/ jueves 17 de marzo de 2022

La revocación de mandato

Muchas personas ya no quieren ver ni escuchar los noticieros, por estar hartos de tantas noticias negativas de la inseguridad, la violencia, los conflictos y problemas que nos rebasan.

La crispación y el deterioro de la convivencia social ha provocado ese rechazo y la retracción de las personas, que optan por refugiarse en el abstencionismo, la frustración y el hastío.

Son ciudadanos que sólo buscan una vida en paz y el tiempo suficiente para dedicarse a sacar adelante a sus familias. Por eso no tienen elementos suficientes para conocer a detalle las turbulencias políticas y la infodemia masiva que inunda las redes sociales.

Esto es el producto de lo que Moisés Naim menciona en su reciente libro “La revancha de los poderosos”: la perniciosa mezcla del populismo, la polarización y la posverdad, características de nuestra sociedad contemporánea.

En este contexto, en muchos de estos grupos de personas se delibera sin claridad, incluso con angustia, poder definir si participar o no en la revocación de mandato, propuesta por el presidente Andrés Manuel.

Por una parte están los argumentos a favor de participar por parte del Gobierno, de Morena y de quienes piensan que es la oportunidad de que se separe de su cargo antes de que concluya el término legal de su mandato.

Por otra parte, están los argumentos de no participar de quienes piensan que es una simulación, un despropósito, un derroche de recursos u otro capítulo más de su campaña de distracción y polarización.

Toman fuerza estos argumentos, debido a que el sentimiento nacional está cambiando y que el blindaje que tenía el presidente frente a las críticas se ha vulnerado. A partir de la difusión de la casa gris de su hijo y de su pésima administración de la crisis de opinión que no hizo más que dañar más su imagen al atacar a los periodistas por ser críticos de su gobierno y la torpe explicación de que su hijo está contratado por uno de sus mayores aliados, el empresario Daniel Chávez, supervisor del Tren Maya y dueño del Grupo Vidanta.

El desencanto de los resultados de su gobierno contra las expectativas y promesas de su campaña anima a muchos de quienes votaron por él a tratar de abreviar la tragedia y votar para que se le revoque el mandato al presidente.

El faro que orienta mis decisiones en este tipo se situaciones es el de la confianza en el promovente. Yo no le creo al presidente. No creo que esté buscando fortalecer la democracia quien se ha dedicado a concentrar el poder, a cooptar a los otros poderes, hostigando a sus críticos, atacando a la sociedad civil y construyendo un megapresidencialismo autocrático populista y militarizador.

La premisa del populista es la polarización y este ejercicio encaja como anillo al dedo. Que la sociedad se divida y se confronte en los temas y la agenda que él administra, para que la sociedad no se enfoque en los temas y problemas de fondo.

De esta manera se logra el efecto de la caja china y la fractura de la sociedad que tanto favorece el ejercicio de los autócratas.

¿Si realmente existiera la menor posibilidad de que López Obrador perdiera la consulta y dejara la presidencia, estaría promoviéndola hasta violando la ley?

¿No es sospechoso y reprobable que incluso llegue al extremo de modificar la ley para legalizar las expresiones públicas de los funcionarios en tiempos electorales, echando atrás esa conquista en contra de las elecciones de estado?

No participaré en ese ejercicio manipulado y polarizador para exhibir que el rey está desnudo y evidenciar que AMLO ya no cuenta con los treinta millones de ciudadanos que votaron por él en 2018.

La verdadera batalla es la de 2024.


Muchas personas ya no quieren ver ni escuchar los noticieros, por estar hartos de tantas noticias negativas de la inseguridad, la violencia, los conflictos y problemas que nos rebasan.

La crispación y el deterioro de la convivencia social ha provocado ese rechazo y la retracción de las personas, que optan por refugiarse en el abstencionismo, la frustración y el hastío.

Son ciudadanos que sólo buscan una vida en paz y el tiempo suficiente para dedicarse a sacar adelante a sus familias. Por eso no tienen elementos suficientes para conocer a detalle las turbulencias políticas y la infodemia masiva que inunda las redes sociales.

Esto es el producto de lo que Moisés Naim menciona en su reciente libro “La revancha de los poderosos”: la perniciosa mezcla del populismo, la polarización y la posverdad, características de nuestra sociedad contemporánea.

En este contexto, en muchos de estos grupos de personas se delibera sin claridad, incluso con angustia, poder definir si participar o no en la revocación de mandato, propuesta por el presidente Andrés Manuel.

Por una parte están los argumentos a favor de participar por parte del Gobierno, de Morena y de quienes piensan que es la oportunidad de que se separe de su cargo antes de que concluya el término legal de su mandato.

Por otra parte, están los argumentos de no participar de quienes piensan que es una simulación, un despropósito, un derroche de recursos u otro capítulo más de su campaña de distracción y polarización.

Toman fuerza estos argumentos, debido a que el sentimiento nacional está cambiando y que el blindaje que tenía el presidente frente a las críticas se ha vulnerado. A partir de la difusión de la casa gris de su hijo y de su pésima administración de la crisis de opinión que no hizo más que dañar más su imagen al atacar a los periodistas por ser críticos de su gobierno y la torpe explicación de que su hijo está contratado por uno de sus mayores aliados, el empresario Daniel Chávez, supervisor del Tren Maya y dueño del Grupo Vidanta.

El desencanto de los resultados de su gobierno contra las expectativas y promesas de su campaña anima a muchos de quienes votaron por él a tratar de abreviar la tragedia y votar para que se le revoque el mandato al presidente.

El faro que orienta mis decisiones en este tipo se situaciones es el de la confianza en el promovente. Yo no le creo al presidente. No creo que esté buscando fortalecer la democracia quien se ha dedicado a concentrar el poder, a cooptar a los otros poderes, hostigando a sus críticos, atacando a la sociedad civil y construyendo un megapresidencialismo autocrático populista y militarizador.

La premisa del populista es la polarización y este ejercicio encaja como anillo al dedo. Que la sociedad se divida y se confronte en los temas y la agenda que él administra, para que la sociedad no se enfoque en los temas y problemas de fondo.

De esta manera se logra el efecto de la caja china y la fractura de la sociedad que tanto favorece el ejercicio de los autócratas.

¿Si realmente existiera la menor posibilidad de que López Obrador perdiera la consulta y dejara la presidencia, estaría promoviéndola hasta violando la ley?

¿No es sospechoso y reprobable que incluso llegue al extremo de modificar la ley para legalizar las expresiones públicas de los funcionarios en tiempos electorales, echando atrás esa conquista en contra de las elecciones de estado?

No participaré en ese ejercicio manipulado y polarizador para exhibir que el rey está desnudo y evidenciar que AMLO ya no cuenta con los treinta millones de ciudadanos que votaron por él en 2018.

La verdadera batalla es la de 2024.