/ viernes 6 de mayo de 2022

La parresía, decir la verdad

Etimológicamente, “parresía” significa decir todo, es la expresión franca y valiente de una persona. Aunque también puede entenderse como algo negativo: un discurso imprudente o impertinente al no guardarse uno todo lo que siente o piensa.

Quien muestra parresía es un individuo comprometido con la veracidad y la honestidad. Hay un valor en esa expresión, un valor relacionado con la disposición del ánimo para respetar los hechos y hablar de ellos con sinceridad.

Quien respeta los hechos, la realidad, es un individuo que defenderá la verdad. En este marco, toda discusión se desarrolla con el afán de encontrar conocimiento y cultivar la confianza entre los participantes de un diálogo o discusión.

Desde la franqueza que supone la parresía, el discurso y el debate son manifestaciones libres y responsables de una comunicación que busca, ante todo, una rectitud, una ética de la expresión que define valores y virtudes en una sociedad que estima la verdad.

Pero la parresía no representa cosa de importancia en una sociedad donde la verdad no es valorada, donde la honestidad no tiene mucho reconocimiento y la mentira se convierte en constante estrategia para justificar pensamientos y acciones.

Michel Foucault, al estudiar la parresía y relacionarla con la política o el poder, la presenta como una práctica arriesgada porque quien la realiza está diciendo una verdad que incomoda o molesta a alguien que tiene el poder de hacerle daño. Por esto la parresía contiene una dosis de valentía.

Desde esta perspectiva, hablar con la verdad significa un riesgo, el cual es mayor o menor en la medida en que la intolerancia de los poderosos es mayor o menor. Así, el parresiastés (o prácticamente la parresía), se la juega en cada expresión de lo que él considera la verdad.

Es evidente que el compromiso de decir la verdad en un ambiente donde ésta es poco valorada, está relacionado con la valentía. La expresión libre entraña responsabilidad, y en este sentido quien se expresa con libertad sabe de las consecuencias que ello le puede generar.

Decir todo, decir lo que se tiene que decir, implica usar la palabra en su dimensión ética, filosófica. El derecho de expresarnos debe estar protegido y garantizado, y en esa medida la parresía aparece o se desvanece, porque ella depende del alto riesgo de expresarnos con libertad.

A mayor riesgo para quien dice, para quien habla o escribe, más notable es la parresía que lo define en esa acción de compromiso con la verdad o veracidad. Bien se pudiera apreciar la inclinación por expresar la verdad como una vocación, frecuentemente una vocación peligrosa.

En época de “posverdad” el riesgo de decir la verdad se incrementa. En tiempos de “verdades históricas”, “verdades cómodas” o “verdades convenientes”, la verdad a secas suele quedar mal parada. Pero aún hay quien siente la vocación por ella y por contarla.


Etimológicamente, “parresía” significa decir todo, es la expresión franca y valiente de una persona. Aunque también puede entenderse como algo negativo: un discurso imprudente o impertinente al no guardarse uno todo lo que siente o piensa.

Quien muestra parresía es un individuo comprometido con la veracidad y la honestidad. Hay un valor en esa expresión, un valor relacionado con la disposición del ánimo para respetar los hechos y hablar de ellos con sinceridad.

Quien respeta los hechos, la realidad, es un individuo que defenderá la verdad. En este marco, toda discusión se desarrolla con el afán de encontrar conocimiento y cultivar la confianza entre los participantes de un diálogo o discusión.

Desde la franqueza que supone la parresía, el discurso y el debate son manifestaciones libres y responsables de una comunicación que busca, ante todo, una rectitud, una ética de la expresión que define valores y virtudes en una sociedad que estima la verdad.

Pero la parresía no representa cosa de importancia en una sociedad donde la verdad no es valorada, donde la honestidad no tiene mucho reconocimiento y la mentira se convierte en constante estrategia para justificar pensamientos y acciones.

Michel Foucault, al estudiar la parresía y relacionarla con la política o el poder, la presenta como una práctica arriesgada porque quien la realiza está diciendo una verdad que incomoda o molesta a alguien que tiene el poder de hacerle daño. Por esto la parresía contiene una dosis de valentía.

Desde esta perspectiva, hablar con la verdad significa un riesgo, el cual es mayor o menor en la medida en que la intolerancia de los poderosos es mayor o menor. Así, el parresiastés (o prácticamente la parresía), se la juega en cada expresión de lo que él considera la verdad.

Es evidente que el compromiso de decir la verdad en un ambiente donde ésta es poco valorada, está relacionado con la valentía. La expresión libre entraña responsabilidad, y en este sentido quien se expresa con libertad sabe de las consecuencias que ello le puede generar.

Decir todo, decir lo que se tiene que decir, implica usar la palabra en su dimensión ética, filosófica. El derecho de expresarnos debe estar protegido y garantizado, y en esa medida la parresía aparece o se desvanece, porque ella depende del alto riesgo de expresarnos con libertad.

A mayor riesgo para quien dice, para quien habla o escribe, más notable es la parresía que lo define en esa acción de compromiso con la verdad o veracidad. Bien se pudiera apreciar la inclinación por expresar la verdad como una vocación, frecuentemente una vocación peligrosa.

En época de “posverdad” el riesgo de decir la verdad se incrementa. En tiempos de “verdades históricas”, “verdades cómodas” o “verdades convenientes”, la verdad a secas suele quedar mal parada. Pero aún hay quien siente la vocación por ella y por contarla.