/ sábado 28 de septiembre de 2019

Ladinos, ruidero y reburujo

Hace pocos años, la vida transcurría por etapas marcadas por las estaciones, los ciclos políticos que marcaban el inicio y el final de los gobiernos y los ritmos diarios para trabajar, estudiar, dormir, descansar, divertirnos y alimentarnos.

A los periodos de crisis y revoluciones sucedían temporadas de relativa estabilidad, donde se recogían los frutos del traqueteo anterior, pero actualmente vivimos un frenesí continuo, que capitalizan vividores y oportunistas de todas las naciones, ideologías, posiciones y religiones.

Las computadoras, los celulares, el internet y las redes sociales operan las 24 horas del día los 365 días del año, generando una vorágine de acciones, decisiones y acontecimientos que mal sepulta a diario las más reprobables burradas y los más aplaudidos éxitos con rapidez.

Este vértigo y vorágine lo capitalizan ladinos, demagogos, populistas y oportunistas de todos los colores y sabores imaginables, en un continuo que prácticamente no deja tiempo para evaluar, meditar y corregir.

Esta semana en México se destruyó el futuro de quienes tengan menos de veinte años y no cuenten con el capital, recursos y relaciones suficientes para conseguir un ingreso decente, y lo hicieron en medio de los aplausos y fanfarrias, argumentando que nada había quedado de la Reforma Educativa anterior.

Los políticos profesionales y los estadistas construyen acuerdos para reparar las malas decisiones y salvar hasta donde sea posible, todo aquello susceptible de ser conservado. El profesional de la política no es un anarquista destructor, sino un conciliador, un constructor y un reparador.

Ningún país del mundo por rico que sea, se puede dar el lujo de arrasar con todo lo construido, claro salvo que tenga de presidente o primer ministro a un demagogo, inculto, incompetente, que trata de ocultar su mediocridad en la nube de polvo que deja la explosión cuando se reduce a escombros un edificio.

La evolución y construcción de las sociedades modernas se da mediante un proceso de acumulación de conocimiento, experiencia, riqueza y los más diversos recursos que se consiguen con la sangre, sudor y esfuerzo de varias generaciones.

Lamentablemente, cuando el ruidero y la confusión saturan las sociedades, millones de personas razonablemente sensatas son presa del estrés y el miedo, un miedo que aturde la mente y lanza a millones en la búsqueda de soluciones mágicas y rápidas, que le ofrecen los demagogos, meras baratijas de banqueta.

Es cuando llegan los tiempos del ruidero y el reburujo, que la historia narra en párrafos que quitan el aliento y el sueño, por el brutal precio que pagan los ilusos desperados y las siguientes generaciones.


Hace pocos años, la vida transcurría por etapas marcadas por las estaciones, los ciclos políticos que marcaban el inicio y el final de los gobiernos y los ritmos diarios para trabajar, estudiar, dormir, descansar, divertirnos y alimentarnos.

A los periodos de crisis y revoluciones sucedían temporadas de relativa estabilidad, donde se recogían los frutos del traqueteo anterior, pero actualmente vivimos un frenesí continuo, que capitalizan vividores y oportunistas de todas las naciones, ideologías, posiciones y religiones.

Las computadoras, los celulares, el internet y las redes sociales operan las 24 horas del día los 365 días del año, generando una vorágine de acciones, decisiones y acontecimientos que mal sepulta a diario las más reprobables burradas y los más aplaudidos éxitos con rapidez.

Este vértigo y vorágine lo capitalizan ladinos, demagogos, populistas y oportunistas de todos los colores y sabores imaginables, en un continuo que prácticamente no deja tiempo para evaluar, meditar y corregir.

Esta semana en México se destruyó el futuro de quienes tengan menos de veinte años y no cuenten con el capital, recursos y relaciones suficientes para conseguir un ingreso decente, y lo hicieron en medio de los aplausos y fanfarrias, argumentando que nada había quedado de la Reforma Educativa anterior.

Los políticos profesionales y los estadistas construyen acuerdos para reparar las malas decisiones y salvar hasta donde sea posible, todo aquello susceptible de ser conservado. El profesional de la política no es un anarquista destructor, sino un conciliador, un constructor y un reparador.

Ningún país del mundo por rico que sea, se puede dar el lujo de arrasar con todo lo construido, claro salvo que tenga de presidente o primer ministro a un demagogo, inculto, incompetente, que trata de ocultar su mediocridad en la nube de polvo que deja la explosión cuando se reduce a escombros un edificio.

La evolución y construcción de las sociedades modernas se da mediante un proceso de acumulación de conocimiento, experiencia, riqueza y los más diversos recursos que se consiguen con la sangre, sudor y esfuerzo de varias generaciones.

Lamentablemente, cuando el ruidero y la confusión saturan las sociedades, millones de personas razonablemente sensatas son presa del estrés y el miedo, un miedo que aturde la mente y lanza a millones en la búsqueda de soluciones mágicas y rápidas, que le ofrecen los demagogos, meras baratijas de banqueta.

Es cuando llegan los tiempos del ruidero y el reburujo, que la historia narra en párrafos que quitan el aliento y el sueño, por el brutal precio que pagan los ilusos desperados y las siguientes generaciones.