/ viernes 8 de octubre de 2021

La investidura y el respeto

Para la Real Academia Española de la Lengua, la investidura significa el “Acto por el que una autoridad o funcionario público recibe la titularidad de un órgano y puede ejercer en lo sucesivo las facultades y atribuciones que el ordenamiento jurídico asigna al órgano mismo”.

También nos encontramos una segunda acepción del término en el diccionario Oxford Lenguages, para el cual la investidura es el “Carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades”.

Así que la investidura es tanto el recibir la titularidad de un cargo o puesto como el ser o estar en posesión de ella. Suponemos, luego, que la investidura en una sociedad democrática la imponen los ciudadanos y se ostenta de cara a los ciudadanos, respetando su voluntad.

En otras formas de gobierno, la cosa funciona quizás de otra manera; pero en una democracia las investiduras las da el pueblo para bien del pueblo, siendo un principio que los cargos públicos deben ser de beneficio para la ciudadanía, es decir, la investidura hace servidores del bien común.

La decisiones o determinaciones que se toman desde el cargo público conferido por el pueblo deberían, según lo dicho anteriormente, mostrar el respeto a la investidura otorgada por una mayoría electoral.

Es decir, el respeto a la investidura debe darse, primero que nada, por parte del mismo investido, respondiendo con integridad a lo que la ciudadanía merece de su servicio, porque ella le confirió el cargo dándole responsabilidades, que no son mínimas ni en cantidad ni en importancia.

Desde una perspectiva autoritaria, el respeto se convierte en una consideración (hasta el grado de la sumisión) hacia la persona que asume un cargo, a la cual se le llama “autoridad” y no “servidor”. ¡Esas sutilezas del lenguaje!

Entonces sí, desde este enfoque, el investido pide y hasta exige respeto de los gobernados, invirtiéndose la relación original: el obligado a mostrar sumisamente respeto debe ser el grupo social que decidió, a través del voto, investir al investido.

El respeto es una consideración especial hacia las personas que tienen ciertas cualidades, sin duda. Así que se debe respetar a los ciudadanos por sus cualidades valiosas en el campo de la vida pública y democrática de un país. Ellos hacen y definen la república.

Por supuesto que el respeto de los gobernados hacia los investidos con cargos públicos es necesario, debe darse, porque son cargos en donde las funciones son de interés colectivo. Pero, desde un enfoque democrático y liberal, los cargos no deben imponer sumisión al pueblo, mientras que el investido sí debe mostrar obediencia a la voluntad popular que se manifiesta principalmente en las leyes que hay que cumplir.

Lo ideal en la sociedad democrática, es que quienes ostentan investiduras sean ejemplo de respeto obedeciendo leyes emanadas de la voluntad popular. Que exijan menos y den más respeto. Si dan, recibirán, seguramente.



Para la Real Academia Española de la Lengua, la investidura significa el “Acto por el que una autoridad o funcionario público recibe la titularidad de un órgano y puede ejercer en lo sucesivo las facultades y atribuciones que el ordenamiento jurídico asigna al órgano mismo”.

También nos encontramos una segunda acepción del término en el diccionario Oxford Lenguages, para el cual la investidura es el “Carácter que se adquiere con la toma de posesión de ciertos cargos o dignidades”.

Así que la investidura es tanto el recibir la titularidad de un cargo o puesto como el ser o estar en posesión de ella. Suponemos, luego, que la investidura en una sociedad democrática la imponen los ciudadanos y se ostenta de cara a los ciudadanos, respetando su voluntad.

En otras formas de gobierno, la cosa funciona quizás de otra manera; pero en una democracia las investiduras las da el pueblo para bien del pueblo, siendo un principio que los cargos públicos deben ser de beneficio para la ciudadanía, es decir, la investidura hace servidores del bien común.

La decisiones o determinaciones que se toman desde el cargo público conferido por el pueblo deberían, según lo dicho anteriormente, mostrar el respeto a la investidura otorgada por una mayoría electoral.

Es decir, el respeto a la investidura debe darse, primero que nada, por parte del mismo investido, respondiendo con integridad a lo que la ciudadanía merece de su servicio, porque ella le confirió el cargo dándole responsabilidades, que no son mínimas ni en cantidad ni en importancia.

Desde una perspectiva autoritaria, el respeto se convierte en una consideración (hasta el grado de la sumisión) hacia la persona que asume un cargo, a la cual se le llama “autoridad” y no “servidor”. ¡Esas sutilezas del lenguaje!

Entonces sí, desde este enfoque, el investido pide y hasta exige respeto de los gobernados, invirtiéndose la relación original: el obligado a mostrar sumisamente respeto debe ser el grupo social que decidió, a través del voto, investir al investido.

El respeto es una consideración especial hacia las personas que tienen ciertas cualidades, sin duda. Así que se debe respetar a los ciudadanos por sus cualidades valiosas en el campo de la vida pública y democrática de un país. Ellos hacen y definen la república.

Por supuesto que el respeto de los gobernados hacia los investidos con cargos públicos es necesario, debe darse, porque son cargos en donde las funciones son de interés colectivo. Pero, desde un enfoque democrático y liberal, los cargos no deben imponer sumisión al pueblo, mientras que el investido sí debe mostrar obediencia a la voluntad popular que se manifiesta principalmente en las leyes que hay que cumplir.

Lo ideal en la sociedad democrática, es que quienes ostentan investiduras sean ejemplo de respeto obedeciendo leyes emanadas de la voluntad popular. Que exijan menos y den más respeto. Si dan, recibirán, seguramente.