/ jueves 11 de abril de 2019

La justicia hispana en el siglo XVI

Cierto, hubo injusticias en la colonización de América, pero los españoles, en especial, de Castilla, fueron en su inculturación, los más humanitarios de las naciones europeas. Salvo ellos y el papado (Sublimis Deus) ninguna nación tuvo ley a favor de los pueblos conquistados. Parte de la dureza con que se juzga a España es que, en el siglo XVI, no aplicaba en ella la falsa indolencia moral de hoy, de que la religión azteca podía ser agradable a Dios, aunque incluyera canibalismo y sacrificios humanos, y por otro lado, la porción política que ha buscado sustituir a la cultura católica.

La realidad era que en torno a América los esfuerzos de Cortés y Pizarro para someter imperios fueron igualados por los intentos heroicos de los eclesiásticos para aplicar rigurosamente la doctrina cristiana a los problemas de una sociedad fronteriza. Las Leyes de Burgos (1512), el Decreto de 1526, las Leyes Nuevas (1542) por la Junta de Valladolid, y las Ordenanzas de Felipe II (1573) son ejemplos pioneros de este esfuerzo. La justicia de la guerra, tributos, el vasallaje a los reyes de España, el buen ejemplo evangélico de españoles a convertidos, eran temas que les preocupaban mucho.

Por el tema de una guerra justa, buscaban argumentos, tanto bíblicos como en los Padres de la Iglesia, como cuando los enemigos no deseaban la paz (Deuteronomio 20,10), cuando se castigan ofensas (Jueces cap. 19 y 20), se defendía al afligido del pecador (Salmo 82, 3-4), o el principio de san Agustín, que no se gana la condición de inocente al no hacer el mal, sino evitar que lo hagan los malvados, como repetiría Edmund Burke. Fray Domingo de Salazar nos parece moderno al decir “no puede el rey (tributar)… por no haberle ellos dado libremente… el dominio de sus repúblicas”.

Y de los males de los primeros españoles, afirma de unos memoriales: “Para que yo determinase lo que estaban obligados a restituir por los daños que habían hecho”, pues para ser gobernante, como afirma fray Francisco de Vitoria en su De Protestate Civili, “este poder no lo reciben los reyes… inmediatamente de Dios… sino en las repúblicas que gobiernan”... y para esto, con “el tercio de religiosos” en vez de soldados, ya se hubieran convertido. De acuerdo a fray Juan Ramírez, el gobierno tenía por “primer fin y principal, que es el bien temporal y espiritual de los mismos indios”.

Un sucesor de fray Antonio de Montesinos, fray Miguel de Benavides, hablaría que “es pecado mortal gravísimo… cobrar tributo de los infieles” hasta no explicar la razón de por qué lo pide su majestad. No faltaron casos en los que negaban la confesión o se excomulgaba en guerras injustas, que cerca de la muerte, en voluntad testamentaria para tranquilizar la conciencia frente a los frailes, algún conquistador se comprometiera a restituir a los indios y dijera que al conocerlos no hubiera gente mala entre ellos, o el fiero soldado que amenazara con tumbar una mitra a 50 pasos con un arcabuz.

Estos son sólo unos ejemplos, pues como el padre de los juriscónsules mexicanos diría, Bartolomé de Albornoz, “por cada indio surgían en el siglo XVI, 400 defensores” y era frase usual en la época que “en cada fraile… el rey tiene el equivalente de un capitán general y de todo un ejército”. Numerosas obras jurídicas se escribieron a favor o en contra de los indios. Incluso, algunos escritos de los adversarios de fray Bartolomé de las Casas no se les permitió ser impresos en el siglo XVI. El contrapeso religioso frente al secular coincidió con la época más grande que España haya vivido.

agusperezr@hotmail.com


Cierto, hubo injusticias en la colonización de América, pero los españoles, en especial, de Castilla, fueron en su inculturación, los más humanitarios de las naciones europeas. Salvo ellos y el papado (Sublimis Deus) ninguna nación tuvo ley a favor de los pueblos conquistados. Parte de la dureza con que se juzga a España es que, en el siglo XVI, no aplicaba en ella la falsa indolencia moral de hoy, de que la religión azteca podía ser agradable a Dios, aunque incluyera canibalismo y sacrificios humanos, y por otro lado, la porción política que ha buscado sustituir a la cultura católica.

La realidad era que en torno a América los esfuerzos de Cortés y Pizarro para someter imperios fueron igualados por los intentos heroicos de los eclesiásticos para aplicar rigurosamente la doctrina cristiana a los problemas de una sociedad fronteriza. Las Leyes de Burgos (1512), el Decreto de 1526, las Leyes Nuevas (1542) por la Junta de Valladolid, y las Ordenanzas de Felipe II (1573) son ejemplos pioneros de este esfuerzo. La justicia de la guerra, tributos, el vasallaje a los reyes de España, el buen ejemplo evangélico de españoles a convertidos, eran temas que les preocupaban mucho.

Por el tema de una guerra justa, buscaban argumentos, tanto bíblicos como en los Padres de la Iglesia, como cuando los enemigos no deseaban la paz (Deuteronomio 20,10), cuando se castigan ofensas (Jueces cap. 19 y 20), se defendía al afligido del pecador (Salmo 82, 3-4), o el principio de san Agustín, que no se gana la condición de inocente al no hacer el mal, sino evitar que lo hagan los malvados, como repetiría Edmund Burke. Fray Domingo de Salazar nos parece moderno al decir “no puede el rey (tributar)… por no haberle ellos dado libremente… el dominio de sus repúblicas”.

Y de los males de los primeros españoles, afirma de unos memoriales: “Para que yo determinase lo que estaban obligados a restituir por los daños que habían hecho”, pues para ser gobernante, como afirma fray Francisco de Vitoria en su De Protestate Civili, “este poder no lo reciben los reyes… inmediatamente de Dios… sino en las repúblicas que gobiernan”... y para esto, con “el tercio de religiosos” en vez de soldados, ya se hubieran convertido. De acuerdo a fray Juan Ramírez, el gobierno tenía por “primer fin y principal, que es el bien temporal y espiritual de los mismos indios”.

Un sucesor de fray Antonio de Montesinos, fray Miguel de Benavides, hablaría que “es pecado mortal gravísimo… cobrar tributo de los infieles” hasta no explicar la razón de por qué lo pide su majestad. No faltaron casos en los que negaban la confesión o se excomulgaba en guerras injustas, que cerca de la muerte, en voluntad testamentaria para tranquilizar la conciencia frente a los frailes, algún conquistador se comprometiera a restituir a los indios y dijera que al conocerlos no hubiera gente mala entre ellos, o el fiero soldado que amenazara con tumbar una mitra a 50 pasos con un arcabuz.

Estos son sólo unos ejemplos, pues como el padre de los juriscónsules mexicanos diría, Bartolomé de Albornoz, “por cada indio surgían en el siglo XVI, 400 defensores” y era frase usual en la época que “en cada fraile… el rey tiene el equivalente de un capitán general y de todo un ejército”. Numerosas obras jurídicas se escribieron a favor o en contra de los indios. Incluso, algunos escritos de los adversarios de fray Bartolomé de las Casas no se les permitió ser impresos en el siglo XVI. El contrapeso religioso frente al secular coincidió con la época más grande que España haya vivido.

agusperezr@hotmail.com