/ sábado 1 de mayo de 2021

La poesía como refugio para el alma atormentada

Por Alejandra Pizarnik

El corazón loco que aúlla a la muerte, se esconde en interminables delirios naufragando entre el pavor y el hastío, el deseo de esconderse y la sonrisa que se muestra como extensión de una mentira petulante; vida de sombras y pasiones que dictan el modo de ser. Nada queda, sólo un mecanismo galopante de extravío conductual, máquinas y técnicos; somos operadores de una cadena que se nos muestra, ya no invisible. El descaro de social tangible, opresión y asfixia.

¿Cómo resistir ante la dictadura del mundo que se consume en los sauces de la vida misma?, velas en agonía, la última luz se va apagando, polarización de la raza, gritos de auxilio. La sangre se condensa, las entrañas se calcinan y la vista se nubla. Una máxima se extiende e imperativamente nos ordena sumisión; alegorías de felicidad encajadas a martillazos, rompecabezas que señalan la única vía: eres responsable de tu vida. El éxito es posible si lo deseas.

¡Cómo si eso fuera verdad!, vana ilusión. A mano extendida y báculo predominante se nos arranca la única esperanza. El mito se agranda y nos tortura por las noches, sin darnos cuenta que en esa opacidad se nos manifiesta las más claras razones. Vida de mentira e hipocresía, pues, se nos enseña a tenerle miedo a la muerte, el suicidio y se nos obliga a abrazar la vida por completo. Como si la única verdad fuera esa.

El desastre y el vacío, la nada que consuela a los condenados en el intento desesperado de vivir. La existencia se seduce ante el tiempo en silencios invertebrados; se consuma la inocencia en el ahora. Aunque la sombra se manifiesta silenciosa en una habitación y nos contempla callados, monotonía y sonrisas febriles que se caducan en la mímica de la mentira: todo sigue igual, nada cambia, quizá sea el final, el comienzo del todo.

En el cuarto desnudo somos como Alejandra Pizarnik que recuerda su niñez siendo anciana, mientras las flores se marchitaban en sus manos. ¿Cómo romper el ciclo de la autoflagelación impuesta por el otro que busca erosionarnos?, respuesta indecisa acaricia la medula del hombre y lo hace saberse finito, ¿será acaso la muerte la única forma de dejar de saturar la vida?

Ante la levedad insufrible del existir nos consuela la poesía, esa que hace que seamos más humanos, menos máquina y arrojemos los cerrojos que se aferran a los labios. Gritemos, sangrémonos sobre el papel, que la tinta sea el desbordar de un alma que se reconstruye para hacerse a sí misma.

Estas líneas son dedicadas al natalicio de la gran Poeta Alejandra Pizarnik, la cual en su desenlace nos muestra que la pesadez se hace constante en el alma del soñador, que el único refugio es y será el lugar más sagrado que poseemos, nuestra conciencia. En la escritura está el poder avasallante que sirve como antibiótico para el mal de la positividad.

Recordando a Sísifo, hombre condenado por los dioses a cargar una y mil veces por la eternidad la piedra para cuando esté a punto de llegar al final ésta caiga y no pueda hacer nada para detenerlo. El sufrimiento es apenas visible en la medida que toma conciencia de su condición. Otrora vida quisiera que caducara, sin embargo, esto se repite en cada miembro de esta generación. El obrero repite interminablemente su labor para dar de sí lo más importante, su tiempo a cambio de una retribución monetaria que no basta para ser. Modelo de positividad exacerbado del siglo presente, la forma de vencerlo es con el pesimismo; debe haber un balance, pues, en el arte del dolor y sufrir se encuentra lo más real.

Por Alejandra Pizarnik

El corazón loco que aúlla a la muerte, se esconde en interminables delirios naufragando entre el pavor y el hastío, el deseo de esconderse y la sonrisa que se muestra como extensión de una mentira petulante; vida de sombras y pasiones que dictan el modo de ser. Nada queda, sólo un mecanismo galopante de extravío conductual, máquinas y técnicos; somos operadores de una cadena que se nos muestra, ya no invisible. El descaro de social tangible, opresión y asfixia.

¿Cómo resistir ante la dictadura del mundo que se consume en los sauces de la vida misma?, velas en agonía, la última luz se va apagando, polarización de la raza, gritos de auxilio. La sangre se condensa, las entrañas se calcinan y la vista se nubla. Una máxima se extiende e imperativamente nos ordena sumisión; alegorías de felicidad encajadas a martillazos, rompecabezas que señalan la única vía: eres responsable de tu vida. El éxito es posible si lo deseas.

¡Cómo si eso fuera verdad!, vana ilusión. A mano extendida y báculo predominante se nos arranca la única esperanza. El mito se agranda y nos tortura por las noches, sin darnos cuenta que en esa opacidad se nos manifiesta las más claras razones. Vida de mentira e hipocresía, pues, se nos enseña a tenerle miedo a la muerte, el suicidio y se nos obliga a abrazar la vida por completo. Como si la única verdad fuera esa.

El desastre y el vacío, la nada que consuela a los condenados en el intento desesperado de vivir. La existencia se seduce ante el tiempo en silencios invertebrados; se consuma la inocencia en el ahora. Aunque la sombra se manifiesta silenciosa en una habitación y nos contempla callados, monotonía y sonrisas febriles que se caducan en la mímica de la mentira: todo sigue igual, nada cambia, quizá sea el final, el comienzo del todo.

En el cuarto desnudo somos como Alejandra Pizarnik que recuerda su niñez siendo anciana, mientras las flores se marchitaban en sus manos. ¿Cómo romper el ciclo de la autoflagelación impuesta por el otro que busca erosionarnos?, respuesta indecisa acaricia la medula del hombre y lo hace saberse finito, ¿será acaso la muerte la única forma de dejar de saturar la vida?

Ante la levedad insufrible del existir nos consuela la poesía, esa que hace que seamos más humanos, menos máquina y arrojemos los cerrojos que se aferran a los labios. Gritemos, sangrémonos sobre el papel, que la tinta sea el desbordar de un alma que se reconstruye para hacerse a sí misma.

Estas líneas son dedicadas al natalicio de la gran Poeta Alejandra Pizarnik, la cual en su desenlace nos muestra que la pesadez se hace constante en el alma del soñador, que el único refugio es y será el lugar más sagrado que poseemos, nuestra conciencia. En la escritura está el poder avasallante que sirve como antibiótico para el mal de la positividad.

Recordando a Sísifo, hombre condenado por los dioses a cargar una y mil veces por la eternidad la piedra para cuando esté a punto de llegar al final ésta caiga y no pueda hacer nada para detenerlo. El sufrimiento es apenas visible en la medida que toma conciencia de su condición. Otrora vida quisiera que caducara, sin embargo, esto se repite en cada miembro de esta generación. El obrero repite interminablemente su labor para dar de sí lo más importante, su tiempo a cambio de una retribución monetaria que no basta para ser. Modelo de positividad exacerbado del siglo presente, la forma de vencerlo es con el pesimismo; debe haber un balance, pues, en el arte del dolor y sufrir se encuentra lo más real.