/ martes 15 de enero de 2019

La vida sigue igual  

Hechos y criterios

La primera quincena del año nuevo se va como agua. Las esperanzas, las promesas, los planes, los proyectos o los propósitos de año nuevo de muchas personas revolotean aún en sus mentes. Algunas de esas aspiraciones son firmes, pero muchas, una mayoría, se externan más por costumbre o por sentimiento que por plena convicción.

Al paso de los días lo prometido, lo planeado, lo esperado, lo proyectado o lo propuesto, van cayendo en el olvido, aunque, es verdad, algunos prosiguen en su lucha por cumplirlos. Por ello es conveniente que ante propósitos ya expuestos o planes ya verificados, exista una seria revisión para darse cuenta si las posibilidades para alcanzar las metas son reales, y si las herramientas y condiciones para llevarlas a cabo son efectivas y verificables.

Sabemos por experiencia que no pocos se proponen bajar de peso, no fumar, hacer ejercicio, no comer en demasía, ser corteses al manejar, poner las cosas en su lugar, no comprar cosas no necesarias, meterle más ganas al trabajo o al hogar, etc., pero no calculan el cómo pueden lograrlo y vuelven a las andadas.

Fuera de eso propósitos es bueno profundizar en el camino que llevamos en la vida, en el qué y en cómo, sobre todo en nuestras relaciones con los demás, con nosotros mismos y con Dios.

Si nos atenemos únicamente a motivos superficiales o externos lo más probable es que pronto abandonemos el barco y hundamos aquello que hoy nos llama la atención modificar. Pensemos, por ejemplo, si acudimos a nuestro trabajo con amor y dedicación, y si no es así y podemos cambiarlo por otro que nos brinde satisfacción, propongámonos hacerlo aunque nos cueste al principio; si nuestra relación conyugal camina por senderos espinosos, tratemos de suavizar el camino mediante el diálogo, la no confrontación y el amor, aunque sacrifiquemos nuestro orgullo; si con nuestros hijos, padres o hermanos existen diferencias, separaciones o discrepancias por distintos aspectos, enfrentemos los asuntos con valentía y procuremos zanjar esos problemas con consideración y escucha de las razones de los miembros de nuestra familia, buscando el bien de ellos por encima del nuestro.

En fin, que este año nuestros planes, proyectos y propósitos vayan más a lo interior y a lo espiritual que a lo material. De otro modo la vida seguirá igual. Y recordemos que este año sí habrá luz, la de Cristo que siempre nos acompaña.


Hechos y criterios

La primera quincena del año nuevo se va como agua. Las esperanzas, las promesas, los planes, los proyectos o los propósitos de año nuevo de muchas personas revolotean aún en sus mentes. Algunas de esas aspiraciones son firmes, pero muchas, una mayoría, se externan más por costumbre o por sentimiento que por plena convicción.

Al paso de los días lo prometido, lo planeado, lo esperado, lo proyectado o lo propuesto, van cayendo en el olvido, aunque, es verdad, algunos prosiguen en su lucha por cumplirlos. Por ello es conveniente que ante propósitos ya expuestos o planes ya verificados, exista una seria revisión para darse cuenta si las posibilidades para alcanzar las metas son reales, y si las herramientas y condiciones para llevarlas a cabo son efectivas y verificables.

Sabemos por experiencia que no pocos se proponen bajar de peso, no fumar, hacer ejercicio, no comer en demasía, ser corteses al manejar, poner las cosas en su lugar, no comprar cosas no necesarias, meterle más ganas al trabajo o al hogar, etc., pero no calculan el cómo pueden lograrlo y vuelven a las andadas.

Fuera de eso propósitos es bueno profundizar en el camino que llevamos en la vida, en el qué y en cómo, sobre todo en nuestras relaciones con los demás, con nosotros mismos y con Dios.

Si nos atenemos únicamente a motivos superficiales o externos lo más probable es que pronto abandonemos el barco y hundamos aquello que hoy nos llama la atención modificar. Pensemos, por ejemplo, si acudimos a nuestro trabajo con amor y dedicación, y si no es así y podemos cambiarlo por otro que nos brinde satisfacción, propongámonos hacerlo aunque nos cueste al principio; si nuestra relación conyugal camina por senderos espinosos, tratemos de suavizar el camino mediante el diálogo, la no confrontación y el amor, aunque sacrifiquemos nuestro orgullo; si con nuestros hijos, padres o hermanos existen diferencias, separaciones o discrepancias por distintos aspectos, enfrentemos los asuntos con valentía y procuremos zanjar esos problemas con consideración y escucha de las razones de los miembros de nuestra familia, buscando el bien de ellos por encima del nuestro.

En fin, que este año nuestros planes, proyectos y propósitos vayan más a lo interior y a lo espiritual que a lo material. De otro modo la vida seguirá igual. Y recordemos que este año sí habrá luz, la de Cristo que siempre nos acompaña.