/ viernes 25 de diciembre de 2020

LA NAVIDAD

Símbolo de la búsqueda de la verdad

“Logramos sobrevivir para llegar a una Navidad más”

Sólo existe una verdad, parte de la cual está siendo descubierta por los científicos, así como otra parte por los teólogos; y esta gesta por la verdad, ya sea a través de la ciencia o la religión, invariablemente nos lleva a Dios.

A veces necesitamos estar alejados de las luces de la ciudad para darnos cuenta del maravilloso espectáculo de nuestra Vía Láctea. Solamente nos bastan unos minutos a solas ante el magnífico espectáculo de las Barrancas del Cobre para darnos cuenta que “algo”, o “alguien” tuvo que participar en tan fabulosa creación.

La Navidad es parte fundamental de nuestras creencias. Su esencia ha perdurado a pesar de todo. Pueblos la han prohibido, algunos canales de televisión hacen burla de la creación, y a últimas fechas, ponen en duda la veracidad del nacimiento de Jesucristo, ya no digamos de Su vida.

El solo hecho de estar aquí ya debe maravillarnos. El hombre, dentro del colosal cosmos, con sus pequeñeces, con sus pensamientos, sufrimientos y sentimientos a veces se pregunta el por qué está aquí. En ocasiones podemos preguntarnos por qué el hombre, sin consecuencia aparente, vive en este planeta. No somos ni un pequeño grano de arena en lo vasto de la inmensidad, ya no digamos del universo entero, sino de nuestra galaxia.

Y sin embargo, a pesar de un esfuerzo serio para descubrir alguna señal de vida inteligente o no inteligente, esta no se ha encontrado. A pesar de las naves no tripuladas enviadas a otros planetas en el vecindario, no hay señales de vida. A pesar de lo que algunos podamos haber visto en los cielos, no pasa de ser un mero fenómeno desconocido.

Sin embargo, la vida misma en la tierra es espectacularmente improbable. Solo algunos planetas muy especiales podrían albergar vida. Pero hasta ahora, solo sabemos de éste. Hasta ahora, somos algo así como “únicos y especiales”, lo que nos lleva a reflexionar sobre la grandeza de la creación y sobre el por qué y para qué estamos aquí. Sobre cuál, al final de cuentas, es la verdad sobre el misterio y el milagro de la Creación.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado esta verdad. La búsqueda, en su forma más efectiva, ha sido conducida a través de la fe. La religión, o más bien, la teología, se inicia con Dios, la última fuente de la Verdad. Esta Verdad (Dios) abarca la creación y puede ser descubierta por el hombre, cuya capacidad de razonar se basó y es, en todo el sentido de la palabra, moldeada a imagen y semejanza del Creador. Con la comprensión de esto, el hombre concluyó que la habilidad de razonar y examinar el proceso de la creación cumplía con el propósito de descubrir la Verdad. Esto fue el inicio de la ciencia. Fue paradójico que la ciencia se sintiera y se viera triunfante y que llena de vigor, solicitara el fin de la religión que le diera origen.

Para los seres pensantes queda claro que la ciencia y la religión son meramente dos aspectos del mismo noble esfuerzo de entender la creación y de encontrar el camino a la Verdad y a Dios.

La Natividad nos sirve para entender que la revolución científica iniciada, entre otros por Copérnico, ha tenido un efecto de minimización del ser humano. Marginar al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se convierte en algo así como marginar al mismo Dios, aunque no fuera la intención original de los que al principio investigaban la naturaleza en una forma científica. En realidad la Navidad nos refuerza nuestro conocimiento y entendimiento de que el orden racional de la naturaleza, derivado del Creador, se manifiesta en leyes bien definidas, incluyendo el orden del caos en el cosmos.

La Navidad nos hace reflexionar y entender mejor a Dios. No existe fecha tan importante en la historia de la humanidad como lo es la Natividad. Disfrutémosla en nuestro interior y en nuestro exterior. Vale la pena.




