/ viernes 30 de octubre de 2020

La rectitud es la fuerza motriz en el gobierno espiritual del mundo

¡Te odio papá!!!. ¡Te odio mamá!!!. ¡Ojalá se mueran!!!.

Si usted es un papá o una mamá normal, tales palabras venidas de un hijo o una hija le llegarán hasta lo más profundo del corazón, se quedarán a vivir ahí como brasas ardientes y le harán vivir una vida desdichada y triste. Se sentirá culpable de su actuación y de su responsabilidad de guiar y educar a sus hijos. ¿Qué ha hecho mal?. Si los ha amado tanto y se ha sacrificado por ellos en extremos que nadie, ni su propia familia podría entender, ¿qué fue entonces lo que sucedió? Sin embargo, dichas palabras podrían ser una verdadera bendición, un tesoro y una seguridad de su actuación en la educación de sus hijos.

Si usted es un padre o una madre que manda a sus hijos e hijas a drogarse o a prostituirse. Si fomenta en ellos el egoísmo y además los manda a robar o a golpear a otras personas. Si los felicita porque se van de pinta y porque no hacen sus tareas y reprueban materias; si le da lo mismo si van o no van a algún servicio religioso al menos una vez a la semana, entonces quizá sí tenga razón en sentirse mal y culpable. Se recibe lo que se da.

Si por el contrario, es usted una persona que se preocupa porque sus hijos lleguen a la hora marcada a casa. Si les exige que hagan sus tareas y proyectos y que no falten a clase. Si les prohíbe y les hace ver lo malo y las consecuencias de consumir alcohol y otras drogas. Si les hace ver el mal que tales o cuales amistades les pueden causar. Si les enseña que el respeto a la mujer (y al hombre) es una obligación moral y social; si explica el daño de la pornografía a su futuro como personas; si les hace ver lo malo de las palabras “bajas”; si les comenta sobre la Palabra de Dios y recibe tal juicio de ¡te odio papá!!!, ¡te odio mamá!!!, ¡ojalá se murieran!!!, es usted una persona muy afortunada. Está cumpliendo su función de educar hombres y mujeres de bien.

Los argumentos comunes por parte de muchos hijos e hijas tienen un común denominador: “¡Es que todo mundo lo hace!” La realidad es que nuestra responsabilidad con lo hijos tiene más que ver con enseñarles el valor de cuidar su cuerpo, su alma y su espíritu, a que por sentirnos nosotros bien, les arruinemos su futuro con un derroche de sentimentalismo, que los hayamos mimado tanto que los volvamos nulidades, para luego los padres ser tratados como esclavos y como menos que basura por los hijos.

Cuando vemos y escuchamos un padre que insiste en dirigir estrictamente sus hijos, se dice que es un tirano, pero normalmente tiene hijos buenos, obedientes, corteses y capaces que llegan a ser algo en el mundo.

La rectitud es la fuerza motriz en el gobierno espiritual del mundo, y cuando palabras tan duras de “odio” nos llegan de los hijos por dirigirlos adecuadamente, digamos ¡benditas palabras!. Significa simplemente que no los estamos dejando ser “como los demás”. El reconocimiento y el agradecimiento por parte de ellos vendrán después. Y nos sentiremos muy orgullosos y podremos morir en paz...

¡Te odio papá!!!. ¡Te odio mamá!!!. ¡Ojalá se mueran!!!.

Si usted es un papá o una mamá normal, tales palabras venidas de un hijo o una hija le llegarán hasta lo más profundo del corazón, se quedarán a vivir ahí como brasas ardientes y le harán vivir una vida desdichada y triste. Se sentirá culpable de su actuación y de su responsabilidad de guiar y educar a sus hijos. ¿Qué ha hecho mal?. Si los ha amado tanto y se ha sacrificado por ellos en extremos que nadie, ni su propia familia podría entender, ¿qué fue entonces lo que sucedió? Sin embargo, dichas palabras podrían ser una verdadera bendición, un tesoro y una seguridad de su actuación en la educación de sus hijos.

Si usted es un padre o una madre que manda a sus hijos e hijas a drogarse o a prostituirse. Si fomenta en ellos el egoísmo y además los manda a robar o a golpear a otras personas. Si los felicita porque se van de pinta y porque no hacen sus tareas y reprueban materias; si le da lo mismo si van o no van a algún servicio religioso al menos una vez a la semana, entonces quizá sí tenga razón en sentirse mal y culpable. Se recibe lo que se da.

Si por el contrario, es usted una persona que se preocupa porque sus hijos lleguen a la hora marcada a casa. Si les exige que hagan sus tareas y proyectos y que no falten a clase. Si les prohíbe y les hace ver lo malo y las consecuencias de consumir alcohol y otras drogas. Si les hace ver el mal que tales o cuales amistades les pueden causar. Si les enseña que el respeto a la mujer (y al hombre) es una obligación moral y social; si explica el daño de la pornografía a su futuro como personas; si les hace ver lo malo de las palabras “bajas”; si les comenta sobre la Palabra de Dios y recibe tal juicio de ¡te odio papá!!!, ¡te odio mamá!!!, ¡ojalá se murieran!!!, es usted una persona muy afortunada. Está cumpliendo su función de educar hombres y mujeres de bien.

Los argumentos comunes por parte de muchos hijos e hijas tienen un común denominador: “¡Es que todo mundo lo hace!” La realidad es que nuestra responsabilidad con lo hijos tiene más que ver con enseñarles el valor de cuidar su cuerpo, su alma y su espíritu, a que por sentirnos nosotros bien, les arruinemos su futuro con un derroche de sentimentalismo, que los hayamos mimado tanto que los volvamos nulidades, para luego los padres ser tratados como esclavos y como menos que basura por los hijos.

Cuando vemos y escuchamos un padre que insiste en dirigir estrictamente sus hijos, se dice que es un tirano, pero normalmente tiene hijos buenos, obedientes, corteses y capaces que llegan a ser algo en el mundo.

La rectitud es la fuerza motriz en el gobierno espiritual del mundo, y cuando palabras tan duras de “odio” nos llegan de los hijos por dirigirlos adecuadamente, digamos ¡benditas palabras!. Significa simplemente que no los estamos dejando ser “como los demás”. El reconocimiento y el agradecimiento por parte de ellos vendrán después. Y nos sentiremos muy orgullosos y podremos morir en paz...