/ viernes 7 de mayo de 2021

La utopía en el siglo XXI

Ya dentro del segundo milenio, con todo lo que la historia nos ha dejado como aprendizaje, ¿es válido enfocarse en el diseño de utopías?

La visión utópica de la sociedad humana es, para muchos, un peligro. Al orientar proyectos y prácticas de organización social, la utopía sugiere el autoritarismo (el del utopista) como herramienta para el logro de la perfección anhelada.

La utopía, considerada como un producto de una imaginación desatada, aparece como algo irrealizable, como la fantasía en la que se sueña y que termina dejándonos sólo eso: el sueño. ¿Y la realidad? La realidad nos alecciona, por no decir que nos despierta.

¿Para qué nos puede servir una utopía, entonces, si no es para ilusionarnos con experimentos con los cuales sólo se siembra desastre y se cosecha frustración? Invertir en utopías parece ser muy costoso. La ganancia social utópica, el bien común, no es muy alentadora.

Pero, de contar actualmente con una utopía, ¿cuál pudiera ser la más cautivadora? Sin duda la utopía tecnológica, esa donde son protagonistas las máquinas programables y autoprogramables, los datos y códigos que dan vida a la inteligencia artificial.

Esa es la utopía del siglo XXI, sin duda. Y como toda utopía de cualquier otro momento histórico, ésta va a confrontar un hecho ineludible: la libertad humana. Es entendible, porque si algo puede hacer funcionar la utopía es la aniquilación de los seres libres.

El orden y la perfección que pudiera traer a nuestra sociedad la inteligencia artificial va a toparse con el individuo que quiere y siente, que crea y elige. Los seres humanos somos libres, tenemos voluntad y dignidad, existimos como proyectos de ser autónomos.

La utopía del siglo XXI es una visión de la perfección social bajo la intervención y dominio de la inteligencia artificial. El poder de la civilización será el poder de las máquinas. La tecnología, la informática, los datos, los sistemas programables, todo esto será gobierno para humanos.

Y los humanos, con todo y máquinas empoderadas por ellos mismos, seguirán luchando por sus derechos, seguirán sufriendo por la limitación de sus libertades y seguirán defendiendo su dignidad como personas.

¿Y acaso no consiste en eso la humanidad: en una tensión entre la idea del orden social perfecto (la convivencia) y la necesidad de ser libres (la existencia)?

El orden social bajo control de la tecnología y la inteligencia artificial es utópico, una pieza de ficción. Pero sin desalentarnos ante el nuevo fracaso, debemos aprender de la experimentación utópica y rescatar de ella cada elemento que nos ayude a mejorar.

Las utopías inspiran, y de ellas hay que aprender sin dejar que nos cuesten demasiado, sin que exijan sacrificios humanos indignantes. Al final, la imperfección es propia de la humanidad.

Ya dentro del segundo milenio, con todo lo que la historia nos ha dejado como aprendizaje, ¿es válido enfocarse en el diseño de utopías?

La visión utópica de la sociedad humana es, para muchos, un peligro. Al orientar proyectos y prácticas de organización social, la utopía sugiere el autoritarismo (el del utopista) como herramienta para el logro de la perfección anhelada.

La utopía, considerada como un producto de una imaginación desatada, aparece como algo irrealizable, como la fantasía en la que se sueña y que termina dejándonos sólo eso: el sueño. ¿Y la realidad? La realidad nos alecciona, por no decir que nos despierta.

¿Para qué nos puede servir una utopía, entonces, si no es para ilusionarnos con experimentos con los cuales sólo se siembra desastre y se cosecha frustración? Invertir en utopías parece ser muy costoso. La ganancia social utópica, el bien común, no es muy alentadora.

Pero, de contar actualmente con una utopía, ¿cuál pudiera ser la más cautivadora? Sin duda la utopía tecnológica, esa donde son protagonistas las máquinas programables y autoprogramables, los datos y códigos que dan vida a la inteligencia artificial.

Esa es la utopía del siglo XXI, sin duda. Y como toda utopía de cualquier otro momento histórico, ésta va a confrontar un hecho ineludible: la libertad humana. Es entendible, porque si algo puede hacer funcionar la utopía es la aniquilación de los seres libres.

El orden y la perfección que pudiera traer a nuestra sociedad la inteligencia artificial va a toparse con el individuo que quiere y siente, que crea y elige. Los seres humanos somos libres, tenemos voluntad y dignidad, existimos como proyectos de ser autónomos.

La utopía del siglo XXI es una visión de la perfección social bajo la intervención y dominio de la inteligencia artificial. El poder de la civilización será el poder de las máquinas. La tecnología, la informática, los datos, los sistemas programables, todo esto será gobierno para humanos.

Y los humanos, con todo y máquinas empoderadas por ellos mismos, seguirán luchando por sus derechos, seguirán sufriendo por la limitación de sus libertades y seguirán defendiendo su dignidad como personas.

¿Y acaso no consiste en eso la humanidad: en una tensión entre la idea del orden social perfecto (la convivencia) y la necesidad de ser libres (la existencia)?

El orden social bajo control de la tecnología y la inteligencia artificial es utópico, una pieza de ficción. Pero sin desalentarnos ante el nuevo fracaso, debemos aprender de la experimentación utópica y rescatar de ella cada elemento que nos ayude a mejorar.

Las utopías inspiran, y de ellas hay que aprender sin dejar que nos cuesten demasiado, sin que exijan sacrificios humanos indignantes. Al final, la imperfección es propia de la humanidad.