/ martes 28 de enero de 2020

La verdad es una

No es la primera vez que tocamos el tema. Lo hacemos ahora porque son muchas las personas que manifiestan que cualquier idea merece respeto, y que cada quien puede pensar lo que quiera en relación con distintos asuntos aunque existan diferencias contradictorias sobre ellos.

El expresar que tal persona expone su verdad y tal otra la suya en referencia a determinados sucesos, puede conducir a un enfrentamiento de concepciones más allá de esos mismos hechos. En estos casos las exposiciones de cada quien deben darse sobre tales sucesos en forma objetiva, sin añadidos, sin mezcla de lo que cada quien piense sobre ellos y sin sentimentalismos de cualquier especie.

De hecho cuando se investiga algún delito y se busca llegar a la verdad de lo ocurrido, se toman en consideración todas las circunstancias y todas las pruebas que pueden aclarar esa verdad, y no otra –que no es verdad- como a veces pasa, presentada como tal frente a la opinión pública.

En el caso de las ideas debemos señalar que son las personas, todas, quienes merecen respeto no propiamente sus ideas, las cuales pueden rebatirse con objeto de acercarse o descubrir la verdad. Tú piensas tal cosa, yo pienso lo contrario o lo veo de diferente modo, de tal modo que podemos exponer nuestros argumentos y, así, aceptar o rechazar determinados puntos y poder vislumbrar qué es verdadero y qué no lo es.

No son pocos quienes huyen hablar de política y religión bajo el pensamiento de que no se llega a nada y cada quien se aferra a sus propias concepciones. Y no son pocos también quienes bajo el pretexto de la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas –ojo, no tanto a las personas sino a sus ideas o conceptos- expresan que cada uno tiene su propia óptica respecto a la verdad, y así se puede seguir sin mostrar o demostrar lo que uno piensa. Y muchas veces tildan a quienes buscan hacerlo con epítetos de distinta clase al margen de argumentos serios.

De lo anterior se desprenden dichos o se conciben ideas como las de que todos los partidos políticos o quienes militan en ellos son iguales, o que todas las religiones tienen un mismo fin y son buenas. Da lo mismo –dicen algunos- ser budista, pentecostal, católico o musulmán. En estos casos, por nombrar sólo dos frecuentes, la búsqueda de la verdad queda desdibujada, y un falso respeto hace que algunos no quieran entrar en discusiones y pontifiquen que así es y punto.

La realidad es que cualquier materia que se ofrezca a nuestro entendimiento indica una verdad, aunque a veces permanezca sin salir completamente a la luz, y los hombres, todos, estamos llamados a buscar esa verdad. El relativismo, sin embargo, ha penetrado en muchas capas de la sociedad y para muchos no importa si la “verdad” de uno es esa y la del otro es aquella aunque sean opuestas o contrarias. La verdad es una y no puede contradecirse a sí misma. Busquemos, pues, la verdad en todas las circunstancias de nuestra vida, no “mi verdad” sino la verdad. ¿Lo ven?






No es la primera vez que tocamos el tema. Lo hacemos ahora porque son muchas las personas que manifiestan que cualquier idea merece respeto, y que cada quien puede pensar lo que quiera en relación con distintos asuntos aunque existan diferencias contradictorias sobre ellos.

El expresar que tal persona expone su verdad y tal otra la suya en referencia a determinados sucesos, puede conducir a un enfrentamiento de concepciones más allá de esos mismos hechos. En estos casos las exposiciones de cada quien deben darse sobre tales sucesos en forma objetiva, sin añadidos, sin mezcla de lo que cada quien piense sobre ellos y sin sentimentalismos de cualquier especie.

De hecho cuando se investiga algún delito y se busca llegar a la verdad de lo ocurrido, se toman en consideración todas las circunstancias y todas las pruebas que pueden aclarar esa verdad, y no otra –que no es verdad- como a veces pasa, presentada como tal frente a la opinión pública.

En el caso de las ideas debemos señalar que son las personas, todas, quienes merecen respeto no propiamente sus ideas, las cuales pueden rebatirse con objeto de acercarse o descubrir la verdad. Tú piensas tal cosa, yo pienso lo contrario o lo veo de diferente modo, de tal modo que podemos exponer nuestros argumentos y, así, aceptar o rechazar determinados puntos y poder vislumbrar qué es verdadero y qué no lo es.

No son pocos quienes huyen hablar de política y religión bajo el pensamiento de que no se llega a nada y cada quien se aferra a sus propias concepciones. Y no son pocos también quienes bajo el pretexto de la tolerancia y el respeto a las ideas ajenas –ojo, no tanto a las personas sino a sus ideas o conceptos- expresan que cada uno tiene su propia óptica respecto a la verdad, y así se puede seguir sin mostrar o demostrar lo que uno piensa. Y muchas veces tildan a quienes buscan hacerlo con epítetos de distinta clase al margen de argumentos serios.

De lo anterior se desprenden dichos o se conciben ideas como las de que todos los partidos políticos o quienes militan en ellos son iguales, o que todas las religiones tienen un mismo fin y son buenas. Da lo mismo –dicen algunos- ser budista, pentecostal, católico o musulmán. En estos casos, por nombrar sólo dos frecuentes, la búsqueda de la verdad queda desdibujada, y un falso respeto hace que algunos no quieran entrar en discusiones y pontifiquen que así es y punto.

La realidad es que cualquier materia que se ofrezca a nuestro entendimiento indica una verdad, aunque a veces permanezca sin salir completamente a la luz, y los hombres, todos, estamos llamados a buscar esa verdad. El relativismo, sin embargo, ha penetrado en muchas capas de la sociedad y para muchos no importa si la “verdad” de uno es esa y la del otro es aquella aunque sean opuestas o contrarias. La verdad es una y no puede contradecirse a sí misma. Busquemos, pues, la verdad en todas las circunstancias de nuestra vida, no “mi verdad” sino la verdad. ¿Lo ven?