/ sábado 11 de mayo de 2019

La única verdad que todos aceptamos

Me parece que nadie duda de que un día habrá de morir. Cuando nacimos no nos preguntaron si queríamos nacer, ni nos preguntaron si deseábamos ser hombres o ser mujeres. Simplemente nacimos, y nacimos con sexo femenino o con sexo masculino. De la misma manera, hemos de salir de este mundo, sin saber ni cuándo ni cómo.

El enigma de la muerte nos acompañará toda la vida. Y un día habremos de partir. Sólo por la fe sabemos que la muerte no es el fin, sino el principio de una vida nueva. Y pobre del pobre que no tiene la esperanza de una vida eterna. Hace unos meses murió un amigo de mi edad. Era un hombre muy activo. Un día lo atacó la enfermedad: un cáncer de páncreas. Fulminante. Sufrió mucho. Cuando murió, uno de sus hijos me comentó: - “Era lo mejor. Así dejó de sufrir. En la vida eterna le va a ir muy bien. Creemos que pasa a una vida mejor.”

Eso esperamos. Debemos estar preparados para ese momento final. Alguna circunstancia nos llevará a la muerte, o moriremos en ancianidad. Nuestras vidas están medidas por el tiempo. El tiempo es inexorable. No se detiene. De niños pasamos a jóvenes, de jóvenes a adultos, y al final llega la vejez. Y tras la vejez llegará la muerte.

Nunca como ahora estamos amenazados por la muerte. Un accidente automovilístico, o falla el corazón, o se presenta un problema del cerebro, o por un asesinato de causa inesperada. Para prepararnos para la muerte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos da algunas normas. Míralas en los números del 997 al 1014.

Morir es el momento final, para que por la muerte lleguemos a la presencia de Dios. Y tenemos la seguridad que hemos de resucitar con cuerpo, con un cuerpo de gloria. Que tengas una muerte feliz, y que tengas una eternidad de gozo en la presencia de Dios.


Me parece que nadie duda de que un día habrá de morir. Cuando nacimos no nos preguntaron si queríamos nacer, ni nos preguntaron si deseábamos ser hombres o ser mujeres. Simplemente nacimos, y nacimos con sexo femenino o con sexo masculino. De la misma manera, hemos de salir de este mundo, sin saber ni cuándo ni cómo.

El enigma de la muerte nos acompañará toda la vida. Y un día habremos de partir. Sólo por la fe sabemos que la muerte no es el fin, sino el principio de una vida nueva. Y pobre del pobre que no tiene la esperanza de una vida eterna. Hace unos meses murió un amigo de mi edad. Era un hombre muy activo. Un día lo atacó la enfermedad: un cáncer de páncreas. Fulminante. Sufrió mucho. Cuando murió, uno de sus hijos me comentó: - “Era lo mejor. Así dejó de sufrir. En la vida eterna le va a ir muy bien. Creemos que pasa a una vida mejor.”

Eso esperamos. Debemos estar preparados para ese momento final. Alguna circunstancia nos llevará a la muerte, o moriremos en ancianidad. Nuestras vidas están medidas por el tiempo. El tiempo es inexorable. No se detiene. De niños pasamos a jóvenes, de jóvenes a adultos, y al final llega la vejez. Y tras la vejez llegará la muerte.

Nunca como ahora estamos amenazados por la muerte. Un accidente automovilístico, o falla el corazón, o se presenta un problema del cerebro, o por un asesinato de causa inesperada. Para prepararnos para la muerte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos da algunas normas. Míralas en los números del 997 al 1014.

Morir es el momento final, para que por la muerte lleguemos a la presencia de Dios. Y tenemos la seguridad que hemos de resucitar con cuerpo, con un cuerpo de gloria. Que tengas una muerte feliz, y que tengas una eternidad de gozo en la presencia de Dios.