/ miércoles 28 de julio de 2021

Las tejechambras

Por: Roberta Cortázar B.

No pensé que me fuera a topar esta vez con la loca, pero se apareció y no tardó en abordarme. ¿Y adivinen que? Duré horas escuchándola.

Pues resulta que estaba enojada, y su enojo era porque una tejechambras le había aventado un tejido que ya tenía, además del presente enredo, otros muchos más.

El término tejechambras tiene varios conceptos, pero primero imaginen a una persona sentada con sus lentes, con sus dos agujas, dándole al derecho y al revés en un postura inofensiva que no despierta ni la más mínima sospecha de maldad. Una mujer que con esa calma que da la tarea de trabajar con estambre, parece ser totalmente inofensiva. Pero resulta que hay otros muchos tejidos que no tienen nada que ver con chambritas, bufandas, suéteres, cobijas y demás, sino con una manera de ser chismosa, intrigosa, sarcástica, controladora, manipuladora, hipócrita, utilizando esa pantalla de “yo no fui”, pero que rete fue y se esconde detrás de esa imagen social conveniente y muchas veces convincente.

Pues resulta que la loca estaba en un sepelio y la mentada tejechambras se le acercó para hacerle el desagradable comentario de que la viuda estaba mejor sin el marido, con ese tono sarcástico de quien quiere confirmar que su vida es mejor que la de los demás. Después del comentario se acercaron a la viuda en duelo y la tejechambras para aminorar el comentario, que sólo podía decirlo por fuera y no en la cara de la doliente, utilizó el nombre de la viuda en diminutivo: “¡Ay Clarita, cómo la quiero y no sabe cuánto lo siento!”. Le dio su “apoyo incondicional” para así redimirse de ese comentario que sabía quedaría sepultado, porque la loca no se iba a meter en embrollos de delatarla, y más que nada para no ofender a la que lloraba a su marido y crear un enfrentamiento que a final de cuentas terminaría en una negación rotunda de la tejechambras, que seguramente encontraría las palabras adecuadas para salirse por la tangente. ¡Lo dije porque estaba ya muy enfermo, pero sé que es una pérdida muy grande, yo lo estimaba tanto! ¡Yo creo que Lorenza me entendió mal! En fin, una sarta de derechos y reveses que rinden al ofendido en la flojera de seguir con la farsa, aceptando finalmente una disculpa llena de culpa.

Yo admiro a la loca porque ella es directa y si tiene que decir algo lo dice de frente, le choca cuando alguien buscando complicidad se le acerca al oído para decir algo malo, indiscreto o burlón de alguien que está a sólo unos cuantos metros, dice que le recuerda estar en esas escenas del pasado cuando veía a las conocidas de su mamá sacando el cascabel, y pensando ¡yo nunca voy a ser así! o montándose en la utopía que su generación cuando fuera adulta nunca tendría esas tendencias venenosas propias de esas viejas copetudas que no tenían otra cosa qué hacer. Pero dice que resulta que aún y cuando la mujer de hoy trabaja y tiene más actividades fuera de la casa, persiste en esa herencia venenosa.

Todos estos comentarios me hicieron reflexionar, ¿cuántas veces me habré portado como una tejechambras de estas? Y la verdad no me gusta verme inmiscuida en esas situaciones que a veces paso por alto, por pertenecer y no crear polémica.

Hay una rivalidad real entre mujeres y sería muy productivo cambiarla a apoyo sincero. Dejemos el tejido de mentiras, hipocresía, envidia, etc. y formemos una fuerza femenina que nos acoja con amor, sinceridad y aceptación. Todas y cada una tenemos una riqueza enorme, valorémosla para enriquecernos con la nuestra y la de las demás.

Por: Roberta Cortázar B.

No pensé que me fuera a topar esta vez con la loca, pero se apareció y no tardó en abordarme. ¿Y adivinen que? Duré horas escuchándola.

Pues resulta que estaba enojada, y su enojo era porque una tejechambras le había aventado un tejido que ya tenía, además del presente enredo, otros muchos más.

El término tejechambras tiene varios conceptos, pero primero imaginen a una persona sentada con sus lentes, con sus dos agujas, dándole al derecho y al revés en un postura inofensiva que no despierta ni la más mínima sospecha de maldad. Una mujer que con esa calma que da la tarea de trabajar con estambre, parece ser totalmente inofensiva. Pero resulta que hay otros muchos tejidos que no tienen nada que ver con chambritas, bufandas, suéteres, cobijas y demás, sino con una manera de ser chismosa, intrigosa, sarcástica, controladora, manipuladora, hipócrita, utilizando esa pantalla de “yo no fui”, pero que rete fue y se esconde detrás de esa imagen social conveniente y muchas veces convincente.

Pues resulta que la loca estaba en un sepelio y la mentada tejechambras se le acercó para hacerle el desagradable comentario de que la viuda estaba mejor sin el marido, con ese tono sarcástico de quien quiere confirmar que su vida es mejor que la de los demás. Después del comentario se acercaron a la viuda en duelo y la tejechambras para aminorar el comentario, que sólo podía decirlo por fuera y no en la cara de la doliente, utilizó el nombre de la viuda en diminutivo: “¡Ay Clarita, cómo la quiero y no sabe cuánto lo siento!”. Le dio su “apoyo incondicional” para así redimirse de ese comentario que sabía quedaría sepultado, porque la loca no se iba a meter en embrollos de delatarla, y más que nada para no ofender a la que lloraba a su marido y crear un enfrentamiento que a final de cuentas terminaría en una negación rotunda de la tejechambras, que seguramente encontraría las palabras adecuadas para salirse por la tangente. ¡Lo dije porque estaba ya muy enfermo, pero sé que es una pérdida muy grande, yo lo estimaba tanto! ¡Yo creo que Lorenza me entendió mal! En fin, una sarta de derechos y reveses que rinden al ofendido en la flojera de seguir con la farsa, aceptando finalmente una disculpa llena de culpa.

Yo admiro a la loca porque ella es directa y si tiene que decir algo lo dice de frente, le choca cuando alguien buscando complicidad se le acerca al oído para decir algo malo, indiscreto o burlón de alguien que está a sólo unos cuantos metros, dice que le recuerda estar en esas escenas del pasado cuando veía a las conocidas de su mamá sacando el cascabel, y pensando ¡yo nunca voy a ser así! o montándose en la utopía que su generación cuando fuera adulta nunca tendría esas tendencias venenosas propias de esas viejas copetudas que no tenían otra cosa qué hacer. Pero dice que resulta que aún y cuando la mujer de hoy trabaja y tiene más actividades fuera de la casa, persiste en esa herencia venenosa.

Todos estos comentarios me hicieron reflexionar, ¿cuántas veces me habré portado como una tejechambras de estas? Y la verdad no me gusta verme inmiscuida en esas situaciones que a veces paso por alto, por pertenecer y no crear polémica.

Hay una rivalidad real entre mujeres y sería muy productivo cambiarla a apoyo sincero. Dejemos el tejido de mentiras, hipocresía, envidia, etc. y formemos una fuerza femenina que nos acoja con amor, sinceridad y aceptación. Todas y cada una tenemos una riqueza enorme, valorémosla para enriquecernos con la nuestra y la de las demás.

ÚLTIMASCOLUMNAS