/ viernes 22 de julio de 2022

La mujer barbuda

Alejandro Cortés González Báez


De vez en cuando nos encontramos con estudios, encuestas y reportajes de quienes desean cambios en la doctrina católica en temas de implicación moral. “Si la Iglesia no cambia —le oí decir a un supuesto editorialista— se meterá en problemas”… ¿Más? Bastante tiene ya con tratar de salvar a tanta gente, sobre todo cuando es evidente el poco interés por parte de muchos en dejarse ayudar para alcanzar la vida eterna. ¡Cambios! ¡Ansían cambios! ¡Muchos cambios! Una moral flexible y poco exigente. ¡Sí señor! Algo que vaya por la línea indefinida del mundo moderno; una ética relajada; una fe sin dogmas; una vida ritual sin esquemas; un cristianismo ambiguo y un ordenamiento sin leyes. Sólo antojos, modas, sentimentalismos, tolerancia con mucha luz y sonido: ¡Pasen, pasen y vean a la mujer barbuda!

Hace años, mientras estudiaba en la universidad, tuve la suerte de convivir en la Residencia Universitaria Panamericana con un estudiante de Leyes; listo, decidido, muy fuerte, de carácter irascible; muy seguro de sí mismo y un algo vanidoso. Pues bien, uno de tantos días se subió a un autobús que tenía todos los asientos ocupados y viajó de pie en el pasillo como cualquier mortal. Bueno, de pie hasta que el chofer frenó bruscamente, pues cuando mi amigo se sujetó del tubo que tenía cerca, para su sorpresa y la de todos los pasajeros, se fue al suelo con el tubo en la mano. Del asombro pasó a la vergüenza cuando el hombre que viajaba junto a él —un plomero— le dijo: “Perdone joven... ¿me da mi tubo?”. Explicación: se había de agarrado de un tuvo equivocado; del que no estaba sujeto a la estructura del autobús.


A veces pienso en la humanidad comparándola con esa pobre gente que se ponen en manos de los famosos “polleros” y se dejan meter en la caja de un trailer sin ventanas, sin asientos, sin tubos fijos, viajando como “dados en cubilete” y todo con la falsa promesa de llegar a un país donde podrán trabajar... aunque quizás, durante el viaje, se sientan libres por no estar sujetos a una estructura rígida; pero tristemente, con frecuencia, cuando se abren las puertas de esos camiones, lo único que se encuentran son los cadáveres...: de quienes murieron por asfixia... y a oscuras. Nuestros líderes políticos y nuestros astros de cine y televisión suelen prometer la solución de todos los problemas en base a unos esquemas tan superficiales como atractivos, por cómodos y baratos.


Entre las maravillas que posee la Iglesia Católica está la inmutabilidad de esas verdades que ha recibido por revelación del mismo Dios en temas de fe y moral. Verdades que no cambian con el paso del tiempo, ni de las culturas, ni de los hombres. ¿Qué sería de esta Iglesia si cada Papa incluyera o suprimiera nuevos pecados?


Nunca faltarán dentro de la Iglesia Católica quienes se sientan incómodos con una doctrina que no cambia en lo que es esencial; pero Jesús no la fundó para tenernos contentos, sino para enseñarnos, y guiarnos hacia la unión eterna con Él… aunque a veces nos resulte incómoda.


Alejandro Cortés González Báez


De vez en cuando nos encontramos con estudios, encuestas y reportajes de quienes desean cambios en la doctrina católica en temas de implicación moral. “Si la Iglesia no cambia —le oí decir a un supuesto editorialista— se meterá en problemas”… ¿Más? Bastante tiene ya con tratar de salvar a tanta gente, sobre todo cuando es evidente el poco interés por parte de muchos en dejarse ayudar para alcanzar la vida eterna. ¡Cambios! ¡Ansían cambios! ¡Muchos cambios! Una moral flexible y poco exigente. ¡Sí señor! Algo que vaya por la línea indefinida del mundo moderno; una ética relajada; una fe sin dogmas; una vida ritual sin esquemas; un cristianismo ambiguo y un ordenamiento sin leyes. Sólo antojos, modas, sentimentalismos, tolerancia con mucha luz y sonido: ¡Pasen, pasen y vean a la mujer barbuda!

Hace años, mientras estudiaba en la universidad, tuve la suerte de convivir en la Residencia Universitaria Panamericana con un estudiante de Leyes; listo, decidido, muy fuerte, de carácter irascible; muy seguro de sí mismo y un algo vanidoso. Pues bien, uno de tantos días se subió a un autobús que tenía todos los asientos ocupados y viajó de pie en el pasillo como cualquier mortal. Bueno, de pie hasta que el chofer frenó bruscamente, pues cuando mi amigo se sujetó del tubo que tenía cerca, para su sorpresa y la de todos los pasajeros, se fue al suelo con el tubo en la mano. Del asombro pasó a la vergüenza cuando el hombre que viajaba junto a él —un plomero— le dijo: “Perdone joven... ¿me da mi tubo?”. Explicación: se había de agarrado de un tuvo equivocado; del que no estaba sujeto a la estructura del autobús.


A veces pienso en la humanidad comparándola con esa pobre gente que se ponen en manos de los famosos “polleros” y se dejan meter en la caja de un trailer sin ventanas, sin asientos, sin tubos fijos, viajando como “dados en cubilete” y todo con la falsa promesa de llegar a un país donde podrán trabajar... aunque quizás, durante el viaje, se sientan libres por no estar sujetos a una estructura rígida; pero tristemente, con frecuencia, cuando se abren las puertas de esos camiones, lo único que se encuentran son los cadáveres...: de quienes murieron por asfixia... y a oscuras. Nuestros líderes políticos y nuestros astros de cine y televisión suelen prometer la solución de todos los problemas en base a unos esquemas tan superficiales como atractivos, por cómodos y baratos.


Entre las maravillas que posee la Iglesia Católica está la inmutabilidad de esas verdades que ha recibido por revelación del mismo Dios en temas de fe y moral. Verdades que no cambian con el paso del tiempo, ni de las culturas, ni de los hombres. ¿Qué sería de esta Iglesia si cada Papa incluyera o suprimiera nuevos pecados?


Nunca faltarán dentro de la Iglesia Católica quienes se sientan incómodos con una doctrina que no cambia en lo que es esencial; pero Jesús no la fundó para tenernos contentos, sino para enseñarnos, y guiarnos hacia la unión eterna con Él… aunque a veces nos resulte incómoda.