/ martes 23 de abril de 2019

Las mujeres del alba


A lo largo de los siglos acontecimientos históricos se han efectuado al alba, “alba de ojos grises” que alabó Virgilio, “aurora de rosados dedos” grata al viejo Homero.

Aquella mañana de un domingo de abril hace cerca de dos mil años, desde que alboreó (el Evangelio anota el detalle), varias mujeres se apresuraron a tomar el camino del sepulcro en las afueras de Jerusalén donde, según pensaban, yacía Jesús, su bienamado, el crucificado del viernes anterior.

Era una clara mañana, llena de esa pureza virginal que da la primavera a los horizontes de Palestina: hacia el este, por encima de los tejados de la ciudad, el horizonte lechoso se tiñe con los matices de la perla, mientras que por el oeste, retrocediendo lentamente, la noche deja arrastrar todavía sobre las colinas la gris y malva franja de su velo.

Quienes relatan luego el acontecimiento (los cuatro evangelios lo narran muy sobriamente mientras los llamados libros o relatos apócrifos lo llenan de imaginación) narran, cada cuál a su modo, cómo las mujeres encontraron la tumba vacía.

Todavía, bajo el golpe de los sucesos de la antevíspera, las mujeres iban muy inquietas y doloridas, mas dominaban su temor. Al alborear, mientras se ponían en camino, tembló la tierra una vez más y se oyó un fragor semejante al del trueno.

¿Quiénes eran esas mujeres? Todos los documentos sin excepción otorgan un lugar a María Magdalena, quien parece que corría más aprisa que las otras. Iban también otra María, madre de Santiago, y Salomé y Juana, en total cinco o seis. Y pensaban: ¿Quién nos quitará la piedra que encierra la entrada del sepulcro?, pues era sumamente pesada.

San Lucas expresa que al arribar a la tumba la encontraron abierta: Habían rodado la piedra fuera del sepulcro y, en el interior, el cuerpo de Jesús no descansaba ya en su nicho.

San Mateo, por su parte, señala que tras un temblor, un ángel hizo rodar la piedra y que los guardias que cuidaban el sepulcro tuvieron miedo y quedaron como muertos.

¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?, preguntó a las mujeres el ángel. Ya no está aquí, ha resucitado.

Con temor y alegría a la vez las mujeres corrieron para avisar a los discípulos de Jesús.

La Magdalena, por su parte, encontró a los apóstoles y les contó el acontecimiento. Las demás llegaron luego y dieron el mismo testimonio. La primera reacción de los hombres fue: ¡Son cuentos de viejas!, duda y desconfianza. Sin embargo Pedro y Juan fueron al sepulcro y comprobaron lo sucedido: Después de cruzar la muerte como un espantoso desfiladero, Jesús emergió a plena luz en la mañana de Pascua. (Con textos de Daniel Rops).





A lo largo de los siglos acontecimientos históricos se han efectuado al alba, “alba de ojos grises” que alabó Virgilio, “aurora de rosados dedos” grata al viejo Homero.

Aquella mañana de un domingo de abril hace cerca de dos mil años, desde que alboreó (el Evangelio anota el detalle), varias mujeres se apresuraron a tomar el camino del sepulcro en las afueras de Jerusalén donde, según pensaban, yacía Jesús, su bienamado, el crucificado del viernes anterior.

Era una clara mañana, llena de esa pureza virginal que da la primavera a los horizontes de Palestina: hacia el este, por encima de los tejados de la ciudad, el horizonte lechoso se tiñe con los matices de la perla, mientras que por el oeste, retrocediendo lentamente, la noche deja arrastrar todavía sobre las colinas la gris y malva franja de su velo.

Quienes relatan luego el acontecimiento (los cuatro evangelios lo narran muy sobriamente mientras los llamados libros o relatos apócrifos lo llenan de imaginación) narran, cada cuál a su modo, cómo las mujeres encontraron la tumba vacía.

Todavía, bajo el golpe de los sucesos de la antevíspera, las mujeres iban muy inquietas y doloridas, mas dominaban su temor. Al alborear, mientras se ponían en camino, tembló la tierra una vez más y se oyó un fragor semejante al del trueno.

¿Quiénes eran esas mujeres? Todos los documentos sin excepción otorgan un lugar a María Magdalena, quien parece que corría más aprisa que las otras. Iban también otra María, madre de Santiago, y Salomé y Juana, en total cinco o seis. Y pensaban: ¿Quién nos quitará la piedra que encierra la entrada del sepulcro?, pues era sumamente pesada.

San Lucas expresa que al arribar a la tumba la encontraron abierta: Habían rodado la piedra fuera del sepulcro y, en el interior, el cuerpo de Jesús no descansaba ya en su nicho.

San Mateo, por su parte, señala que tras un temblor, un ángel hizo rodar la piedra y que los guardias que cuidaban el sepulcro tuvieron miedo y quedaron como muertos.

¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?, preguntó a las mujeres el ángel. Ya no está aquí, ha resucitado.

Con temor y alegría a la vez las mujeres corrieron para avisar a los discípulos de Jesús.

La Magdalena, por su parte, encontró a los apóstoles y les contó el acontecimiento. Las demás llegaron luego y dieron el mismo testimonio. La primera reacción de los hombres fue: ¡Son cuentos de viejas!, duda y desconfianza. Sin embargo Pedro y Juan fueron al sepulcro y comprobaron lo sucedido: Después de cruzar la muerte como un espantoso desfiladero, Jesús emergió a plena luz en la mañana de Pascua. (Con textos de Daniel Rops).