Símbolo de la búsqueda de la verdad

“Logramos sobrevivir para llegar a una Navidad más”

Sólo existe una verdad, parte de la cual está siendo descubierta por los científicos, así como otra parte por los teólogos; y esta gesta por la verdad, ya sea a través de la ciencia o la religión, invariablemente nos lleva a Dios.

A veces necesitamos estar alejados de las luces de la ciudad para darnos cuenta del maravilloso espectáculo de nuestra Vía Láctea. Solamente nos bastan unos minutos a solas ante el magnífico espectáculo de las Barrancas del Cobre para darnos cuenta que “algo”, o “alguien” tuvo que participar en tan fabulosa creación.

La Navidad es parte fundamental de nuestras creencias. Su esencia ha perdurado a pesar de todo. Pueblos la han prohibido, algunos canales de televisión hacen burla de la creación, y a últimas fechas, ponen en duda la veracidad del nacimiento de Jesucristo, ya no digamos de Su vida.

El solo hecho de estar aquí ya debe maravillarnos. El hombre, dentro del colosal cosmos, con sus pequeñeces, con sus pensamientos, sufrimientos y sentimientos a veces se pregunta el por qué está aquí. En ocasiones podemos preguntarnos por qué el hombre, sin consecuencia aparente, vive en este planeta. No somos ni un pequeño grano de arena en lo vasto de la inmensidad, ya no digamos del universo entero, sino de nuestra galaxia.

Y sin embargo, a pesar de un esfuerzo serio para descubrir alguna señal de vida inteligente o no inteligente, esta no se ha encontrado. A pesar de las naves no tripuladas enviadas a otros planetas en el vecindario, no hay señales de vida. A pesar de lo que algunos podamos haber visto en los cielos, no pasa de ser un mero fenómeno desconocido.

Sin embargo, la vida misma en la tierra es espectacularmente improbable. Solo algunos planetas muy especiales podrían albergar vida. Pero hasta ahora, solo sabemos de éste. Hasta ahora, somos algo así como “únicos y especiales”, lo que nos lleva a reflexionar sobre la grandeza de la creación y sobre el por qué y para qué estamos aquí. Sobre cuál, al final de cuentas, es la verdad sobre el misterio y el milagro de la Creación.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado esta verdad. La búsqueda, en su forma más efectiva, ha sido conducida a través de la fe. La religión, o más bien, la teología, se inicia con Dios, la última fuente de la Verdad. Esta Verdad (Dios) abarca la creación y puede ser descubierta por el hombre, cuya capacidad de razonar se basó y es, en todo el sentido de la palabra, moldeada a imagen y semejanza del Creador. Con la comprensión de esto, el hombre concluyó que la habilidad de razonar y examinar el proceso de la creación cumplía con el propósito de descubrir la Verdad. Esto fue el inicio de la ciencia. Fue paradójico que la ciencia se sintiera y se viera triunfante y que llena de vigor, solicitara el fin de la religión que le diera origen.

Para los seres pensantes queda claro que la ciencia y la religión son meramente dos aspectos del mismo noble esfuerzo de entender la creación y de encontrar el camino a la Verdad y a Dios.

La Natividad nos sirve para entender que la revolución científica iniciada, entre otros por Copérnico, ha tenido un efecto de minimización del ser humano. Marginar al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se convierte en algo así como marginar al mismo Dios, aunque no fuera la intención original de los que al principio investigaban la naturaleza en una forma científica. En realidad la Navidad nos refuerza nuestro conocimiento y entendimiento de que el orden racional de la naturaleza, derivado del Creador, se manifiesta en leyes bien definidas, incluyendo el orden del caos en el cosmos.

La Navidad nos hace reflexionar y entender mejor a Dios. No existe fecha tan importante en la historia de la humanidad como lo es la Natividad. Disfrutémosla en nuestro interior y en nuestro exterior. Vale la pena.