/ viernes 15 de abril de 2022

La ley

La ley, ahora más que en otros tiempos, es culpable de los males que se supone debe castigar. La ley, o quizá debemos decir, aquellos responsables de ejercerla, han venido actuando en el sentido de que han destruido el objetivo primordial de la misma: se viene aplicando para inutilizar la justicia que se supone debe conservar y mantener; a limitar y destruir los derechos que en el propósito de su existencia, debe respetar.


La ley ha puesto una gran poder, en muchos de los casos, en manos de personajes sin escrúpulos que operan impunemente con todo el respaldo de la misma. De hecho, ha convertido el delito o el apoyo al mismo, en una especie de derecho. Ha convertido a ciudadanos honestos en criminales, castigándolos a ellos mientras que apoya, protege y estimula a los violadores de todo lo establecido.


Algunos derechos inalienables del hombre son la vida, la libertad y la propiedad. Estos existen no porque el hombre haya hecho las leyes, sino al contrario, fue la existencia de estos mismos derechos otorgados por Dios, que el hombre decidió hacer las leyes para protegerlos. Cada persona contamos con estos derechos. Sin embargo, la existencia de cualquiera de ellos está directamente relacionada con la conservación de los otros dos. El sentido común nos dice que la ley no es otra cosa que la organización del derecho natural a tener derecho a una defensa legal.


La ley ha sido pervertida en beneficio de aquellos que viven y prosperan a expensas de otros, o de aquellos que envenenan a quienes pueden, primordialmente nuestros jóvenes. Es cierto que es parte de la naturaleza humana alejarse del dolor y acercarse al placer y como muchos consideran el trabajo un castigo, optan por el despojo, la rapiña o el robo tan pronto se presenta la ocasión. La historia no enseña que bajo estas circunstancias, ni la religión ni la moral funcionan. La única forma de parar esto, es cuando aquellos culpables ya de mil delitos, se den cuenta que lo que hacen es más peligroso y desagradable que trabajar. Y esto solo se dará cuando las leyes funcionen no para beneficio de los maleantes, sino para la justicia.


Cuando la ilegalidad es cultivada por aquellos encargados de combatirla, existen dos posibilidades: que el ciudadano respetuoso de las leyes, intente por todos lo medios posibles, influir para desarrollar nuevas leyes para frenar lo que le perjudica, o que por la impunidad existente, decida aliarse a los acontecimientos en las diferentes áreas, ya sean de narcotráfico, robo de autos, tráfico de niños, robo de casas, tráfico de blancas, clonación de videos, tráfico de órganos, extorsión, falsificación, secuestros, etc. En lugar de acabar con las injusticias que encontramos en la sociedad, dichas injusticias se generalizan. Esto ya lo estamos viviendo.


La distinción en la conciencia del ciudadano común entre la justicia y la injusticia se está perdiendo aceleradamente. Esto se lo debemos a la aplicación de la ley en beneficio de los mismos que la violan.


La ley, ahora más que en otros tiempos, es culpable de los males que se supone debe castigar. La ley, o quizá debemos decir, aquellos responsables de ejercerla, han venido actuando en el sentido de que han destruido el objetivo primordial de la misma: se viene aplicando para inutilizar la justicia que se supone debe conservar y mantener; a limitar y destruir los derechos que en el propósito de su existencia, debe respetar.


La ley ha puesto una gran poder, en muchos de los casos, en manos de personajes sin escrúpulos que operan impunemente con todo el respaldo de la misma. De hecho, ha convertido el delito o el apoyo al mismo, en una especie de derecho. Ha convertido a ciudadanos honestos en criminales, castigándolos a ellos mientras que apoya, protege y estimula a los violadores de todo lo establecido.


Algunos derechos inalienables del hombre son la vida, la libertad y la propiedad. Estos existen no porque el hombre haya hecho las leyes, sino al contrario, fue la existencia de estos mismos derechos otorgados por Dios, que el hombre decidió hacer las leyes para protegerlos. Cada persona contamos con estos derechos. Sin embargo, la existencia de cualquiera de ellos está directamente relacionada con la conservación de los otros dos. El sentido común nos dice que la ley no es otra cosa que la organización del derecho natural a tener derecho a una defensa legal.


La ley ha sido pervertida en beneficio de aquellos que viven y prosperan a expensas de otros, o de aquellos que envenenan a quienes pueden, primordialmente nuestros jóvenes. Es cierto que es parte de la naturaleza humana alejarse del dolor y acercarse al placer y como muchos consideran el trabajo un castigo, optan por el despojo, la rapiña o el robo tan pronto se presenta la ocasión. La historia no enseña que bajo estas circunstancias, ni la religión ni la moral funcionan. La única forma de parar esto, es cuando aquellos culpables ya de mil delitos, se den cuenta que lo que hacen es más peligroso y desagradable que trabajar. Y esto solo se dará cuando las leyes funcionen no para beneficio de los maleantes, sino para la justicia.


Cuando la ilegalidad es cultivada por aquellos encargados de combatirla, existen dos posibilidades: que el ciudadano respetuoso de las leyes, intente por todos lo medios posibles, influir para desarrollar nuevas leyes para frenar lo que le perjudica, o que por la impunidad existente, decida aliarse a los acontecimientos en las diferentes áreas, ya sean de narcotráfico, robo de autos, tráfico de niños, robo de casas, tráfico de blancas, clonación de videos, tráfico de órganos, extorsión, falsificación, secuestros, etc. En lugar de acabar con las injusticias que encontramos en la sociedad, dichas injusticias se generalizan. Esto ya lo estamos viviendo.


La distinción en la conciencia del ciudadano común entre la justicia y la injusticia se está perdiendo aceleradamente. Esto se lo debemos a la aplicación de la ley en beneficio de los mismos que la violan.