/ sábado 9 de diciembre de 2017

La niña de los chocolates y la nieve

Salí del trabajo y con paso veloz por el frío que hacía esta tarde me dirigí al estacionamiento, de reojo admiré los bellos y blancos escenarios, dignos de una postal, los jóvenes tomándose selfies con el fondo nevado, ¡qué bonita es la nieve! –pensé-, ya huele a Navidad. De pronto se me acercó una niña pequeña y mostrándome su caja con chocolates  me dijo: “Cómprame uno”, al verla tiritando de frío le pregunte por su mamá, a corta distancia estaba una señora con otro niño pequeño, que vigilaba a la niña, supuse que era la madre, la niña me insistió: “Cómprame un  chocolate porque no tengo para comer y tengo frío”. Brindé un poco de ayuda a la menor y  entonces reflexioné sobre  lo relativo de las cosas. Los escenarios que nos brinda la nieve son inigualables, añorados cuando se tiene un techo que cobija, una estufa que calienta  nuestros alimentos, un abrigo que nos cubre de las inclemencias del tiempo, una familia que nos abraza, un trabajo que dignifique y  nos brinde lo necesario para vivir,  pero ¿cuántos estamos en esa situación privilegiada? Hay tantos hermanos nuestros como la niña de los chocolates, que recorren las calles en busca de sustento, pasando frío, hambre, vejaciones, privaciones, injusticias, etc.

Urge ser solidarios, salirnos de nuestra zona de confort y meternos en los zapatos de los otros. Ser empático con los demás y dar  un poco de lo mucho que tenemos. Reflexionar en torno a las personas necesitadas, en torno a los grupos vulnerables que de alguna u otra forma requieren de nuestra solidaridad, no de nuestra lástima. Para colmo de males los lugares que más padecen las inclemencias del tiempo, como las que hoy atravesamos, son los municipios serranos habitados por  tarahumaras, quienes están muy necesitados de nuestro  apoyo y solidaridad, que  siguen esperando que la justicia llegue a su territorio, y ser tomados en cuenta para el destino que se les dé a sus tierras y que respetemos sus tradiciones y costumbres.    Otro de los grupos vulnerables que están sufriendo por las inclemencias del tiempo son los migrantes, que iban de paso tras el “sueño americano” y  que ante su frustrado intento de llegar al vecino país, se quedaron en nuestro territorio, pero sin una casa donde vivir  y sin trabajo. También están  los niños y las niñas en situación de calle; los ancianos olvidados que a gritos piden amor, y podríamos continuar con los ejemplos, y en todos los casos podemos y debemos dar.  Sobre cada bien material existe una hipoteca social era una de las frases del papa Juan Pablo II, ahora santo, que se puede traducir en  compartir el pan con otros, en generar fuentes de empleo, etc.  También están los consejos y las frases de la madre Santa Teresa de Calcuta que nos invita a dar hasta que nos duela. Son máximas que requieren de mucha generosidad para aplicarse, pero sin duda alguna nos llevarán a practicar la solidaridad con las personas necesitadas y los grupos vulnerables y  tener sociedades con más respeto por los Derechos Humanos.

 

Salí del trabajo y con paso veloz por el frío que hacía esta tarde me dirigí al estacionamiento, de reojo admiré los bellos y blancos escenarios, dignos de una postal, los jóvenes tomándose selfies con el fondo nevado, ¡qué bonita es la nieve! –pensé-, ya huele a Navidad. De pronto se me acercó una niña pequeña y mostrándome su caja con chocolates  me dijo: “Cómprame uno”, al verla tiritando de frío le pregunte por su mamá, a corta distancia estaba una señora con otro niño pequeño, que vigilaba a la niña, supuse que era la madre, la niña me insistió: “Cómprame un  chocolate porque no tengo para comer y tengo frío”. Brindé un poco de ayuda a la menor y  entonces reflexioné sobre  lo relativo de las cosas. Los escenarios que nos brinda la nieve son inigualables, añorados cuando se tiene un techo que cobija, una estufa que calienta  nuestros alimentos, un abrigo que nos cubre de las inclemencias del tiempo, una familia que nos abraza, un trabajo que dignifique y  nos brinde lo necesario para vivir,  pero ¿cuántos estamos en esa situación privilegiada? Hay tantos hermanos nuestros como la niña de los chocolates, que recorren las calles en busca de sustento, pasando frío, hambre, vejaciones, privaciones, injusticias, etc.

Urge ser solidarios, salirnos de nuestra zona de confort y meternos en los zapatos de los otros. Ser empático con los demás y dar  un poco de lo mucho que tenemos. Reflexionar en torno a las personas necesitadas, en torno a los grupos vulnerables que de alguna u otra forma requieren de nuestra solidaridad, no de nuestra lástima. Para colmo de males los lugares que más padecen las inclemencias del tiempo, como las que hoy atravesamos, son los municipios serranos habitados por  tarahumaras, quienes están muy necesitados de nuestro  apoyo y solidaridad, que  siguen esperando que la justicia llegue a su territorio, y ser tomados en cuenta para el destino que se les dé a sus tierras y que respetemos sus tradiciones y costumbres.    Otro de los grupos vulnerables que están sufriendo por las inclemencias del tiempo son los migrantes, que iban de paso tras el “sueño americano” y  que ante su frustrado intento de llegar al vecino país, se quedaron en nuestro territorio, pero sin una casa donde vivir  y sin trabajo. También están  los niños y las niñas en situación de calle; los ancianos olvidados que a gritos piden amor, y podríamos continuar con los ejemplos, y en todos los casos podemos y debemos dar.  Sobre cada bien material existe una hipoteca social era una de las frases del papa Juan Pablo II, ahora santo, que se puede traducir en  compartir el pan con otros, en generar fuentes de empleo, etc.  También están los consejos y las frases de la madre Santa Teresa de Calcuta que nos invita a dar hasta que nos duela. Son máximas que requieren de mucha generosidad para aplicarse, pero sin duda alguna nos llevarán a practicar la solidaridad con las personas necesitadas y los grupos vulnerables y  tener sociedades con más respeto por los Derechos Humanos.