/ viernes 11 de enero de 2019

La tribuna de la verdad

Ing. José Luis Valerio Hinojos.

“El boxeador de la vida por experiencia propia”

Muy buenos días, mis lectores, que se la estén pasando muy bien son mis mejores deseos. Hace poco más de un año escribí una reflexión filosófica de mi “cosecha” en Facebook que decía: “Si tengo las dos posibilidades de vencer, una por mi propia voluntad, y la otra por la voluntad de Dios, ¿por cuál de las dos me decidiría?; me decidiría por la segunda porque de esa manera dejaría de hacer el papel de Dios”.

¿Cuántas veces he llevado a cabo mi propia voluntad para lograr objetivos? ¿Cuántas veces he utilizado todos mis recursos para poder triunfar en algo? ¿Cuántas veces he tratado de vencer y de ganar a cualquiera con mi fuerza de voluntad? Pues siendo muy honesto, toda mi vida hasta los 37 años y lo que les puedo decir es que aunque logré hacer imponer mi propia voluntad, al final perdí.

Ustedes y yo sabemos que siempre hay un punto de inflexión, que siempre hay un momento en el que debemos hacer algo diferente para realmente vencer, triunfar, ¡que realmente tenemos que depender de alguien más para poder hacerlo! Y ese alguien más, a lo menos en mi caso muy personal era Dios; él, mi padre, mi Señor, mi Dios, mi poder superior sería, desde el 31 de julio del 1994, quien impondría su voluntad todo el tiempo.

¡Revolucionario! ¿Verdad? Pues sí, así tendría que ser si ya no sólo de vencer sino de salvar mi propia vida se trataba; y mi “turning point” (mi punto de cambio, de inflexión) fue el de apelar a la divina providencia, a Dios, para que me ayudara a vencer mi desenfrenada manera de beber alcohol, cuando Dios lo hizo, una vez que yo puse mi vida y mi voluntad al cuidado de él, entonces no me quedó más remedio que comprobar que era Dios quien realmente tenía todo el poder de vencer.

Una vez que hice eso, mis lectores, supe y tomé la decisión que, a partir de esa fecha, en este drama de la vida ¡sería Dios quien hiciera todo por mí! “para qué quebrarme la cabeza más” ¡Para qué seguirle haciendo más al enmascarado, si ya sabía la respuesta! ¡Para qué seguir ensimismado y pensar y decir que yo era “la trompa del tren”, que yo era el “papas fritas”, que yo era el “Juan Camaney”, que yo era quien “partía el queso”.

Me explicaré: vamos a suponer que yo solo tengo la capacidad para resolver ecuaciones de primer y segundo grado, pero no puedo con las de tercer grado. Entonces ahí estoy “búsquele y búsquele” y no paso de ahí, es decir, no tengo ninguna posibilidad de resolver ecuaciones de tres incógnitas. Pero sé de alguien que sí lo puede hacer ¿No sería más sencillo apelar a esa persona para que me diga cómo resolver esas ecuaciones?

Continuará.


Ing. José Luis Valerio Hinojos.

“El boxeador de la vida por experiencia propia”

Muy buenos días, mis lectores, que se la estén pasando muy bien son mis mejores deseos. Hace poco más de un año escribí una reflexión filosófica de mi “cosecha” en Facebook que decía: “Si tengo las dos posibilidades de vencer, una por mi propia voluntad, y la otra por la voluntad de Dios, ¿por cuál de las dos me decidiría?; me decidiría por la segunda porque de esa manera dejaría de hacer el papel de Dios”.

¿Cuántas veces he llevado a cabo mi propia voluntad para lograr objetivos? ¿Cuántas veces he utilizado todos mis recursos para poder triunfar en algo? ¿Cuántas veces he tratado de vencer y de ganar a cualquiera con mi fuerza de voluntad? Pues siendo muy honesto, toda mi vida hasta los 37 años y lo que les puedo decir es que aunque logré hacer imponer mi propia voluntad, al final perdí.

Ustedes y yo sabemos que siempre hay un punto de inflexión, que siempre hay un momento en el que debemos hacer algo diferente para realmente vencer, triunfar, ¡que realmente tenemos que depender de alguien más para poder hacerlo! Y ese alguien más, a lo menos en mi caso muy personal era Dios; él, mi padre, mi Señor, mi Dios, mi poder superior sería, desde el 31 de julio del 1994, quien impondría su voluntad todo el tiempo.

¡Revolucionario! ¿Verdad? Pues sí, así tendría que ser si ya no sólo de vencer sino de salvar mi propia vida se trataba; y mi “turning point” (mi punto de cambio, de inflexión) fue el de apelar a la divina providencia, a Dios, para que me ayudara a vencer mi desenfrenada manera de beber alcohol, cuando Dios lo hizo, una vez que yo puse mi vida y mi voluntad al cuidado de él, entonces no me quedó más remedio que comprobar que era Dios quien realmente tenía todo el poder de vencer.

Una vez que hice eso, mis lectores, supe y tomé la decisión que, a partir de esa fecha, en este drama de la vida ¡sería Dios quien hiciera todo por mí! “para qué quebrarme la cabeza más” ¡Para qué seguirle haciendo más al enmascarado, si ya sabía la respuesta! ¡Para qué seguir ensimismado y pensar y decir que yo era “la trompa del tren”, que yo era el “papas fritas”, que yo era el “Juan Camaney”, que yo era quien “partía el queso”.

Me explicaré: vamos a suponer que yo solo tengo la capacidad para resolver ecuaciones de primer y segundo grado, pero no puedo con las de tercer grado. Entonces ahí estoy “búsquele y búsquele” y no paso de ahí, es decir, no tengo ninguna posibilidad de resolver ecuaciones de tres incógnitas. Pero sé de alguien que sí lo puede hacer ¿No sería más sencillo apelar a esa persona para que me diga cómo resolver esas ecuaciones?

Continuará.