conocer y entender nuestra realidad para mejorarla. Las investigaciones son parte de esos esfuerzos para comprender y actuar en consecuencia, aunque la realidad se esmere en desalentarnos.

El lunes pasado Ficosec y Observatorio Ciudadano dieron a conocer resultados de una encuesta sobre la violencia en el municipio de Cuauhtémoc. Se rebelaron percepciones, actitudes y valoraciones de niños y adolescentes de 10 a 16 años en primarias y secundarias, así como de adultos seleccionados aleatoriamente.

Se expusieron datos como que el 99.2 por ciento de las niñas, niños y adolescentes encuestados dijo haber sido víctima de algún tipo de violencia, y el 38.4 no han sido víctimas de la llamada “violencia culturalmente naturalizada”; que al 12.4 por ciento sí le han golpeado (papá o mamá) y le han dejado moretones o marcas, y que el 35.2 por ciento ha sufrido violencia física en la escuela.

Otros datos fueron expuestos y luego hubo una mesa pánel donde se comentaron problemas y expectativas sobre la violencia en diversos ámbitos, cuestionando y proponiendo, como ocurre en estos foros.

Entre empresarios, profesionistas, autoridades policiales y políticos, se concluyó en la propuesta de hacer algo al respecto, que había que pasar a la acción, que urgía tomar medidas para prevenir y combatir con eficacia la problemática de violencia que rodea a niños y jóvenes.

Pero frente a hipótesis y buenas intenciones la realidad está allí. En la mañana del martes los cuauhtemenses fueron sacudidos con la noticia del hallazgo de cinco muertos, tres de ellos pendiendo del puente en Santa Lucía, y los otros dos con soga al cuello tirados un lado del puente en el campo menonita Pampas.

Frente al entusiasmo que unos ponen para conocer con la intención de actuar con buena voluntad, se manifiesta imponente y desmoralizante la violencia que nos deja en la perplejidad y la zozobra como ciudadanos.

Así pasa en Cuauhtémoc –como en otros lugares del país-, donde la desbordada violencia siembra desorientación, incertidumbre, temor. Pero hay que andar, no hay de otra.