/ martes 23 de enero de 2018

Las elecciones en la antigua Roma

Apenas terminaron las celebraciones navideñas y ya comenzamos el 2018 atiborrados de mensajes publicitarios de campañas en televisión, radio e internet, igualito que en cada elección. Se escuchan contiendas, se presumen las virtudes de algunos candidatos y se exhiben las carencias de los otros; las promesas de campaña como siempre son extraordinarias al oído, pues al parecer hasta se va a acabar con la pobreza extrema. Como sucedió en la película “El día de la Marmota”, el protagonista acude a un pueblo pequeño para trasmitir el comportamiento de una marmota, que determina cuánto tiempo queda hasta que termine el invierno; así el pronóstico de estos eventos parece será eterno. El término también se usa para designar una situación que parece repetirse una y otra vez en el ámbito gubernamental.

 

Las campañas electorales no son nuevas, se practicaban desde la antigua Roma, pero de una manera muy distinta a la actual. No era habitual hacer mítines y aunque no se elaboraban carteles, sí se pintaban paredes con leyendas favorables o críticas para los candidatos. Debían ir al Foro todos los días para que los ciudadanos los cuestionaran directamente. Debían poseer mucho dinero que les permitiera costear su campaña como el puesto que ocuparía, pues se entendía que era un servicio a la Res Pública, al Estado, y por tanto, un honor que no debía ser remunerado. De tal manera, incluso la infraestructura debía ser sufragada por el candidato y cuando era pagada por el erario público, podían aportar de su bolsillo para ganarse a la población y ser recordado por dichas obras. Ello era una inversión, pues una vez electos, hacían y deshacían a sus anchas y cobraban elevados impuestos. Hacían sus giras por el “ambitus” (de ahí proviene la palabra ambición) entre las diferentes partes de la ciudad y fingían tener interés. En fin, hay cosas que nunca cambian que se asemejan a la actualidad.

 

Independientemente de cómo sean las elecciones ahora, se debe recordar que llegar a un puesto de elección es para el servicio de la población y no para cumplir caprichos personales.  Esperemos se dé prioridad a la seguridad y se castigue el delito, mejore la calidad de la educación y mejores oportunidades para desarrollarse en sociedad; trabajar en políticas públicas para acabar con la corrupción que tanto nos ha dañado, apostarle a la transparencia y sobre todo, generar condiciones necesarias para que los derechos humanos sean respetados, comenzando por los gobiernos. Esperemos que este año podamos celebrar la democracia y concienzudamente acudir todos a votar para ejercer nuestros derechos.

 

 

 

 

 

Apenas terminaron las celebraciones navideñas y ya comenzamos el 2018 atiborrados de mensajes publicitarios de campañas en televisión, radio e internet, igualito que en cada elección. Se escuchan contiendas, se presumen las virtudes de algunos candidatos y se exhiben las carencias de los otros; las promesas de campaña como siempre son extraordinarias al oído, pues al parecer hasta se va a acabar con la pobreza extrema. Como sucedió en la película “El día de la Marmota”, el protagonista acude a un pueblo pequeño para trasmitir el comportamiento de una marmota, que determina cuánto tiempo queda hasta que termine el invierno; así el pronóstico de estos eventos parece será eterno. El término también se usa para designar una situación que parece repetirse una y otra vez en el ámbito gubernamental.

 

Las campañas electorales no son nuevas, se practicaban desde la antigua Roma, pero de una manera muy distinta a la actual. No era habitual hacer mítines y aunque no se elaboraban carteles, sí se pintaban paredes con leyendas favorables o críticas para los candidatos. Debían ir al Foro todos los días para que los ciudadanos los cuestionaran directamente. Debían poseer mucho dinero que les permitiera costear su campaña como el puesto que ocuparía, pues se entendía que era un servicio a la Res Pública, al Estado, y por tanto, un honor que no debía ser remunerado. De tal manera, incluso la infraestructura debía ser sufragada por el candidato y cuando era pagada por el erario público, podían aportar de su bolsillo para ganarse a la población y ser recordado por dichas obras. Ello era una inversión, pues una vez electos, hacían y deshacían a sus anchas y cobraban elevados impuestos. Hacían sus giras por el “ambitus” (de ahí proviene la palabra ambición) entre las diferentes partes de la ciudad y fingían tener interés. En fin, hay cosas que nunca cambian que se asemejan a la actualidad.

 

Independientemente de cómo sean las elecciones ahora, se debe recordar que llegar a un puesto de elección es para el servicio de la población y no para cumplir caprichos personales.  Esperemos se dé prioridad a la seguridad y se castigue el delito, mejore la calidad de la educación y mejores oportunidades para desarrollarse en sociedad; trabajar en políticas públicas para acabar con la corrupción que tanto nos ha dañado, apostarle a la transparencia y sobre todo, generar condiciones necesarias para que los derechos humanos sean respetados, comenzando por los gobiernos. Esperemos que este año podamos celebrar la democracia y concienzudamente acudir todos a votar para ejercer nuestros derechos.