/ viernes 23 de octubre de 2020

La necesidad de cuidar la migración como fuerza laboral en el ámbito internacional

Por: Javier Bernabé

La migración fue, es y seguirá siendo un motor de crecimiento para las regiones y los países desde tiempos inmemoriales. Su fuerza laboral ha ayudado a crecer a Europa y a América, se convirtió en la esencia de numerosos países, sin embargo, en estos momentos los derechos laborales de los migrantes corren peligro porque el panorama internacional es claramente hostil.

¿Se cuidan las condiciones laborales de los migrantes?, ¿se tiene claro que violar esas condiciones es violar sus derechos humanos? Creo que toda esa fuerza laboral interesa por momentos, y cuando interesa se cuida, aunque sea poco. Pero en estos momentos esos derechos importan cada vez menos.

Hubo 258 millones de personas que abandonaron sus hogares en 2018, los motivos: querer cubrir sus necesidades básicas, dejar de pasar hambre, no sufrir la inseguridad provocada por desastres naturales, o por guerras; evidentemente querer mejorar sus vidas y las de sus familias trabajando en el exterior es una opción.

América Latina no es una excepción, desde hace veinte años especialmente crece de modo significativo la migración intrarregional, entre países limítrofes, pero cada vez más entre países no limítrofes. Algunos de los casos más significativos en los últimos años fueron protagonizados por la migración venezolana que ascendió en lo que va de 2020 a 5’093,937; 1’825,687 viven en Colombia y 861,049 en Perú, por ejemplo, según el Observatorio Venezolano de Migración de la UCAB. Muchos piden que se les reconozca como refugiados, y muchos no; pocos lo consiguen.

La migración centroamericana se conoce muy bien en México, entrando desde Guatemala atraviesa el país hasta llegar a su frontera norte con Estados Unidos. El intento de atravesar esa frontera se encuentra con enormes dificultades, ya que no estamos hablando de una migración segura, ordenada y regular, y eso hace que veamos situaciones extremas, por ejemplo, en Chihuahua. Y sin esas tres características los motivos de la migración pierden importancia para las autoridades.

Es evidente que hay que luchar para que las migraciones internacionales sean regulares, ordenadas y seguras, pero las realidades que viven las personas que se ven forzadas a salir de sus países no lo permiten, las urgencias por sobrevivir ganan el juego a la regularidad y al orden.

Sea como fuere, los gobiernos de los países emisores y receptores, sus empresarios, y las organizaciones internacionales pertinentes, como Naciones Unidas, deben hacer el máximo esfuerzo para que estas personas puedan sobrevivir, y después vivir. Para ello no hay más opción que tener trabajo, luchar contra la explotación, defender sus derechos humanos, y los laborales están incluidos.

Pareciese que la globalización nos gusta cuando trae ventajas, pero todo lo que provoca que las personas emigren es parte de la globalización, y eso ya no les gusta tanto a algunos. La memoria es frágil e injusta, sin el trabajo de las personas migrantes todas nuestras sociedades serían más pobres, económica, social y culturalmente. Sin que nuestras sociedades luchen para que ese trabajo tenga condiciones dignas nos hacemos injustos e indudablemente peores.

Por: Javier Bernabé

La migración fue, es y seguirá siendo un motor de crecimiento para las regiones y los países desde tiempos inmemoriales. Su fuerza laboral ha ayudado a crecer a Europa y a América, se convirtió en la esencia de numerosos países, sin embargo, en estos momentos los derechos laborales de los migrantes corren peligro porque el panorama internacional es claramente hostil.

¿Se cuidan las condiciones laborales de los migrantes?, ¿se tiene claro que violar esas condiciones es violar sus derechos humanos? Creo que toda esa fuerza laboral interesa por momentos, y cuando interesa se cuida, aunque sea poco. Pero en estos momentos esos derechos importan cada vez menos.

Hubo 258 millones de personas que abandonaron sus hogares en 2018, los motivos: querer cubrir sus necesidades básicas, dejar de pasar hambre, no sufrir la inseguridad provocada por desastres naturales, o por guerras; evidentemente querer mejorar sus vidas y las de sus familias trabajando en el exterior es una opción.

América Latina no es una excepción, desde hace veinte años especialmente crece de modo significativo la migración intrarregional, entre países limítrofes, pero cada vez más entre países no limítrofes. Algunos de los casos más significativos en los últimos años fueron protagonizados por la migración venezolana que ascendió en lo que va de 2020 a 5’093,937; 1’825,687 viven en Colombia y 861,049 en Perú, por ejemplo, según el Observatorio Venezolano de Migración de la UCAB. Muchos piden que se les reconozca como refugiados, y muchos no; pocos lo consiguen.

La migración centroamericana se conoce muy bien en México, entrando desde Guatemala atraviesa el país hasta llegar a su frontera norte con Estados Unidos. El intento de atravesar esa frontera se encuentra con enormes dificultades, ya que no estamos hablando de una migración segura, ordenada y regular, y eso hace que veamos situaciones extremas, por ejemplo, en Chihuahua. Y sin esas tres características los motivos de la migración pierden importancia para las autoridades.

Es evidente que hay que luchar para que las migraciones internacionales sean regulares, ordenadas y seguras, pero las realidades que viven las personas que se ven forzadas a salir de sus países no lo permiten, las urgencias por sobrevivir ganan el juego a la regularidad y al orden.

Sea como fuere, los gobiernos de los países emisores y receptores, sus empresarios, y las organizaciones internacionales pertinentes, como Naciones Unidas, deben hacer el máximo esfuerzo para que estas personas puedan sobrevivir, y después vivir. Para ello no hay más opción que tener trabajo, luchar contra la explotación, defender sus derechos humanos, y los laborales están incluidos.

Pareciese que la globalización nos gusta cuando trae ventajas, pero todo lo que provoca que las personas emigren es parte de la globalización, y eso ya no les gusta tanto a algunos. La memoria es frágil e injusta, sin el trabajo de las personas migrantes todas nuestras sociedades serían más pobres, económica, social y culturalmente. Sin que nuestras sociedades luchen para que ese trabajo tenga condiciones dignas nos hacemos injustos e indudablemente peores.

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